11.- Sauce Boxeador

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Cuando el caso que resolvían en Wiltshire acabó, el Auror Lestrade se encontró en la molesta situación de tener que volver a casa. No le apetecía nada hacerlo en el conocimiento de que esta estaría vacía y helada. Esa mañana Mycroft le había avisado que había algunos serios asuntos que atender en el Ministerio y que sería muy probable que no volviese esa noche. Ni la siguiente. Y Greg solo había tenido que aceptarlo mientras le veía perderse en las verdes llamas de la chimenea, poco después de su asistente Anthea.

No es que Greg no le entendiese, sin ir más lejos él mismo muchas veces se veía imposibilitado de ir a casa por algunos casos especialmente peliagudos. Sin embargo seguía siendo desconsolador el pensar en dormir en esa enorme cama él solo.

Unos golpecitos en la espalda le devolvieron a la realidad, viendo como el Jefe de Aurores, Harry Potter, felicitaba animosamente por el buen trabajo a varios de los Aurores más jóvenes. Había sido un caso simple de tráfico de pociones prohibidas, sin embargo había requerido de varios meses de trabajo encubierto de algunos agentes para llegar al resultado final: la completa desarticulación de la banda y la captura de sus líderes. Potter, por supuesto, se había unido a la acción decisiva y él mismo para echado el Incarcerous definitivo sobre el mago más poderoso entre las filas de los traficantes. A veces Greg se preguntaba porque el jefe Potter había aceptado su puesto (uno principalmente de escritorio) si a millas de distancia se notaba que lo suyo era el trabajo de campo.

Luego de despedir a sus hombres, dándole una palmadita de ánimo a Anderson que en esta ocasión no había tenido ningún cadáver que examinar, Lestrade llamó arriba a su escoba pensando en dar una vuelta aérea por el campo antes de aparecerse en la casa que compartía con el mayor de los Holmes en las cercanías de Kent. Al diablo con el papeleo, podría hacerlo después.

—Hey, Lestrade ¿Te vas ya a casa? —preguntó de pronto Harry detrás suyo con su escoba también, sonriendo de esa manera que le hacía ver muchísimo más joven de lo que era. Podía tener más de 40, pero el Elegido siempre parecería apenas poco mayor que el adolescente que había enfrentado a Voldemort y cuya estatua se encontraba en el hall del Ministerio.

—Sí, bueno, pensaba dar una vuelta por el lugar primero —confesó, agregando rápidamente al ver la mirada inquisitiva del otro Auror—. Por placer. No porque crea que quedan más traficantes. Joder, no.

El pelinegro se vio satisfecho ante esa respuesta y pareció meditar consigo mismo un segundo antes de asentir.

—¿No te apetece pasar a tomar un trago? La Mansión Malfoy no está muy lejos de aquí. Podemos dar una vuelta y luego relajarnos con un escocés. Draco siempre se abastece de lo mejor antes de enviar el resto a las tiendas —comentó el mayor con sus ojos verdes brillando tras las gafas, refiriéndose claramente al trabajo como exportador de Malfoy, no de los tantos rubros donde tenía empresas. Greg se sintió un poco sorprendido por la invitación, parpadeando un poco.

No sería la primera vez que visitaría la vieja Mansión Malfoy, por supuesto. Greg había estado allí en un par de ocasiones en fiestas, acompañando a Mycroft o invitado por los Aurores. Conocía a Draco Malfoy, y aunque le parecía un hombre extremadamente frío y de mirada casi más penetrante que la de Mycroft, le había visto sonreír en lado de Harry e incluso sonrojarse un poco. Eso era suficiente para saber que había más de Draco Malfoy de lo que se podía ver a simple vista.

Sin embargo saber eso no le dejaba más tranquilo ante la perspectiva de enojarle, de ninguna maldita forma.

—A menos que a tu político le enfade la cuestión —dijo de pronto el pelinegro con una ceja enarcada. Greg se apresuró a negar con la cabeza.

—No, de hecho no llegará esta noche probablemente. Asuntos en el Ministerio —luego de un "mm" conocedor de parte Harry, Greg solo suspiró—. Pues... no quisiera ser una molestia ni para ti ni para tu pareja, Potter —dijo con cuidado de escoger bien sus palabras, sin esperar la risa de su jefe mientras subía a su escoba.

Elemental,  mi Querido GryffindorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora