Noche

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El domingo, en otra acampada vecinal, sigo recordando lo que ocurrió en la discoteca mientras busco en el móvil nuevos enlaces relacionados con él. Qué extraño. Últimamente no ha estado nada activo en las redes. Apenas ha habido ninguna gran fiesta a la que se le haya vinculado desde esa afterparty a la que no me permitió asistir.

Noto, como en un segundo plano, que cinco chicos han estado entrando y saliendo del parque, montando la que creo que es la tienda más grande que he visto en la vida. Todo el mundo está metido en su saco de dormir comiendo nueces, bayas o malvaviscos. Me giro para mirar de nuevo la enorme tienda y me pregunto qué demonios está pasando.

—Oye, ¿sabes de quién es esa tienda? —le pregunto a la chica que hay junto a mí, una asistente frecuente a acampadas que se llama Olivia y que está organizando sus cosas junto al saco de dormir.

Se gira para mirar la enorme tienda situada en el extremo de la zona de acampada y se encoge ligeramente de hombros.

—No tengo ni idea, pero está claro que quienquiera que sea quiere dar la nota.

Me río un poco y vuelvo al saco de dormir. Hace unos diez minutos que no han regresado los hombres, así que supongo que ya han terminado con la tienda.

Coloco el saco de dormir junto al de Olivia. El sol se está poniendo y parece que todos se están relajando. Como necesito desconectar de ellos y tratar de relajarme y prepararme para dar caza a ya sabes quién la próxima semana, saco los auriculares y escucho algo de música, tendido bocarriba y mirando los rayos de sol que entran a través de las hojas de los árboles. A veces, una ráfaga de aire me enfría la piel y me agita el cabello.

Respiro hondo, disfrutando de la sensación de la hierba bajo mi ligero saco de dormir. Lo tengo desde hace años. Me lo llevé a mi primera fiesta de pijamas, en séptimo grado, y lo he usado en estas acampadas, aunque en estos años ha perdido relleno, pero me niego a tirarlo.

Olivia me da unos toquecitos en el costado, me reincorporo un momento y extiendo el brazo para tomar un malvavisco que me ofrece. Entonces, de reojo, veo una figura oscura. Al girarme, veo a Kim TaeHyung bajando del coche mientras balancea una bolsa de viaje sobre el hombro. El corazón me da un vuelco. Me giro para mirar a Olivia y veo que todos observan a TaeHyung y se susurran cosas al oído. Fantástico.

Olivia también lo observa.

—Este no es el tipo de dulce que esperaba que tendríamos en la acampada.

Trago saliva y me centro en masticar el estúpido malvavisco que tengo en la boca.

TaeHyung se dirige a su tienda mientras contempla el trabajo de sus empleados y coloca la bolsa de viaje en el suelo. Escudriña la multitud, buscando a alguien, y siento que me vuelve a dar otro vuelco el corazón. Todos intentan actuar con toda la normalidad posible, pero noto que tienen la atención fija en el hombre de más de metro noventa con pantalones negros y camisa blanca que está de pie junto a una enorme tienda para diez personas. Al igual que la cara de Olivia, las de los demás expresan un completo asombro mientras especulan, y es probable que empiecen a adivinar de quién se trata.

Una joven con el cabello rubio rojizo se tropieza.

—¿Kim? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta mientras el pecho le sube y baja demasiado rápido.

Kim la mira. Parece tratar de ubicarla cuando la rubia habla de nuevo.

—¡Tammy! — le dice casi entre risas y preparada para explotar—. Tammy, del Ice Box, ¿recuerdas? Estuviste allí con tus amigos y yo con mis amigas...

—Oh, sí —murmura sin inflexión y, luego, levanta la mano a modo de despedida despreocupada—. Me alegro de verte, Tammy.

La deja boquiabierta un buen rato cuando él se aleja y se dirige directamente (directamente) hacia mí. Oh, Dios. ¿Cuándo me ha visto?

Sinfulness (V-Hope)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora