Castigado. Castigado el día del partido. A la hora del partido. Y lo peor era que era su culpa y ni siquiera podía quejarse con Sherlock. Él era quien le había seguido después de todo, a pesar de que horas antes le había dado argumentos irrefutables de porque no podía meterse en una aventura esa semana. Había que joderse.
McGonagall se había puesto especialmente ingeniosa y decidió que ya que les gustaba tanto andar chismorreando con los cuadros a altas horas de la noche iban a tener que pulir y arreglar todos los marcos de las pinturas del castillo. Todos. Y sin magia alguna, porque podía dañar la vida de los lienzos. Sin lugar a dudas la habían cabreado y los castigos habituales ya no eran suficientes para contenerlos, según ella.
John se sentía agradecido de cualquier forma de que ella hubiese pensado que eso era todo lo que habían hecho esa noche y no notase sus túnicas sucias. Si de alguna manera la directora hubiese sabido de que cuando fueron descubiertos por el profesor Longbottom a las tres de la madrugada interrogando violentamente a unos cuadros (idea de Sherlock, por supuesto) venían recién llegando del Bosque Prohibido, seguramente ahora si hubiesen sido expulsados. Estaban en el límite, lo sabía, sin embargo parecían no poder detenerse.
—¿Por qué dejo que Sherlock me meta en todo esto? —gimió solo para sí mientras con un pequeño pincel echaba pintura dorada al marco de un cuadro de unas obesas mujeres victorianas, quienes no dejaban de coquetear con él.
Estaba bastante lejos pero John casi podía oír las voces del campo de Quidditch. El partido iba a empezar en cinco minutos, según su reloj de pulsera, y él se lo iba a perder. El primer partido de la temporada Gryffindor contra de Slytherin, como dictaba la tradición, y él se lo iba a perder.
Maldijo entre dientes una vez más mientras volvía a untar el pincel en la pintura, cuando escuchó unos pasos tras él.
—¡Ya era hora que llegaras, Holmes! Yo no tengo por qué estar haciendo... Profesor Longbottom —se cortó John al ver a su jefe de casa que venía acompañado de un resignado Sherlock. El profesor parecía contento por alguna razón, a pesar de que debería estar en este momento en la cancha animando a su equipo y no allí.
—Eres libre, John. Apresúrate a los vestidores que tus cosas ya están allí y te están esperando para empezar el partido —le guiñó un ojo el profesor de Herbología.
—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó sofocado mientras Sherlock le quitaba el pincel de la mano y le daba un empujón.
—Solo vete y gana ese estúpido juego —gruñó Sherlock mientras continuaba el trabajo que John había dejado incompleto, ganándose sucios comentarios de parte de las habitantes del cuadro quienes por supuesto le encontraban más guapo a él que al gryffindor.
John tenía mucho que decir pero solo pudo quedarse pasmado mirando la espalda de su amigo por unos segundos antes de que su profesor le diese unas palmadas en el hombro para apresurarle.
Esa tarde John detuvo doce intentos de marcaciones con sus bludgers y evitó que el buscador de Slytherin se hiciera con la Snitch en tres ocasiones. Cuando el partido finalizó a 340-90 a favor de Gryffindor, John sintió que al menos había cumplido su parte del trato con Sherlock, e incluso le pareció verle desde una de las minúsculas ventanas del castillo, observando en su dirección. Aunque por supuesto podía haber sido solo su imaginación.
Sherlock no le quiso decir que fue lo que hizo para que le levantasen el castigo, pero Longbottom le comentó mientras iban hacia los vestidores que tenía "un buen amigo" y que por fin se daba cuenta porque John nunca se apartaba de él.
John anotó en su lista de pendientes "Acorralar a McGonagall e interrogarla" porque sabía que sería más fácil que la directora le dijese que había sucedido a que lo hiciera Sherlock.
Y también agregó a su lista el "decirle a ese idiota ravenclaw que realmente lo quiero".
Sin embargo eso lo puso al final, en la zona de cosas que solo se atrevería a hacer si tuviese un poco más de Gryffindor en las venas. Un poco más de valor para enfrentarse a lo desconocido. Por qué John Watson podía ganar un partido imposible contra Slytherin fácilmente y casi sin sudar ni una gota, pero para abrirle su corazón a su brillante mejor amigo aún le faltaba un poco de valor. Solo un poquito.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasiSherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...