Después de la fiesta

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Seguro que mi madre está dormida. No ha respondido. Todavía me siento como una mierda. Joder, soy una mierda. Gruño, me cubro las rodillas con la polera, me abrazo las piernas y entierro el rostro. Al cabo de un rato, oigo el timbre de la puerta de la calle. No voy a contestar. De verdad que no.

A la tercera vez, que suena, me doy por vencido y me dirijo al telefonillo, que está en la cocina.

—¿Sí?

—Soy yo.

TaeHyung.

Echo un vistazo de forma frenética a la vivienda que comparto con Jin. El edificio es una antigua fábrica convertida en apartamentos. Las puertas que dan a los dormitorios se encuentran en un pasillo corto, uno a la derecha y otro a la izquierda. Hay estanterías de madera pintada y columnas de metal entre la cocina y la sala de estar. Tenemos un agujero en la pared entre el comedor y la despensa, y la solución más barata que encontramos en ese momento fue colgar una gran pizarra ahí, en el lado del comedor, donde escribimos cosas cuando estamos borrachos o simplemente cuando tenemos ganas. Era mi pizarra de ideas, pero los chicos la secuestraron.

Es un... hogar. Mi hogar. ¿Qué pensará de él?

El apartamento me hace sentir orgulloso, es mi pequeño remanso de paz, y ahora ÉL está aquí, y será una experiencia intensa. Ha pasado un tiempo desde que mis amigos y yo tuvimos esta conversación, pero ningún hombre ha cruzado la barrera sagrada del umbral de mi apartamento. Nunca. Él es el primero. El primerísimo.

Me pone nervioso que vea mi casa, mi zona de seguridad, algo de lo que estoy orgulloso y que me hace feliz, a través de unos ojos que han visto mucho más del mundo. Mucho más que yo. Lo que a mí me parece bonito puede que a él le parezca simple y aburrido.

—Sube —murmuro, y le abro la puerta. Luego salgo corriendo a mi dormitorio, me pongo mi short y me cambio la polera por una camiseta larga. Por último, compruebo mi reflejo en el espejo del baño.

Suspiro desesperado al verme los párpados hinchados, me lavo la cara con jabón y me dirijo a la puerta. Está esperando fuera cuando la abro, apoyado contra la pared y una mano en el bolsillo mientras se mira los zapatos con el ceño fruncido.

Levanta la vista hacia mí. Siento que se me paralizan las piernas, como si no les llegara bien la sangre. No sabe lo difícil que me resulta dar un paso atrás e indicarle que entre. Dios, tiene tan buen aspecto como hace minutos u horas, tanto que casi tropiezo con la alfombra.

—¿Te apetece un café?

Echa un vistazo a la vivienda y asiente con la cabeza.

Tiene la corbata suelta y le cuelga del cuello. Los botones superiores de la camisa están desabrochados. El pelo se le riza por la zona del cuello de la camisa y, cuando se lo despeina y sigue inspeccionando mi vivienda, se le pone de punta por toda la cabeza, oscuro y precioso. Tengo que luchar contra el impulso de extender el brazo y tocarlo. En vez de eso, llevo dos tazas de café a la mesa de centro. Me siento en el sofá y lo veo sentarse en mi sillón de lectura favorito, donde se me ocurren las mejores ideas. Me da un poco de miedo no poder volver a usarla sin recordar que él se sentó ahí.

—Siento haber huido —susurro. Deslizo una taza por la mesa y retiro la mano antes de que él la alcance.

—Me dijeron que no te sentías bien. —Se inclina hacia delante, ignorando el café. Ignorando el apartamento; todo, excepto yo.

Su mirada minuciosa me hace agachar la cara y exhalar.

—Sí, supongo que así era —afirmo.

—¿Te ha molestado alguien, HoSeok?

Sinfulness (V-Hope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora