17.- Sala Común

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Había pasado un tiempo desde el Incidente del Sauce Boxeador, como Sherlock había comenzado a llamar aquello que le había llevado a resolver un caso del que John nunca se había enterado. Luego de algunas investigaciones propias había concluido que Sherlock llevaba al menos desde Octubre intentando descubrir acerca de esos "Traficantes" que eran más bien Guardadores de Mercancías.

De alguna forma Mycroft–, Sherlock se había enterado de las investigaciones que estaba realizando el Cuerpo de Aurores sobre algunos traficantes de pociones, llegando a la consecuencia de que era muy probable de que no fuesen las Pociones lo que se traficaba a nivel internacional, sino que los meros ingredientes. Así, mientras los Aurores se infiltraban e investigaban a los Fabricantes y Distribuidores de las pociones, él había tomado el otro cabo suelto: el de los Ingredientes.

Con un poco de la impagable ayuda de Mycroft, y la inestimable colaboración de Jim Moriarty, Sherlock había deducido que una parte de los Traficantes se encontraban en el mismo Hogwarts, toda vez que Moriarty había conseguido extremadamente rápido y sin mayores problemas objetos que el Ministerio tenía bajo vigilancia en el Callejón Knockturn. Pero había llegado a una calle sin salida, al menos hasta el movimiento de Albus y John, quienes lamentablemente nunca pudieron recordar que era lo que había sucedido en aquella hora perdida de sus vidas. Aunque las declaraciones de los traficantes habían sido muy halagadoras, indicándoles casi como héroes. Entrometidos, pero héroes. Albus había sido felicitado por su padre y John había recibido un gran abrazo de Harriet y un beso de Sherlock, todo lo que podía pedir.

Los traficantes habían acabado consiguiendo penas remitidas por falta de Antecedentes Penales y por no haber dañado seriamente a nadie, aunque ninguno iba a regresar a Hogwarts. Sherlock se había encogido de hombros ante la preocupación de John por este hecho, recordándoles que siempre quedaban otras escuelas en Europa donde les recibirían. Seguramente en Durmstrang serían héroes. John solo pudo reír y el tema quedó allí.

¿Y ahora? Allí estaban, en la Sala Común de Gryffindor estudiando asiduamente para los EXTASIS, al igual que todos los demás de 7mo año. Cada día había un nuevo ataque de nervios de algún compañero de su generación o de alguno de los de 5to que estaban con sus TIMOs, y John ya casi estaba harto de que le pidiesen pociones tranquilizantes. Perfectamente podían ir donde Madame Pomfrey ¿no? Él no era una botica ambulante.

—Deja de quejarte, ya pareces un crup con pulgas —le gruñó Sherlock tirado en la roja alfombra mirando al techo. Habían libros a su alrededor pero John podía apostar que no había tomado ninguno desde que se había ido a tirar allí hace cinco horas. No tenía idea para que venía el Ravenclaw a su sala si no le acompañaba a estudiar, no le ayudaba y, más encima, se quejaba de sus quejas. Simplemente se tiraba en la alfombra de SU Sala Común y vegetaba con los libros a su alrededor, como si la información fuese a llegarle mágicamente al cerebro. Ojalá alguien inventase un hechizo para eso.

—Pues si te molesta ¡Vete a tu propia Sala Común! Yo estoy estudiando, y si quiero quejarme de que me distraigan de mis estudios, me quejo —repuso el rubio sentado sobre un sillón mientras volvía a hundir la nariz en un pesado tomo sobre Herbología Curativa Avanzada, un examen que debía pasar con Extraordinario si es que planeaba entrar a la Escuela de Medimagia de Londres con una beca.

—No quiero ir a mi Sala Común. Están todos diez veces más estresados que aquí, leen en voz alta sin ningún respeto por el silencio ajeno en un zumbido espantoso, y además les molesta que me tire en la alfombra sin leer, les parece una ofensa o que me estoy burlando de ellos —gruñó el más alto, moviendo su cabeza provocando que sus rizos se esparcieran por la esponjosa alfombra roja—. Además me gusta la Sala Común de Gryffindor por la tarde, no es tan caliente como la de Ravenclaw. A pesar de que con todo este rojo y dorado casi no se pueda notar.

—Sherlock ¿quieres callarte? —suspiró John mientras apretaba su rostro contra las carcomidas hojas de su libro—. Con tu voz no puedo concentrarme. ¿Por qué no estudias un poco?.

—¿Para qué? De todas formas no daré prueba para ninguna escuela mágica, así que no necesito estudiar.

Las palabras del Ravenclaw lograron calar en lo hondo de John haciendo que este bajase el pesado tomo mirando con sorpresa el rostro tranquilo de Sherlock. Sus ojos estaban cerrados, sin embargo él podía notar toda la actividad de esos ojos aún debajo de los párpados. Tragó saliva sintiendo su garganta seca y movió el pie para tocar la pierna flexionada del menor de los Holmes ganándose una mirada cuestionadora. Ambos se sopesaron un momento, el uno al otro, hasta que John separó sus labios. Pero no alcanzó a decir nada.

—No voy a hacer la prueba para Aurores, no te tomes la molestia. No pienso ser un patético Crup de Harry Potter o, peor aún, del Gobierno como mi hermano. No, no voy a tomar el examen para la Escuela de Medimagia como tú, aunque eso no significa que no podamos compartir un piso en Londres, y tampoco voy a hacer una carrera docente como hilarantemente propuso mi querido Jefe de Casa, Flitwick, hace unas semanas. Aún me río de solo pensarlo.

John apretó el libro contra su pecho para luego dejarlo a un lado en el sillón y agacharse hasta sentarse junto a Sherlock en la alfombra. El pelinegro no se movió, simplemente mirándole hacia arriba, pero pudo leer la nueva pregunta en los ojos de su novio y solo sonrió.

—No te diré que pienso hacer con mi futuro, John, porque aún no lo tengo claro. Pero solo sé de una cosa que quiero que se mantenga presente en él. Solo una —le aclaró mientras movía su mano para coger la corbata granate y oro con suavidad—. Así que cállate y deja de andar cuestionándome —le gruñó mientras le jalaba de la tela para robarle un beso lento de promesas futuras, sintiendo como el más bajo se entregaba completamente a sus labios.

Se perdieron unos momentos en la sensación del beso, sintiendo la calidez del sol de media tarde que se colaba por entre las ventanas, los rasgueos de las plumas sobre los pergaminos, y otro sonido que comenzaba a tomar potencia de pronto.

Algunos chiflidos se empezaron escucharon en la sala junto con algunas risas y quejas entre divertidas y agotadas. Ambos chicos no tuvieron más remedio que separarse cuando escucharon la voz entre molesta y divertida de Albus Potter llegar hasta ellos. Sherlock con una ceja en alto y John sintiendo su rostro muy encendido.

—No es justo que hagan esto en la Sala Común frente a todos nosotros que no podemos imitarlos por tener que estudiar, chicos. Búsquense un cuarto.

Y quizás tuvieran que hacerlo. Pero en Londres.

Elemental,  mi Querido GryffindorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora