7.- Práctica de Quidditch

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Si Sherlock tuviese que decir cuántas veces alguien (alguien estúpido) le ha preguntado a John "¿Por qué andas siempre con Holmes?" no podría dar una cantidad exacta. Habían sido muchas, realmente muchas veces.

Desde su propio hermano Mycroft, a los profesores, compañeros y, en general, todo el mundo que le detestaba y envidiaba por su inteligencia. Una vez incluso escuchó a un elfo doméstico preguntándoselo al rubio en las cocinas del castillo, el muy atrevido.

Y el insulso de John solo era capaz de sonreír y encogerse de hombros, como si no supiese la razón. Como si no la supiese.

(Pero la sabe. John sabe perfectamente porque no es capaz de alejarse de él, y Sherlock también lo sabe, solo que ninguno habla de eso)

Nunca, jamás, ninguna persona le ha preguntado a ÉL porque siempre anda con John. Bueno, a excepción del sociópata de Moriarty, pero él no cuenta como persona.

Nadie le pregunta porque anda con John, si es tan simple y aburrido. Rubio, con sonrisa con hoyuelos, ojos transparentes y expresión casi siempre calmada. Jugador estrella de Quidditch, Gryffindor y mestizo. Que siempre dice "Buenos días", "Por favor", "Permiso" y "Gracias" frente a todas sus acciones. Hasta Filch es condescendiente con él y en más de una ocasión el viejo conserje chilló ante un castigo que la Directora hubiese impuesto para ambos por igual, reclamando que debería castigársele mucho más a él que al gryffindor porque "Es obvio que él es la mente tras la fechoría, directora".

Nadie se preguntaba por qué él, que rechazaba la compañía de mentes mucho más brillantes (excepto la de Irene Adler, una slytherin graduada el año anterior), aceptaba la inocente simpleza de John a su lado. Nadie se preguntaba porque si él jamás había demostrado una afición por el Quidditch, nunca se perdía ningún entrenamiento ni partido del Gryffindor, ignorando incluso los de su propia casa.

Nadie se lo preguntaba, porque todos encontraban normal el querer pasar tiempo con John Watson. Todos querían hacerlo en verdad, tenía fans, hombres y mujeres por igual, que le seguían a cada partido y gritaban por él. Que leían y recortaban cada columna que escribía en el Periódico de Hogwarts, y que le prometían ir a animarle cuando tuviese que hacer la prueba para la Academia de Medimagia.

(Él también tenía sus fans, muchas gracias. Sus artículos en el Periódico de Hogwarts estaban entre los más leídos y solía recibir muchas lechuzas de admiradores, solo que el incendiaba enseguida las insulsas y vacías, como las de chicas que le pedían citas, y no las respondía como John con palabras pintorescas y halagos vacíos que hacían que sus lectoras se volviesen locas)

Pero al final del día, cuando tocaba hacer lo realmente importante (resolver casos, naturalmente, de eso estaba hablando) era a él quien John buscaba. Ni a chicos ni chicas que besaban el suelo bajo el que pasaba, solo a él. Y eso le hacía sentir bien, por supuesto, porque John podía ser un hombre simple (hace tiempo que ya no era un chico), pero Sherlock no cambiaría su compañía por la de nadie. Y sabía que John tampoco cambiaría la suya.

A menos que alguna descarada se atreviese a pedirle una cita, como estaba ocurriendo en ese mismísimo momento, tal como podía ver Sherlock a la distancia con los labios apretados.

La práctica de Quidditch de Gryffindor había acabado hace tiempo, pero John se había quedado en el campo con Albus Potter y Hugo Weasley un rato más practicando jugadas especiales. Las fans no se habían ido y Sherlock se había deslizado hacia el pasillo de los vestidores (dónde gracias a los fundadores, no se permitían chicas) para atrapar a John y poder hablar con él antes de que se duchase. Sin embargo alguien se le había adelantado.

Albus y Hugo llegaron a los vestidores dándole una mirada entre interrogante y pícara, saludándole mientras seguían a las duchas. Sherlock no quiso ni pensar en la mirada elocuente de Albus, mientras seguía esperando a que su amigo llegase. Y cuando llegó solo pudo apretar los dientes. John se veía irritantemente feliz.

—Tenemos trabajo esta noche, gryffindor —le dijo bloqueándole el paso. John se permitió lucir algo desconcertado, pero ni por eso dejó de sonreír.

—Sherlock, te dije que no puedo meterme en problemas esta semana. El sábado es el primer partido de la temporada y no quiero que me suspendan por un castigo absurdo —se sopló el húmedo cabello de la frente, apoyando el peso de su cuerpo en su pierna derecha mirando a los ojos del ravenclaw. Sus mejillas se veían encendidas por el entrenamiento (no quería pensar que era por esa... chica) y su mirada transmitía mil emociones. Sherlock debía confesar que parecía algo lastimoso, así como un cachorrito abandonado en medio de una tormenta—. Además, tengo esta noche una cita con Sarah de Hufflepuff —sonrió ampliamente golpeando el bate en su pierna suavemente—. ¡Llevo meses esperando esto!

Corrección, se veía como un apestoso chucho infiel que le movía la cola a cualquier perra que se le pasase por el frente. Sherlock solo pudo gruñir cruzando sus brazos.

—Hace meses ni siquiera sabías de la existencia de Sarah Sawyer —le corrigió irritado el pelinegro—. Además ¡Te necesito esta noche! Habrá acción en el bosque prohibido, hierbas venenosas, quizás un encuentro con centauros y con un poco de suerte saber el verdadero origen del Calamar Gigante. Sabes que es un misterio que aún no podemos resolver desde tercero.

—Sherlock —dijo John como advertencia—. No —se negó mientras el detective ponía su cara. Esa cara a la que sabía su amigo no podía negarse. Podía ver su resolución tambalearse en su mirada—. Agh, ya te dije que no. Tengo que ducharme, un partido el sábado y una cita esta noche. No es no —insistió como última palabra desviando su mirada antes de irse farfullando rumbo a las duchas dejando al ravenclaw solo. Sonriendo.

Nadie preguntaba nunca porque Sherlock siempre estaba con John, pero si alguien lo hiciese era muy poco probable que Sherlock contestase. Si lo hiciese tendrá que comenzar a explicar que lo hacía porque John siempre le decía que no, para luego de un tiempo claudicar en un sí, y entonces la gente pensaría que Sherlock solo lo quería para usarlo y eso no era verdad. Al menos no toda la verdad.

Si tuviese que explicar que era lo que sentía cuando estaba con John Sherlock no podría ponerlo en palabras, sino que en un color: blanco. Si le preguntasen porque si Sherlock siempre consideraba que los comentarios de John eran estúpidos seguía preguntándole su opinión, Sherlock tendría que decirle que debajo de toda esa estupidez, debajo de toda esa simpleza e inocencia tan gryffindor y tan mestiza, había otro tipo de fuente de brillantez.

Cuando James Moriarty le había preguntado hace años que hacía perdiendo el tiempo con alguien tan ordinario como John Watson, Sherlock solo le respondió que John era cualquier cosa menos ordinario. Moriarty no le entendió por supuesto, y Sherlock tampoco quiso explicar más.

John Watson le había escogido a él como compañero, contrario a la creencia popular de que había sido él quien había escogido al gryffindor. Y eso, de por sí, era extraordinario. Esa elección por si sola volvía extraordinario a John.

Y por eso mismo Sherlock sabía que esa noche, justo después de la cena, Sarah Sawyer, de sexto de hufflepuff, se quedaría sola en lo que debió ser una cita pero que no lo sería, porque su acompañante estaría en otro lugar esa noche. A pesar del cansancio de la práctica, a pesar del partido del sábado, y a pesar de que le hubiese dicho que no. John Watson estaría con él.

Y eso era extraordinario.

Elemental,  mi Querido GryffindorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora