A lo largo de todos sus años en Hogwarts y sus constantes visitas a la oficina de la directora, Sherlock había visto una gran cantidad de veces el Sombrero Seleccionador. Uno de los grandes misterios de la mismísima magia, rompiendo leyes Aritmánticas y de conocimiento básico, como es la Imposibilidad de darle personalidad a un objeto inanimado.
No habían sido pocas las veces que le había preguntado a la Directora o a sus profesores, incluso a los fantasmas (jamás hay que mirar en menos la valiosísima información que los seres espectrales pueden ofrecerte, por su gran cantidad de tiempo en este mundo), pero no había sacado ninguna conclusión lógica.
Al parecer el Sombrero no solo tenía Personalidad, sino que se podía meter en tu cabeza –como había podido notar el primer día en Hogwarts cuando le había enviado a Ravenclaw luego de dudar un rato con Slytherin– y también podía mantener objetos escondidos, como se sabía había hecho en la legendaria Batalla de Hogwarts al entregarle al profesor Longbottom la Espada de Godric Gryffindor con la que habría acabado con Nagini, el último de los Horrocruxes de Voldemort.
Objetos con capacidad para esconder cosas no habían pocos, formas de entrar a la mente ajena tampoco, no había más que ver que en el mismo colegio se enseñaba Legeremancia y Occlumancia. Sin embargo que eso lo realizase un Sombrero por Si Mismo era bastante extraordinario. E imposible.
Extraordinario e Imposible, todo lo que necesitaba Sherlock Holmes para considerar un misterio lo suficientemente interesante para ser analizado.
—¿Conseguiste la capa, John? —preguntó a su amigo que entraba por fin al salón abandonado cerca de las cocinas que solían ocupar para sus encuentros. Demasiado lejos de sus torres, pensaba el Gryffindor, pero tenía el espacio y la soledad suficiente para los experimentos del Ravenclaw.
—Si la conseguí —asintió el rubio quitando el cabello de sus ojos, con una mueca incómoda—. No me gusta mentirle a Albus, Sherlock —le comentó por enésima vez mientras le entregaba la capa que se deslizaba como agua entre los dedos.
El más alto observó con la misma fascinación de siempre la tela, sabiendo que esa debía ser la legendaria Capa de la Muerte, la Reliquia que se le había entregado al menor de los Peverell en la leyenda, y que probablemente había llegado a los Potter al ser herederos de ellos. Todo el mundo debería saberlo, si tuviesen árboles genealógicos tan precisos como los de la mansión Holmes. Lo que daría él porque esa Capa fuese suya... aunque por supuesto que preferiría tener la Varita de Sauco. La Piedra de la Resurrección siempre le había parecido la Reliquia más inútil.
Al ver la mirada fastidiada de su compañero, Sherlock echó la capa por encima de ambos, sonriéndole mientras se volvían invisibles para el mundo.
—¿Qué le dijiste para que te la prestase? —preguntó mientras comenzaba a caminar con John pegado a su espalda, saliendo ambos del salón. Ya estaban un poco grandes para la capa, en segundo se les arrastraba un poco, pero ahora en séptimo Sherlock estaba seguro de que a veces se les verían los pies. Gracias a Merlín que John no era más alto.
—Le dije que iba a liarme con una ravenclaw, ¿no te jode? —soltó irónicamente a media voz, haciendo que Sherlock sonriese.
—Buen gryffindor, buen gryffindor —le felicitó apenas escuchando el suspiro ajeno.
Era jueves y todos los jueves a las siete la profesora McGonagall hacía la Inspección Semanal a las cocinas. Sherlock y John lo habían descubierto a la mala hace años, cuando habían sido descubiertos sobornando elfos para que les diesen golosinas fuera de hora. Lo divertido es que ninguno quería golosinas, era solo que Sherlock quería comprobar la teoría de que si los elfos de Hogwarts eran sobornables. Era una información vital en caso de que hubiese un homicidio que nadie excepto un elfo podría haber cometido.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasySherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...