El Trabajo Perfecto

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Esta mañana he entrado en la oficina de Hyejin seguro de que iba a despedirme. En realidad, eso no es responsabilidad de mi jefa. Esa tarea recae en Recursos Humanos, pero se han cargado este departamento. Edge, la revista para la que he escrito y a la que me he dedicado en cuerpo y alma desde que me gradué en la universidad, pende de un hilo.

Cuando solo he dado tres pasos en el interior de la sala desordenada y atestada de revistas viejas, nuestras y de la competencia, noto el desayuno (un café con dos azucarillos y una tostada de trigo integral con mermelada de fresa) como si fuera una piedra en el estómago.

Sin ni siquiera levantar la vista de la carpeta que tiene en la mano, Hyejin señala la silla que tiene enfrente.

—HoSeok, siéntate.

Me siento en silencio mientras se me ocurren un millar de cosas que decir: puedo hacerlo mejor; puedo hacer más; deja que haga más, dos artículos a la semana en vez de uno. Hasta se me pasa por la cabeza lo siguiente: trabajaré gratis mientras sea necesario.

No puedo permitirme trabajar sin cobrar. Vivo de alquiler, todavía estoy pagando el préstamo que pedí para financiar mis estudios y tengo una madre a la que quiero con problemas de salud y sin seguro médico. Pero me encanta mi trabajo. No quiero perderlo. Siempre he querido ser lo que soy ahora, en este momento, cuando mi destino recae en ella.

Así que aquí estoy, sentado, con miedo y una sensación de pérdida inminente mientras espero que Hyejin baje su carpeta y me preste atención. Cuando nos miramos, me pregunto si la próxima historia de mi vida que contaré es la de mi despido.

Me encantan las historias. Cómo moldean nuestra vida. Cómo marcan a personas que ni siquiera nos conocen. Cómo pueden impactarnos hasta cuando un acontecimiento no nos ha ocurrido exactamente en primera persona.

De lo primero de lo que me enamoré fue de las palabras que mi madre y mi abuela me decían sobre mi padre. Gracias a esas palabras entendí que no tuve un padre en la vida real. Las organicé por grupos y memoricé las historias que formaban. Dónde había llevado a mi madre en su primera cita (un restaurante japonés), si su risa era divertida (lo era) o cuál era su bebida preferida (Dr Pepper). Crecí fascinado por las historias y todos los hechos y detalles que me permitían dar forma, en mi mente, a los recuerdos de mi padre, que me han acompañado toda la vida.

Mis tías me decían que soñaba cuando afirmaba que quería que las palabras fueran mi profesión, pero mi madre citaba una y otra vez a la madre de Picasso:

—La madre de Picasso le dijo que, si se alistaba en el ejército, sería general y que, si se hacía monje, llegaría a papa. En vez de eso, fue pintor y se convirtió en Picasso. Eso es lo que siento cuando pienso en ti. Así que, HoSeok, hazlo que desees hacer.

—Le echaría más ganas si tú también hicieras lo que deseas —le contestaba siempre, abatido por ella.

—Lo que yo deseo es cuidarte —me respondía.

Es una pintora magnífica, pero nadie lo cree, excepto yo y una pequeña galería que quebró meses después de abrir. Por ello, mi madre tiene un trabajo normal y la Picasso que lleva dentro está silente.

Pero ha sacrificado mucho para ofrecerme una educación y más cosas. Como soy un poco tímido con los desconocidos, muchos de mis maestros no me animaron. Ninguno creía que tuviera agallas para dedicarme al periodismo extremo, así que me aferré a lo único que pude: a la motivación de mi madre y a su fe en mí.

Llevo trabajando en Edge casi dos años. Los recortes en la empresa empezaron hace más de tres meses y mis compañeros y yo tememos ser los próximos. Todos, yo incluido, estamos dando el ciento diez por ciento de nosotros. Pero, para un negocio inestable, no es suficiente. Por lo visto, la única manera de salvar Edge es una gran inversión que no parece llegar o publicar historias mucho mejores que las que hemos estado ofreciendo.

Sinfulness (V-Hope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora