ALEXIA STONE

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Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate.

                                                                                                                             Chuck Palahniuk. «Asfixia»

¿Nunca sintieron que el lugar donde vivían era el más apacible y hermoso rincón del mundo? Yo también lo sentía, hasta que algo cambió mi vida para siempre.

Desde entonces, me vi entrampada en un laberinto de muerte y dolor, condenada a vivir día tras día en vilo; con el corazón en un puño durante semanas que parecieron siglos, sumida en la más profunda de las oscuridades. Sentía que debía encontrar la punta del ovillo que me guiara hacia la salida, eludiendo todos los recovecos, obstáculos, puertas falsas, trampas y todo tipo de sufrimientos imaginables.

Esta es mi historia.

Todo comenzó un 23 de Septiembre, pleno otoño en Nocksville, mi pueblo natal. Aquel día el sol recién asomaba, cuando escuché unos gritos desgarradores.

Salté de la cama y bajé corriendo las escaleras.

— ¿Papá, estas ahí? —pregunté con el corazón saliéndose de mi pecho.

Me acerqué en puntillas a la cocina. Al asomarme, vi su jarro de café en el fregadero.

Gritos y llantos hicieron que fijara la vista en el televisor encendido. El canal de noticias mostraba una escena dantesca: gente gimiendo desconsolada detrás del cordón policial que rodeaba a una casa. En ese momento la cámara enfocó a un grupo de policías sacando desde el interior de la casa varios cuerpos para depositarlos junto a otros cadáveres ya cubiertos con plásticos negros.

De pronto una mujer, seguramente familiar de alguna de las víctimas, levantó la faja de seguridad y se abalanzó sobre uno de los cuerpos para darle un último abrazo. Dos policías la arrastraron sin compasión hasta el otro lado del cordón, mientras la pobre mujer daba alaridos y luchaba por soltarse. No pude contener mis lágrimas.

Ahora entrevistaban al jefe del operativo. Tomé rápidamente el control del televisor para subir el volumen.

—Comisario, ¿qué fue lo que sucedió?

El policía se sacó la gorra y secó el sudor de su frente. El rostro reflejaba consternación y desconcierto.

—Diez minutos después de la medianoche, recibimos un llamado anónimo denunciando que había gente muerta en «la casa de cristal», frente al lago. Al llegar a la vivienda, la única de ventanales inmensos que existe en ese lugar, nos encontramos con treinta y tres cadáveres: jóvenes de entre 13 y 20 años sentados en el living, uno al lado del otro, como mirando al lago a través de los vidrios.

— Se habla de que todos ellos tenían un celular o una tablet en sus regazos. ¿Es así? — preguntó uno de los periodistas.

— Sí —contestó a secas.

¿Cómo pudo ocurrir eso? ¿Quién pudo haberlos matado? Sentía indignación, miedo y angustia al mismo tiempo. Me concentré nuevamente en el relato del policía.

— ¿Se sabe cuál ha sido la causa de tantas muertes?—preguntó otro de los periodistas.

—Estamos en plena investigación. Lo único que puedo decirles es que no hay rastros de sangre, ni de violencia.

—Parecería ser un suicidio colectivo vinculado con las redes sociales ¿verdad?—se aventuró a afirmar el más alto y corpulento del salón, conocido en el pueblo por el estilo sensacionalista y controversial de sus reportajes.

El Maestro Del Juego(completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora