I_ Inicios

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Una mirada resignada y repleta de desesperanza llamó su atención

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Una mirada resignada y repleta de desesperanza llamó su atención. El General Du Couteau se encontraba sentado en su asiento en forma de trono en el despacho de su hogar cuando dos guardias ingresaron. Armados con picas y lanzas, traían arrastrando de los brazos a una escuálida niña de no más de diez años la cual no dejaba de observarlo.

—¿Qué tenemos aquí?— preguntó con una leve sonrisa de burla hacía la niña.

—Es la que mató a Regulus, señor—.

El hombre se levantó de su asiento y rodeó su escritorio lentamente rozando dos dedos sobre la madera. Se detuvo justo delante de la niña, y se agachó a su altura para mirarla directamente. El olor desagradable entre la sangre y lodo que traía la pequeña no lo incomodó, puesto que lo trasladaba a su más reciente batalla expansionista dirigida en Shurima.

—Así que tú derrotaste a tu propio amo, ¿eh?—

La niña no respondió, bajó la cabeza y dejó caer su peso en las manos de los soldados que la sujetaban.
El general noxiano rió ante su comportamiento y se puso de pie para volver a su escritorio y tomar asiento.

—A estado así todo el día, señor—. Comentó uno de los guardias que la cargaba. —Se niega a hablar y a moverse—.

—Es un completo estorbo, mi general—. Habló el segundo soldado. —¿Qué haremos con ella?—

El aristócrata apoyó el dedo en su mentón en un gesto de duda, y se tomó unos minutos para pensar.

—Matenme— rozó la voz áspera y quebrada de la niña.

Los soldados se miraron perplejos entre sí unos instantes.

—¡Matenme!— volvió a gritar la niña entre sollozos.

El general se puso de pie nuevamente y con una seña ordenó a los presentes que se retiraran. Los soldados soltaron al infante, que cayó en seco al suelo y se retiraron en silencio.
Du Couteau levantó la cabeza de la pequeña tomándola desde el mentón; Encontrándose así con ojos que aún llorosos erizaban la piel. Las pupilas rubíes de la muchacha destilaban una fiereza que no podía ser enseñada, mas sentía la responsabilidad de avivar aún más esas llamas titilantes en los luceros de la pequeña.

—¿Cuál es tu número?—

La niña se tomó unos momentos para responder, y finalmente miró a los ojos a su posible verdugo sin otorgar respuesta.

—¿Cuál es tu número?— volvió a insistir el general.

—No...no lo- recuerdo—, musitó tartamudeando la niña en voz baja. —Pero mis criadores me dieron un nombre—.

El mayor resopló invocando paciencia. Si se tratara de cualquier otro niño soldado la hubiera matado sin dudar, pero ella era especial. A su corta edad había armado un plan de escape con un compañero y aunque no llegaron muy lejos al llevarla de vuelta al orfanato la niña fue capaz de matar a su amo en una rebelión.

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