CAPÍTULO 15

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Convertirse en un valiente no es la meta. Eso es imposible. Se trata de aprender cómo controlar tu miedo y cómo liberarse de él.

                                                                                                                          Verónica Roth. «Divergente»

Era la presa perfecta. Estaba sola, indefensa. Pensé inmediatamente en las amenazas.

Los segundos transcurrían. Silencio absoluto.

Tomé coraje y salí del baño.

Abrí aterrada la puerta de mi placar. Nada. Casi desfalleciendo me agaché para revisar debajo de la cama, pero al incorporarme noté que la ventana de mi habitación estaba apenas entreabierta: alguien se escabullía en medio de la oscuridad entre los arbustos del jardín.

Recién ahí comencé a respirar con normalidad pero sabía que el terror no me dejaría dormir. No era el mejor momento para conectarme, lo sabía, pero debía demostrar mi interés al Maestro.

Al abrir Facebook, la consigna para el día siguiente me esperaba.

El Maestro: Hola, sigue así, vas muy bien. Ahora quiero pedirte dos cosas. La primera es que te levantes a las 3:33 de la madrugada y escuches la música que te dejo abajo en el link. La segunda es que te escribas en el cuerpo: «CONFÍO SOLO EN TI» y repitas en voz alta esa frase, mientras te pinchas varias veces la mano o la pierna. Filma el desafío y envíamelo. Ya casi estás lista para subir de nivel.

«¡Qué demente!», pensé sin despegar los ojos de la pantalla. Había ganado su confianza y no podía decepcionarlo o echaría todo a perder.

Permanecí mirando al techo y dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Cuando volví a mirar el reloj, ya eran las tres de la mañana.

Me calcé los auriculares. La música del link, si es que a ese ruido podía llamársele música, era francamente espantosa. ¿Cómo podría describirla? Era como un taladro neumático que perforaba mi mente. Aproveché ese estado de aturdimiento que no me dejaba pensar con claridad para cumplir con el resto del desafío.

Luego de enviar la filmación dormité por momentos, dolorida, pensando si no habría tomado ya un camino sin retorno.

¿Y si terminaba perdida en ese laberinto de espantos sin poder diferenciar lo normal de lo anormal? ¿Era tan fuerte como me creía para poder eludir esta locura? Estaba jugando al límite, y lo sabía.

Aquella mañana desperté aferrada a mi almohada, angustiada y temiendo por la vida de mi amigo. Camino al instituto, arranqué un puñado de flores del jardín de la casa de una vecina y corrí directo hacia su casillero.

Recuerdo haber dejado sobre el suelo el ramo de lavandas a modo de ofrenda y haber escrito con un marcador negro sobre la hojalata: «Jack, te voy a encontrar».

El timbre me abdujo de mis pensamientos y así, enjugándome las lágrimas, corrí para leer aunque mas no fueran un par de páginas antes del examen de química.

Pero el salir al recreo presencié algo que me rebeló por completo: el momento justo en que el consejero de la preparatoria acorralaba a un alumno que acababa de dejar una flor al pie del casillero de Jack.

— ¿Sabes quién escribió este casillero? — preguntó en forma intimidante.

El pobre chico solo atinaba a negar con la cabeza. El metro noventa, la cabeza rapada y la contextura de jugador de futbol americano del consejero, intimidaban a la distancia.

El Maestro Del Juego(completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora