4.- Engaño

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Cuando James Sirius Potter tiene su primera mañana como Auror en Entrenamiento fuera de la Academia casi dos años después de entrar, se ve acabando bajo las órdenes de un Auror Prior que le mira penetrantemente como si no le interesase su apellido. Ambos están en una de las salas de entrenamiento de la Oficina de Aurores, rodeados de artefactos y espacios para mantener a todos esos viejos veteranos en suficiente forma para sus casos diarios.

El Auror Prior no deja de mirarle y James comienza a sentir un leve escalofrío por la potencia de esos ojos marrones. El cabello entrecano (herencia probablemente, no se ve mayor) brilla por las luces que mágicamente iluminan la sala. James traga saliva, pero mantiene su pose erguida.

No es novedad para él de todas formas el que le miren así. En la Academia de Aurores, probablemente por presión de su padre, ningún profesor fue blando con él. Al menos no en demasía. Habían algunos que esperaban mucho de sus acciones, o le felicitaban más profusamente que a otros estudiantes, pero nada extraordinario que diese cuenta de algún tipo de favoritismo suficiente para ser anotado.

Ante la mirada dura del Auror G. Lestrade, nombre que decía el uniforme oficial del mayor, James tuvo la seguridad de que con él no tendría ningún trato preferencial.

—¡Auror en Entrenamiento Potter! ¿Sabe por qué está aquí?

—¡Si, señor! ¡Estoy aquí para mis pruebas de aceptación para entrar a su servicio, señor! —dijo con voz firme y siempre mirándole a los ojos, sin dejarse intimidar como siempre le habían indicado. Un Auror jamás podía desviar la mirada, ni siquiera ante un superior—. ¡Estoy aquí para impresionarle y para hacerle desear que yo sea su ayudante, señor!

La mirada del Auror Prior pareció brillar con una gota de orgullo, pero esta rápidamente se desapareció dejando solo dureza.

—Entonces comenzaremos con las pruebas enseguida, Novato.

Cuarenta minutos después, luego de diversas y agotadoras pruebas de ocultación, rastreamiento, occlumancia, vuelo y lucha cuerpo a cuerpo, venía la última prueba. La prueba final Los duelos con varitas.

El Auror le miraba con fuerza y James sintió que todo su agotamiento se hacía aún más pesado al ver la dureza de la mirada. No lo había hecho mal en las diversas pruebas, aunque había recibido burlas por su vuelo (a pesar de ser el mejor cazador de su generación) y pullas entre todos los golpes en la lucha cuerpo a cuerpo. Ese Auror no tenía compasión para él. Le destrozaría en el duelo de varitas probablemente, y James tendría que esperar un mes antes de que le asignasen a otro Auror Prior para que le tomase las pruebas.

Cerró sus ojos un momento apretando sus párpados mientras relajaba su respiración para ahogar los quejidos de sus músculos por la paliza recién recibida y sacó su varita. Si iba a caer, al menos lo iba a hacer luchando hasta el final, quizás eso impresionase al Auror. Y entonces escuchó la voz de Lestrade, pero lejos, no frente suyo como debería haber sido.

—Ya, está bien. Creo que ya comprobaste suficiente sus habilidades, y el tiempo se te está acabando, Jefe Potter. Yo por mi parte estoy satisfecho, el chico está destrozado y aun así iba a enfrentarse a ti en un duelo de varitas. Comprobaste su demencia, por lo menos —cuando James abrió sus ojos marrones creyó que estaba viendo doble, ya que habían dos Lestrade frente a él. Uno agotado por la lucha cuerpo a cuerpo, con sudor cayendo de su torso descubierto, y el otro fresco como una lechuga, sonriendo sin su uniforme oficial.

¿Había dicho Potter?

—Joder, Greg, al menos me hubieses dejado acabar de patear el trasero de mi hijo antes de interrumpirme —se quejó el Lestrade sudado, mientras de pronto su cuerpo comenzaba a cambiar frente a la mirada anonadada de James.

Su corto cabello castaño con canas había cambiado con un pelo alborotado y negro, mientras que sus ojos se habían vuelto de un penetrante color verde, que rápidamente fue cubierto por las gafas que el verdadero Lestrade le extendió. Una cicatriz era oculta por el flequillo y su sonrisa era inconfundible.

—¡¿PAPÁ?! ¡MALDICIÓN! —exclamó James retrocediendo un paso cuando frente a él quedó un acalorado Harry Potter, sonriéndole burlonamente—. ¿Tomaste Poción Multijugos solo para joder conmigo? Esto debe ser una broma— se quejó escupiendo al suelo mientras los mayores solo reían.

—Pues para ser tu viejo, bien que te destroce en la lucha cuerpo a cuerpo, nene. A ver si vas a tener ganas de seguir llamándome marica después de esto —sus ojos brillaron en burla, mientras James sonreía de medio lado.

—Pues para ser un marica, golpeas bastante bien, Mami —le devolvió la puya James mientras Harry le apuntaba con un dedo amenazante, pero aun bromeando.

—Más respeto niño, mira que soy el Elegido.

Ambos Potter se rieron juntos mientras Lestrade negaba con la cabeza antes de darle una palmadita en la espalda a su Jefe y amigo, indicando que se iba y que les dejaba solos.

—Y tú, jovencito —le habló a James antes de retirarse del todo, cuadrándose el joven enseguida provocando que ambos hombres sonrieran, Harry muy orgulloso—. Te espero mañana a primera hora en mi oficina, la última del tercer piso. Si llegas tarde pensaré en hacerte mis propias pruebas, estás advertido. Y yo no soy tan clemente como tu padre.

—¡Si, señor!

Mientras más tarde le enviaba una lechuza a Mycroft contándole la novedad de su nuevo ayudante, Lestrade se quedó meditando en cómo Harry bromeaba con su hijo sobre el hecho de ser homosexual. Pensó en cómo hasta hace unos años el serlo era motivo de vergüenza familiar y lo más común era tenerlo guardado, solo para ti, hasta el día de tu muerte. El cómo eso había cambiado drásticamente tenía todo que ver con la elección de pareja del Elegido luego de su divorcio, la asistencia legal de la Jurista Mágica Hermione Granger, y también por el gran y desconocido aporte intelectual de Mycroft Holmes. Su Mycroft.

Antes de empezar con su papeleo diario, Greg hizo una nota metal de besar fuertemente a su pareja esa noche cuando llegase a casa.

Elemental,  mi Querido GryffindorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora