Trece.

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Chelsea

Jason y yo nos encontrábamos en la sala de estar, veíamos las noticias nacionales.

Realmente no sabía por qué lo había dejado ver eso, a mí no me gusta ver las noticias.

—Cuando envejezcas, será lo único que verás. –me había dicho.

Justo cuando la muchacha del clima apareció en la pantalla, la puerta se abrió dejando entrar a Nathan.

—Hola, chicos. –saludó.

—Hola, amigo. –le contestó Jason.

Yo estaba a punto de decir «hola» (en serio, lo iba a hacer), cuando otro «hola» me interrumpió. Voltee a ver, y era nada más y nada menos que Eddie, el de la librería.

— ¡Hola! –lo saludé.

Él me sonrió. Al devolverle la sonrisa, palmee el asiento vecino para que se sentara, ya que parece que Nathan se olvidó de su amigo por platicar con Jason.

Eddie se sentó y de inmediato comenzamos a hablar de la universidad, de su trabajo, de nuestras carreras, y muchas cosas más.

[…]

Jason y yo estábamos sentados afuera, en el porche de la casa.

Él hablaba de cómo le iba en su nuevo trabajo, y yo lo escuchaba no tan atenta.

Pensaba en todo lo que había pasado últimamente, en cuanto extrañaba a mi hermano y que esperaba que el tiempo pasara lo más rápido posible, en que dos días más llegará mi menstruación y debo estar preparada (con estar preparada me refiero a pastillas para los cólicos, mucho té de manzanilla, toallas femeninas y películas estúpidas).

Centré mi mirada en sus delgados labios y recordé la última vez que nos habíamos besado: un día antes de que lo encontrara “poniéndome el cuerno”.

—… Bueno, hermosa, debo irme. Como te mencioné, mañana entraré a las ocho de la mañana al trabajo –hizo ademán de fastidio.

Me levanté y me sacudí.

—Oh, qué mal.

Él también se levantó, se sacudió y me abrazó. Ambos nos miramos a los ojos, fijamente, sin dejar de abrazarnos.

Jason desvió de pronto la vista a mis labios entreabiertos y rápido volvió a mis ojos, como pidiendo permiso.
Como respuesta, imité lo que él había hecho.

Tan pronto como lo hice, sus manos dejaron mi espalda para trasladarse y posarse delicadamente en mi nuca, acariciándome. Mi piel de erizó.

Acercó su rostro al mío con total lentitud, mirando mis labios y mis ojos. Cerré mis ojos y esperé el beso.

Sería nuestro primer beso en mucho tiempo.

Finalmente, sus labios se posaron en los míos y empezaron a moverse, pronto los míos se movieron con los de él. El beso se iba intensificando.

Me sentí rara. No, quiero decir, no sentí nada. Nada.

Estaba confundida. Nada, no estaba sintiendo nada.

No estaba sintiendo cosquilleos en mi estómago; no sentí mi corazón acelerarse; no sentí emoción ni felicidad; no sentí esas ganas de jamás separarme de él. No sentí nada de lo que sentía antes.

¿Será que, realmente, no lo quiero ya?

Yo fui la que rompió el beso, no solo por lo incómoda que comencé a sentirme, sino también porque el aire se agotó.

—Wow, Chels… -murmuró- Hace tanto que no…

Yo lo callé.

—Será mejor que te vayas. Mañana entras temprano –dije con inocencia.

—Claro –sonrió-. Adiós, belleza.

—Adiós.

Jason se fue y me quedé sola afuera.

Chiflé un par de veces y Toto apareció.

—Hey, amigo. ¿Quién es el perro más hermoso del mundo? –lo acaricié- ¿Quién? ¿Quién? ¡Ay, cosita hermosa!

[…]

Entré a la casa, después de dos cigarrillos y mucha baba y pelos caninos, y me fui directo a mi habitación.

Me quité la ropa y me puse los pijamas, convencida de que caería dormida en cuanto pusiera mi  cabeza en la almohada.

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Losé, corto y tardé mucho. Pero algo es algo, criaturitas. Espero que les guste.

Let me hold you, let me love you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora