Cuando Sherlock bajaba las escaleras de la Torre de Ravenclaw de dos en dos casi chocó de frente con alguien que le esperaba con la mirada seria y los brazos cruzados. Cabello rubio platinado y brillante mirada gris, impecable túnica de Slytherin e insignia de prefecto en el pecho. Sherlock sabía que no era su trabajo el que le tenía allí esperando. Solo hacía falta observar esos ojos enrojecidos y las suaves bolsas bajo ellos. La preocupación.
Se sintió conectado por un momento con su primo como jamás la sangre les podría haber conectado. Ambos deseaban saber, y lo deseaban saber ahora. No hubo falta palabras, Sherlock solo le hizo un gesto con la cabeza y comenzó a caminar.
Scorpius hizo un sonido ligeramente ahogado, como el de alguien que no ha hablado en muchas horas.
—¿Qué es lo que sabes?
La mira descreída de Sherlock no pareció impresionarle porque repitió la pregunta con un toque de urgencia en la voz, consiguiendo que finalmente su primo claudicase. Un poco.
—Sé que Moriarty está demasiado feliz y confiado —gruñó—. Sin embargo no encontré nada en su varita. Quizás fue Moran...
—No fue Sebastian —negó enseguida Scorpius mientras bajaban unas escaleras, saltando antes de que comenzaran a moverse y cambiar de dirección—. Estaba conmigo. No exactamente conmigo, pero en la Sala Común —explicó al ver el ceño fruncido de Sherlock.
—¿Y Moriarty? —masculló el Ravenclaw mientras se metían por un pasillo que les ahorraría dos pisos.
—Con él, aunque salió un momento. Pero no el tiempo suficiente, apenas habrán sido unos diez o quince minutos —murmuró el rubio afilando su mirada. Sus pasos les llevaron hasta cerca de la entrada del Gran Comedor, disminuyendo la marcha al saber que Filch solía rondar por allí más que por ningún sector del castillo. Aunque era algo tarde incluso para el celador, el reloj de la entrada indicaba casi las cuatro de la madrugada—. Poco después de que regresase recibí la nota del aviso.
—Así que él podría haber mandado las lechuzas.
Salieron del castillo y Sherlock aceleró el paso con su primo tratando de mantenérselo. Aún no sabía a donde iban, pero en el fondo confiaba en los instintos del Ravenclaw.
—No sé si tendría el tiempo suficiente. En diez minutos no puedes subir a la Lechucería y bajar de nuevo a las Mazmorras —objetó la teoría Scorpius, notando de pronto que se dirigían hacia el Bosque Prohibido, frunciendo el ceño— ¿Por qué...?
—Estuvieron en el Bosque —fue todo lo que explicó Sherlock y no necesitó decir más.
Les tomó casi una hora encontrar signos de lucha en el bosque. Árboles dañados por hechizos lanzados y rastros de pisadas. Ambos primos las revisaron en silencio, hasta que Sherlock chasqueó la lengua. Su rostro se había transformado por unos momentos, afilándose y oscureciéndose, casi como un sabueso.
—Este es el final del camino. Fue aquí donde cayeron —murmuró apuntando a los pies de un viejo Arce.
—¿Qué te refieres con el final? ¿Ya no vamos a tratar de averiguar más? —preguntó con enfado Scorpius acercándose, solo ganándose una mirada incrédula de su primo.
—No seas idiota, te digo que es el final. Estaban huyendo o persiguiendo a alguien. O a varias personas. Y aquí les vencieron —Sherlock se agachó y observó el suelo para luego levantar la mirada—. Vamos a ver desde donde venían.
Sin darle una mirada al Slytherin, Sherlock echó a andar sin perder de vista todos los signos de la lucha que al parecer se había llevado a cabo esa tarde. Ramas quebradas que indicaban el paso de un cuerpo acelerado, manchones ennegrecidos en los troncos probablemente dado por un Expelliarmus. Mientras más caminaban más iban saliendo del bosque, hasta que llegaron a los lindes cercanos al Lago Negro.
El castillo se veía en la lejanía, pocas ventanas iluminadas. El cielo comenzaba a clarear levemente indicando que el amanecer ya no estaba tan lejano.
—Es muy lejos de la Cancha de Quidditch —murmuró Scorpius a la espalda del detective, quien solo pudo asentir.
—Sin embargo desde el aire probablemente tienes una buena visión de este lugar ¿no crees? —preguntó Sherlock intrigantemente mientras volvía a seguir los pocos rastros de las peleas hasta los orígenes, la orilla del lago.
De noche parecía un enorme espejo oscuro, impecable y sin ninguna onda en la superficie. Los seres acuáticos parecían también dormir de noche, y Sherlock recordó el que aún no se habían enterado de la verdad sobre el Calamar Gigante. Este pensamiento atrajo un golpe de necesidad de tener a John a su lado, que reactivó su impulso por investigar lo que había ocurrido.
Mientras Scorpius revisaba el suelo y los signos de lucha, Sherlock comenzó a pasear ocupando una de sus manos en forma de tubo como catalejo y asintiendo a su teoría: ese lugar se veía perfectamente desde lo alto del vuelo con las escobas en la Cancha de Quidditch. Probablemente Albus y John habían visto algo y habían ido a investigar. Lástima que no recordasen nada.
—¡Sherlock, joder, ven aquí! —el llamado alto de Scorpius sorprendió al detective que estaba perdido en sus pensamientos, prácticamente corriendo hacia el lado el rubio.
El Slytherin estaba arrodillado a la orilla del Lago sin importarle por una vez estar llenando de lodo su impecable túnica. Sherlock no pudo evitar sonreír algo complacido al notar que Scorpius estaba realmente concentrado en la investigación, mientras le imitaba para ver lo que el otro observaba.
—Oh —fue todo lo que dijo, al notar entre el fondo de piedras y musgo algo brillante que parecía una argolla. Demasiado pequeña para haber sido encontrada a menos que estuvieses buscando. Sherlock tuvo que felicitar mentalmente a Scorpius, mientras le daba una palmadita parándose ambos.
Luego de probar un par de hechizos para verificar protecciones (tenía una muy rudimentaria que fue deshecha con facilidad por el rubio), Sherlock hizo que el objeto oculto se elevase con ayuda de su varita, dejándose ver un gran arcón el cual dejó con cuidado sobre la hierba.
—Maldición, esto es grande —susurró Scorpius cuando abrieron el arcón y se encontraron con una enorme cantidad de objetos clasificados como No Comerciables Clase A, caros e ilegales ingredientes para pociones y más. Sherlock frunció el ceño y sacudió la cabeza luciendo contrariado.
—De haber sabido que iba a encontrar a los traficantes así, jamás hubiese apostado contra Moriarty en Navidad —masculló, y Scorpius recordó esa bolsa asintiendo. Sherlock le había explicado el motivo de esa tonta apuesta, pero al menos había servido para que su idiota primo por fin se confesase al bueno de Watson.
Ambos se quedaron en silencio mientras por sus mentes pasaba lo mismo. Sus chicos probablemente habían visto algo raro y, Gryffindors como era, no habían sido capaces de dejarlo pasar. El arcón ya debía haber estado oculto cuando llegaron, pero hubo un enfrentamiento igual. Una persecución, Albus y John cayendo por la desigualdad de número (ya habían notado que eran cuatro los otros) acabando por ser hechizados y llevados hasta el Sauce Boxeador, lo más lejano posible del lugar del enfrentamiento original para despistar. Las notas también habían sido un intento de despistar, intentando que se creyese que habían sido atacados por su pureza de sangre y no por algo más. Para evitar investigaciones adversas.
Scorpius creía también de que la nota era una forma de asegurarse de que ni John ni Albus morirían, ya que los tipos parecían simples traficantes y no asesinos, pero supuso que Sherlock no compartiría su opinión. De cualquier manera, merecían pagar.
—¿Cómo sabremos quiénes son? No creo que vayan a volver pronto por su botín —gruñó con un mohín de disgusto el Slytherin, pero Sherlock ya estaba sonriendo mientras cerraba el arcón y ocupaba su varita para devolverlo a su posición inicial.
—No te preocupes, Scorpius. Puede que hasta los criminales más bobos oculten las pruebas concluyentes de sus crímenes —le tranquilizó mientras jugaba con la varita entre sus dedos pensativo—. Pero ninguno es lo bastante listo como para ocultar las circunstanciales.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasySherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...