—Eres patético, Moran, ni siquiera tienes una gota de orgullo propio. Un delincuente a sueldo, lo peor es que ni siquiera te pagan en galeones. Deberías sentir asco de ti mismo.
Cuando el slytherin dio un paso al frente dispuesto a eliminar con un Avada Kedavra la existencia misma de Sherlock Holmes, un brazo se posó sobre su pecho deteniéndole. James ni siquiera le dio una mirada, demasiado fascinado con la rara imagen de Holmes fuera de sí, tan solo porque Seb se había atrevido a poner sus manos con violencia sobre Watson, quien tosía sangre entre los brazos del ravenclaw.
Era un toque ligero, y Jim era mucho más débil que él, pero eso todo lo que necesitaba para que Sebastian se detuviese y le obedeciera. Un toque, una mirada, una simple palabra, y su vida estaba en sus manos.
Quizás Holmes no estuviese del todo equivocado y, al menos cuando se trataba de Jim Moriarty, Seb dejaba que su orgullo fuese pisado. Pero que importaba si en vez de eso tenía los labios del pelinegro solo para él. Su cuerpo retorciéndose bajo el suyo a mitad de la noche en el cuarto de las serpientes de séptimo, pudiendo sus ojos beber de esa perfecta desnudez. Que importaba ser un delincuente a sueldo que trabajaba por besos (aunque los galeones a final de mes tampoco eran despreciados), si a cambio el también obtenía lo que deseaba. A Jim.
Y por ello odiaba mucho a Sherlock Holmes, con cada partícula de su ser, con cada gota de su magia, porque él era el único capaz de arrebatarle por completo la atención de su compañero. Lo odiaba porque cuando él aparecía en escena, Sebastian se transformaba apenas en un adorno más en el ambiente, otro cuadro con movimiento al que Moriarty apenas recordaba, demasiado intrigado con la existencia misma del joven "aspirante a detective". James se olvidaba de él y de sus besos, de sus manos y de lo que hacían por las noches. Pero Sebastian jamás olvidaba.
Cuando estaban en la cama y James gemía y suplicaba su nombre, Sebastian se sentía completo por un momento. Se sentía poderoso porque sabía que él era en lo único en lo que el gran Moriarty podía pensar, al menos por unos minutos. Tenía la seguridad, cuando veía esos ojos manipuladores perdidos en el placer de sus embestidas, que Jim no tenía oportunidad de pensar en alguien más, y por un momento él era el jefe y el dueño de ese hombre. Él y nadie más.
Pero fuera de la cama jamás era así. De pie, con sus impecables uniformes Slytherin, él solo podía permitirse estar un paso por detrás de su querido Jim, cuidándole las espaldas, dejándose ordenar a cambio de una mirada, una caricia y un "buen chico" al finalizar el día, que desencadenaba noches apasionadas juntos. Noches en las que él volvía a tener el poder.
Y cuando ya no podía más, cuando los celos diurnos por culpa de ese bastardo Holmes eran demasiados para poder soportarlos sin comenzar a enviar Crucios y Avada Kedavras por doquier, Sebastian Moran pedía la tarde libre y se alejaba del dueño de su alma. Moriarty jamás preguntaba, quizás porque sabía a donde iría o quizás porque simplemente no le importaba, pero siempre le daba una mirada. Esa mirada que se le clavaba en el corazón. "Soy tu dueño". Sebastian solo podía inclinar levemente la cabeza. "Lo sé".
Cuando su corazón iba a explotar por los celos mal contenidos, Sebastian siempre iba a ese salón mágico el que James le había enseñado años atrás. Uno de los secretos mejor guardados de Hogwarts, había dicho su compañero. Solo tres paseos delante del viejo tapiz del Chiflado Bárnabas y tuvieron frente la habitación de Moriarty en Londres, al estilo minimalista muggle. Perfecto para la única follada de media tarde que tuvieron alguna vez.
Cada vez que buscaba entrar en esa sala, su mente estaba llena de Jim y frente a él siempre aparecía ese mismo cuarto, haciendo que la melancolía le acabase en dos segundos. Entraba allí y sin demora alguna se recostaba en la gran cama que habían compartido hace ya tantos años, entre las sábanas que, gracias a sus deseos, aún olían a su amante sin importar el tiempo que hubiese pasado.
Allí se permitía descansar, rodeado del olor de James por unas horas. Fantaseando con que estaban juntos entre las sábanas a medio día, en que sus miradas se encontraban y no existía ningún Sherlock Holmes que se interpusiese entre ellos. Sebastian se permitía soñar en esa cama como no se permitía soñar en ninguna parte, para luego salir de allí tan recompuesto de como siempre, tan serio y profesional como el primer día, dispuesto a seguir un paso atrás de Moriarty, seguirle y obedecer cada una de sus órdenes como el perro bien entrenado que era, a cambio de unas cuantas caricias adicionales.
Porque quizás Holmes tenía razón y Sebastian no tenía orgullo propio cuando se trataba de James; quizás era cierto que se dejaba ordenar y se quedaba atrás cuando quería romper sus puños contra el rostro perfilado del ravenclaw tan solo porque su compañero le ordenaba detenerse. Pero también era cierto que la Sala de Menesteres Moriarty solo se la había enseñado a él. Solo a él, y allí entre la magia de lo imposible y lo improbable Jim le había dejado ver por primera vez un pedazo de su alma. Sus labios se abrieron, hinchados por los besos y mordiscos que el rubio le hubo dado y le sonrió de una manera que retorció el corazón de Moran. "Te necesito" susurraría por primera y única vez, haciéndole sentir necesario y deseado. Y porque le necesitaba, Sebastian jamás se iba a alejar de él.
Cada vez que entraba a esa sala y se recostaba entre las sábanas que habían compartido hace años Sebastian pensaba en la respuesta que debió darle a James cuando este le pidió, casi sin palabras pero con los ojos blandos, el que nunca le abandonase. La respuesta que debió susurrarle antes de tomarle entre sus brazos y no soltarle más. La respuesta que nunca dio pero que piensa cada vez que Jim le detiene tan solo con una mirada, un toque o una palabra. Lo que quiere decirle cada noche mientras le toma en el cuarto de los Slytherin, protegidos por hechizos de privacidad y las cortinas insonorizadas.
"Te quiero".
Nunca lo dice, porque sabe que realmente no importa. Sin embargo el sentimiento siempre estará allí. Así como Sebastian siempre estará para Jim. Aunque este no pueda verle cuando Sherlock Holmes está delante.
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Elemental, mi Querido Gryffindor
FantasySherlock Holmes es demasiado brillante para su propia seguridad y un castillo como Hogwarts, por enorme y mágico que sea, se hace demasiado pequeño para satisfacer su curiosidad y mantener su vida suficientemente entretenida. ¿Qué queda? Solo meters...