Hacía tiempo que el toque de queda había sido tocado, sin embargo Jim Moriarty no sentía temor de andar por los más oscuros pasillos del castillo con tranquilidad a altas horas de la noche. Tenía sus métodos para saber que nadie se interpondría en su camino a menos que él lo desease, por lo que andar con guardia era irrelevante, como le decía cada noche a su querido Seb cuando le dejaba enfurruñado en el cuarto de los chicos de séptimo de Slytherin.
Sencillamente adorable su Seb.
Sus pasos resonaban en la fría piedra a un ritmo tan pegajoso que le provocaban deseos de tararear. Y Jim no era conocido por poder controlar demasiado sus deseos, por lo que lo hizo. Tarareó despreocupadamente en medio de la noche mientras paseaba, como si eso fuese una ruidosa calle de Londres a medio día y no el silencioso pasillo del cuarto piso de Hogwarts a las dos de la madrugada.
Se sentía feliz en ese momento. Su sangre bullía alegre por sus venas, mientras que su magia danzaba a su alrededor. Por fin tenía un poco de diversión, y si no se equivocaba, pronto vendría un poco más.
Podía sentirle cerca, pero ni por eso dejó de tararear. Una ventana de piedra dejaba a la distancia ver el Bosque Prohibido, tenuemente iluminado por la Luna Creciente que esa noche adornaba el cielo. Los pasos de su diversión eran cada vez más cercanos y Jim Moriarty jamás dejó de tararear mientras cerraba sus ojos justo antes de que su cuerpo fuese azotado con violencia contra uno de los muros.
—Humm —ronroneó adolorido mientras podía sentir esa presencia cálida tras de él, presionándole para no alejara el rostro ni el pecho de la piedra—. Ya te estabas tardando —suspiró complacido mientras una de las elegantes manos del otro joven comenzaba a tantear bajo su ropa—. Pero ¿qué es lo que haces? ¿Piensas manosearme sin ni siquiera haberme dado un beso primero? Cualquiera pensaría que eres más romántico, Sherlock —sonrió mientras a duras penas ladeaba un poco la cabeza, raspándose dolorosamente la mejilla contra una saliente.
El Ravenclaw que le mantenía prisionero ni siquiera le respondía. Jim cerró sus ojos un momento mientras sentía como su respiración se agitaba, excitado por la obligada sumisión. El murmullo de asco de su diversión ni siquiera fue capaz de afectarle, solo empujándose más hacia atrás para sentirle, ganándose con eso la libertad.
Pero Sherlock ya tenía la varita de Jim en la mano, que era lo que le interesaba. La varita de verdad, lamentablemente, no la de carne.
—Mi querido Sherlock, si era mi varita lo que querías siempre podrías habérmela pedido —suspiró con fingida dulzura Jim mientras se pasaba el pulgar por la mejilla dañada, llevado una gota de sangre hasta sus labios, manchándolos de escarlata.
Los ojos de Holmes se veían oscuros y furiosos mientras sujetaba la varita de Jim como si fuese algo extremadamente peligroso. Y quizás lo fuese. El Slytherin volvió a llevar su pulgar a su mejilla herida mientras veía con atención como Sherlock realizaba un complejo hechizo creación de los Aurores para revisar los últimos hechizos que su varita había realizado. A cada hechizo que pasaba el Ravenclaw se veía más molesto, más irritado, solo consiguiendo alcanzar hechizos absurdos y cotidianos, con Jim disfrutando de probar su sangre sin quitarle los ojos de encima.
—¿Ya estás satisfecho? —preguntó el más bajo mientras se acercaba y extendía su mano para que la varita le fuese devuelta una vez que Sherlock llegó a sus hechizos del día anterior. Casi había podido sentir el roce de la madera de caoba cuando su cuerpo fue nuevamente golpeado contra el muro, aunque esta vez fue su nuca la que golpeó la piedra.
La punta de su propia varita apretándose contra su cuello, Sherlock se veía furioso al ver la sonrisa en los labios de Jim. Mejor. Le encantaba ver a Sherlock furioso. Su pierna se movió para acariciar una de las del Ravenclaw, pero este hizo un sonido de asco y se alejó, tirando la varita lejos por el pasillo.
—Esto no ha terminado, Moriarty. Si me entero de que tuviste algo que ver con el incidente del Sauce Boxeador ni siquiera tu perro Moran podrá salvarte —le amenazó casi escupiendo las palabras. Sus rizos negros volaban por todas partes y Jim sintió un escalofrío de placer.
—Estaré esperándolo, Sherlock. Estaré esperándolo —suspiró mientras veía al Ravenclaw irse a paso veloz con una última mirada de odio.
Con su caminar elegante Jim se dirigió hacia donde su varita estaba tirada, haciendo un leve movimiento de muñeca para que esta volase a su mano sonriendo suavemente.
—Eres muy brillante, mi Sherly, pero aún te falta abrir más tu mente —rió entredientes mientras levantaba su dedo índice y susurraba "Lumos".
Una fantasmal luz azul apareció sobre la punta del dígito iluminando el pasillo y haciendo brillar macabramente la sangre sobre los labios y la mejilla del Slytherin, mientras una mirada apasionadamente animal se posaba en esos ojos claros observando hacia el oscuro Bosque Prohibido, impasible ante su poder.
Sherlock había notado enseguida que las ropas de Albus y John habían estado extrañamente sucias, una suciedad diferente a la típica de un Entrenamiento de Quidditch, incluso teniendo en cuenta el ser atados al Sauce Boxeador; sin embargo no había podido prestarle suficiente atención a eso, no luego de ver a John aterrado y adolorido.
Así que simplemente se había robado sus túnicas y sus botas, llevándolas con él a la Torre de Ravenclaw envueltas en una bolsa y empequeñecidas. En el camino se había topado con el odioso de Moriarty y no había podido resistir el intentar atraparlo. No había podido resistirse a averiguar si había sido él y había sido tan estúpido como para dejar una muestra en su varita. Pero lamentablemente Jim Moriarty podía ser muchas cosas, pero no era un estúpido. Además, siempre pudo haber sido su vasallo Moran quien lanzase las maldiciones. No sería la primera vez.
Así que allí estaba, en la sala común de las águilas examinando concienzudamente las túnicas y las botas sucias de su, hum, amigo y las del novio de su primo. Y junto con él se encontraba una cansada Molly Hooper, de quinto curso, y ayudante autonombrada de Sherlock de cuando él no quería molestar a John a mitad de la noche.
—¿Qué estamos buscando... Sherlock? —preguntó con un bostezo la chica, mientras observaba al joven detective buscar entre los canales de las suelas de las botas.
—Pistas, Molly. Cosas que no deberían estar, pero que están. Están demasiado sucios, demasiada tierra. Pero no parece que les hubiesen arrastrado —hablaba en voz alta a toda velocidad. Probablemente hubiese sido un caso emocionante, si la víctima no fuese John Watson.
De acuerdo, aun así era algo emocionante.
Con un nuevo bostezo, una resignada Molly se inclinó sobre el otro par de botas y comenzó a revisar. Estuvieron diez minutos en silencio hasta que la chica hizo un sonido extraño, ligeramente estrangulado, como si quisiera decir algo pero no estuviese segura. Sherlock le observó enseguida. Su mirada le gritaba que hablase de una vez.
—Es... extraño. En esta bota hay rastros de Acónito —ante la mirada del hombre ella simplemente se encogió de hombros—. No hay de ella cerca del Castillo. Solo crece en el Bosque Prohibido —murmuró sintiendo sus mejillas enrojecer al reconocer que ella había estado allí en búsqueda de hierbas. Algo prohibido, naturalmente. Aunque quien era Sherlock Holmes para juzgarla.
—¡Por supuesto! Luparia, sabía que estaban demasiado sucios —la mirada de Sherlock brillaba—. Estuvieron en el Bosque. Me llamaba la atención la suciedad que es pareja. Como si con un hechizo alguien la hubiese dispersado. Quizás si les arrastraron. O ellos cayeron.
—O quizás estaban huyendo —murmuró Molly restregándose un ojo—. Creo que para saber más tendrías que ir al Bosque y ver las huellas si quedan. Y no creo que queden —comentó la chica casi dormida. Era realmente muy tarde.
Pero no sabía que le había dado una verdadera idea al joven detective hasta que este le sujetó de los hombros y le sonrió de forma resplandeciente, haciéndole temblar
—¡Y creo que eso es exactamente lo que haré!.
Molly vio como el hombre del que estaba tristemente enamorada volaba saliendo de la Sala Común y dejándole con todo ese desastre a ella. Solo pudo suspirar y girarse para ordenar todo antes de irse a la cama y dormir las pocas horas que le quedaban antes de que amaneciera y un nueva jornada escolar comenzase.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasySherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...