El canto de los ángeles

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Estar así es inmoral. Una cosa es querer conocer a tu prometido y otra muy distinta es estar semidesnuda en su cama.

Aunque después de lo que paso no importa mucho. No sé cuantas horas han pasado, después de que Gaadriel me curo las heridas seguí llorando hasta quedarme dormida y despertar entre las sabanas rojas con oro bordado. Sí, Gaadriel me había dejado dormir en su cama, quizá por pena.

Cuando abro mis ojos me doy cuenta que han pasado varias horas desde que llegue, el cielo está casi oscuro y las nubes han vuelto a cubrir el cielo por completo. Sentado frente a la chimenea esta Gaadriel, está leyendo un libro y no se ha percatado de que ya estoy despierta. Me pregunto si se habrá quedado aquí todo este tiempo.

Alzo mi cuerpo para salir de la cama sin recordar mis heridas, al momento gimo de dolor. El chico se da cuenta que he despertado y en segundos se traslada a mi lado para revisar mis heridas.

—¿Duele?

Asiento sin poder decir una palabra, parece que ahora siento el dolor real.

Sus dedos se trasladan a mi heridas, rozan la piel de mi pierna, me estremezco no solo por el dolor, también por el tacto.

—Estoy bien —digo mientras tomo su muñeca y la aparto de mi cuerpo.

Gaadriel baja la mirada sin insistir en tocarme, estoy agradecida por lo que ha hecho pero no me olvido de lo que es y de lo que me ha dicho, no creo su afán de ser caballero.

De pronto suenan dos golpecitos en la puerta, miro a Gaadriel y le suplico que no conteste, si alguien nos ve será mi fin, una dama no debe estar semidesnuda en la habitación de un hombre. Pero el chico no me hace caso.

—Adelante.

—Les he traído la ce...

Chad se queda petrificado. Me mira directamente a mí y baja por todo mi cuerpo dándose cuenta que solo llevo mi camisón. Mis mejillas arden de la vergüenza y tengo que taparme con las sabanas porque no puedo ver el rostro del anciano.

—Perdón si interrumpo— dice con vergüenza— les he traído la cena señor.

—Gracias , Chad.

El anciano se termina por ir, dejando dos platos sobre la mesilla. Me destapo el rostro cuando escucho la puerta cerrarse, miro a Gaadriel, en el se dibuja una gran sonrisa, me lo quedo mirando un tiempo, es diferente a las demás, no es malévola como a las que acostumbra, realmente se está riendo y creo que al fin veo algo real en él.

—¿De quŕ te estás riendo?

—De nada —dice encogiendo los hombros— ¿Por qué estas tan roja?

Su pregunta hace que me avergüence aún más, lo ha notado. Trato de tapar mi escote con las mantas, aunque sé que antes ya lo ha visto, así que poco importa ahora.

—No te preocupes, no hay mucho que ver.

No tengo palabras para responderle, es realmente muy molesto. Descortés y atrevido. Pero estoy en su cama, me ha salvado la vida, me ha curado y tampoco tengo ganas de pelear, así que solo por ahora lo dejo pasar.

Gaadriel acerca uno de los platos, es una sopa de verduras.

—Come.

Trato de pararme pero entonces me lo impide.

—No creo que puedas caminar, solo come.

Si no puedo caminar, ¿cómo voy a volver a mi cama?, no pienso pasar la noche en este lugar.
Termino aceptando la sopa y me la devoro en cinco minutos, no he comido desde el desayuno y me he saltado la comida de mediodía.

Princesa sin linajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora