VIII_ Condena

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¿Qué tanto vive un ave enjaulada?

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¿Qué tanto vive un ave enjaulada?

No, no sobrevivir. Vivir.

Habían pasado nueve noches desde que había llegado a la Orden de la Sombra. Y desde ese día casi no había probado un bocado. 

—Dejarte morir no es buena opción para que Zed te acoja como miembro—.

Ante el comentario, Kuma sonrió con sarcasmo.

—¿Y envenenarme, Kayn?— preguntó cansada tirada en el piso de su celda. —¿Es esa una buena opción para servirle?—

El pelinegro atravesó las rejas que mantenían cautiva a Kuma, quien tenía las muñecas atadas a su espalda con grilletes anti magia.

—¿De qué hablas?— preguntó el sombrío.

Kuma rió de lado y desvió la mirada para evitar verlo directamente. Se sentía incomoda frente a él, no lo había visto desde que la raptó hasta ese lugar.

—Como si no supieras...— musitó.

Kayn se fastidió y la tomó del cuello de su ropa para que sus miradas choquen. Una batalla por el control de la situación inició cuando sus pupilas se encontraron. 
Por una parte, el sombrío se sentía ligeramente intimidado por los penetrantes rubíes de la albina que eran idénticos a los de su mentor.
Y por la otra, era Kuma la que se sentía poca cosa frente a él. Sabía que Kayn conocía todo de ella, Khaara se lo había avisado cuando despertó tres días después del ritual y por si fuera poco estaba débil por no comer. Dormía mucho y ya no podía ponerse de pie.

Kuma exhaló bajando la mirada apenada, pero Kayn pudo ver un par de lagrimas recorrer sus mejillas.

—¿Qué no me estás diciendo, Kuma?—

—Hay un ... tipo...— comenzó a hablar. —Me trae comida podrida y envenenada. Y no pienso comerla, Kayn—.

—¿Quién es?—

—¡Como voy a saberlo!— espetó —Trae una máscara que lo cubre hasta la mitad de su rostro así que no puedo ver sus ojos o cabello. Creo que es vastaya—.

—Yusari...—, gruño Kayn.

Se levantó de inmediato. Estaba molesto e incluso emanaba sombras de su cuerpo. Y haría que el acólito que se había metido con su prisionera pagara. 
Rápidamente fue hasta su habitación y tomó a Rhaast de la bolsa para dirigirse hasta el patio de la Orden.

—¿Iremos de caza?— preguntó la guadaña sintiendo la molestia de Kayn.

El pelinegro no respondió. 

La gente se abría paso frente a él, y algunos lo siguieron con curiosidad para ver al Segador Sombrío en acción con la nueva guadaña.

—Yusari...—, habló despacio frente al vastaya que yacía recostado en una roca. —¿Qué crees que haces con mi prisionera?—

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