18.- Patronus

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Habían ciertas creencias que Jim Moriarty tenía fijamente arraigadas en su vida. Una era que él era la mismísima perfección. Saber esto era básico para ser Jim Moriarty, ya que cualquier cosa por debajo de la perfección estaba bajo él y, por lo mismo, era proclive a ser dominado y/o destruido, dependiendo de la utilidad en su vida.

Otra creencia era que no había imposibles para la magia, solo reglas absurdas y gente demasiado inútil y floja para esforzarse por intentar romperlas. Vamos, que la Ley de Gamp de Transfiguración Universal era solo basura para Jim, en un intento de convencer a la gente de que habían imposibles para no alentarlos a intentar romper los límites. Él sabía esto y apenas pusiese un pie fuera de Hogwarts se iba a enfocar a romper todos esos límites y volverse el mago más grandioso de todos los tiempos. Mucho más que ese patético de Lord Voldemort, Albus Dumbledore o Gellert Grindelwald. Incluso Merlín no le tendría comparación.

Sin embargo, había que ir paso a paso, poco a poco avanzar hacia su futuro de grandeza, destrozando los muros que se le interponían en su objetivo. Y ahora estaba frente a un muro especialmente duro.

—No es la gran cosa, Jim —le restó importancia un poco más allá Sebastian—. ¿Qué importa si no puedes convocar un Patronus? Eso no entrará en el EXTASIS —el humo del cigarrillo del rubio se elevó por el aire hasta perderse entre las copas de los árboles rumbo al cielo oscuro.

Se encontraban en medio del Bosque Prohibido mucho más allá de media noche. Moriarty se había negado en redondo a practicar en algún lugar concurrido y no confiaba en las paredes del castillo. Bien sabía él que todas tenían ojos y oídos. Así que allí estaban, una fría noche de Mayo congelándose los huesos mientras el moreno intentaba inútilmente hacer surgir algo de su varita.

—¡MIERDA!

Por enésima vez en la noche la varita de Jim se vio azotada contra el suelo de tierra mientras el Slytherin respiraba agitadamente, con las mejillas arreboladas por la furia. Sebastian dejó caer al suelo lo que le quedaba de la colilla y la pisó con la bota para luego acercarse y recoger la varita de su compañero, no, su amo. Se la devolvió con tranquilidad y buscó su mirada.

—Es solo un puto hechizo, Jim. A nadie le interesa.

—¡Pues a mí sí me interesa! A mí me interesa porque no puedo creer que ese puto Watson pueda hacerlo terriblemente fácil, que hasta la patética Hooper lo pueda hacer con apenas un tropiezo. Hasta el jodido Malfoy, con su asquerosa sangre de mortífago traidor, puede realizar correctamente un Patronus ¡Así que no vengas a decirme que no interesa! —prácticamente le escupió en la cara.

Seb, acostumbrado a las reacciones violentas y exageradas de Jim, solo le devolvió la mirada antes de jalarle por la cintura sin importarle que el más bajo se retorciese entre sus brazos, besándole con fuerza. Por un momento solo recibió golpes y estuvo seguro de que iba a recibir también un hechizo –un Depulso, por lo menos, a lo mejor hasta un Crucio–, pero pronto el otro Slytherin estaba devolviéndole el beso con ferocidad.

Por largos momentos no se escuchó nada más que el húmedo sonido de sus labios, apenas tocándose por encima de la ropa, demasiado concentrados en sus bocas, hasta que el aire les hizo separarse. Seb solo deseaba que Jim por fin se hubiese relajado un poco, y al parecer lo había conseguido. El moreno le observaba silencioso hasta que depositó un suave beso en la garganta de Moran, ganándose un estremecimiento.

—Es cierto, no necesito poder convocar un Patronus, así como no tengo idea de cómo disparar una Kalashnikov. Para eso te tengo a ti. Tú puedes hacer un Patronus ¿no? Muéstrame —exigió aunque la sonrisa jamás abandonó su rostro, mientras le empujaba para alejarle de su cuerpo.

Elemental,  mi Querido GryffindorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora