—Supongo que todo esto es una broma —bufó con enfado Anderson mientras esperaban en un pasillo alejado al Gran Comedor. Poco a poco comenzaba a oírse el bullicio habitual de las mañanas y casi no faltaba nada para que tuviesen que entrar en acción.
—No es una broma —repitió Lestrade mientras a su costado James Potter y Sally Donovan observaban con atención el reloj que les avisaría el momento preciso—. Si todo sale bien atraparemos un lado de la organización de traficantes de Pociones que se nos habían escapado: proveedores —apretó los dientes con algo de irritación.
—Quién hubiese imaginado que estarían en Hogwarts —murmuró James sintiendo la emoción ebullir. Sería su primera misión de campo, a pesar de que aún no era un Auror del todo—. Holmes es bastante listo, debo reconocerlo.
Greg había recibido esa misma madrugada un mensaje por Red Fluu de parte de su joven cuñado que le había explicado a grandes rasgos lo que había deducido. Ingredientes y objetos prohibidos que de alguna forma eran ocultos en Hogwarts por medio de estudiantes para posteriormente ser comercializados a otras bandas criminales. Los estudiantes eran solo medios, a pesar de que eran un eslabón importante en la cadena; y aunque era muy probable que estuviesen sujetos a hechizos de confidencialidad, seguro que podrían sacar algo de ellos. Eso respondería de alguna manera a la incógnita sobre los proveedores de esa banda que habían desarticulado el día anterior con el Jefe Potter, por supuesto.
Lestrade no había perdido tiempo y se había comunicado con su Jefe, recibiendo órdenes de tomar a sus hombres de confianza y partir enseguida a Hogwarts como Sherlock había recomendado. Antes de que tuviesen más información, atraparles mientras aún estaban confiados. Cuando los sospechosos estuviesen aprehendidos se enviarían refuerzos al castillo.
Y allí estaban. A la espera de que la Directora McGonagall les indicase que todos los alumnos estaban sentados tomando desayuno para comenzar con ese plan que a Anderson y a Donovan les parecía tan descabellado.
—¿Funcionará? —preguntó la aurora mientras fruncía su ceño observando su propia varita—. Un hechizo del friki no me produce ninguna confianza.
—Sherlock Holmes puede ser muchas cosas —habló James antes de que Lestrade pudiese tomar la palabra—. Pero no es un incapaz. Si lo hacemos como él nos ha dicho seguro que funcionará —sonrió de medio lado, tomando nota de lo hilarante que era estar defendiendo al Ravenclaw, cuando él y sus compañeros se habían ganado varios castigos en el colegio por culpa de Holmes y sus deducciones que acababan por delatar sus travesuras. Aunque de su brillantez era algo que no se podía poner en tela de juicio.
—Gracias, muy gentil de tu parte —dijo una voz desde su derecha provocando que todos se volteasen a ver a aquel auror desconocido de largo cabello marrón y bigote, hasta que pudieron vislumbrar bajo el disfraz a Sherlock—. No sé porque se ven sorprendidos. Les dije que debía formarse un pentágono. A ver como lo iban a realizar con tan solo cuatro magos —bufó mientras el reloj marcaba que era tiempo de empezar a moverse.
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John había despertado esa mañana sintiéndose mejor que en mucho tiempo. Le dolía todo, si, pero podía sentir aún el aroma de los rizos de Sherlock en su almohada y le parecía que aún podía saborear sus besos. Casi valía la pena que el Sauce Boxeador le diese una paliza a cambio de un poco de ternura Sherlockeana. No pudo evitar reír de su propio pensamiento.
Luego de arreglarse y preguntar a Albus como se sentía (igual de apaleado que él, al parecer), todos los chicos de séptimo de Gryffindor se dispusieron a bajar a tomar desayuno. Luego les esperaba, a los que tenían el ramo, una entretenida clases de Herbología con su Jefe de Casa, así que era mejor apresurarse para no darle motivo a Longbottom a quitarles puntos. Casi daba pena el rostro del ex Gryffindor cuando debía quitarle puntos a su propia casa.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasySherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...