CAPITULO 40

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A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.

Alphonse de Lamartine

Teníamos los minutos contados antes que Nick regresara de un partido de básquet organizado en el Instituto. Noah, a pesar de no poder creer aún el rol que ocupaba su hermano en esta mecánica siniestra, era consciente de que la vida de Jack dependía en gran parte de nuestra rapidez al actuar. Debíamos revisar su habitación cuanto antes.

Abrimos cajones, revolvimos estantes, revisamos cada caja de sus juegos electrónicos. Encontramos recortes de periódicos que revelaban su fanatismo no solo por John Carter, sino por el creador de la ballena azul: Philipp Budeikin, además de anotaciones varias acerca de los desafíos del macabro juego. También entre las hojas de un libro, una carta manuscrita que reveló la profunda devoción de Nick por este delincuente. La misiva estaba lista para ser enviada a la cárcel donde transcurre su condena por incitación al suicidio. Fue shockeante leer que Nick «esperaba instrucciones» para preparar su fuga. Daba la sensación de que habían estado en contacto recientemente. No podíamos saber con exactitud cómo.

Cuentos y novelas gore habían sido guardados celosamente dentro de folios junto a un cuaderno donde describía posibles escenarios de suicidios y de torturas para ejercitarse en el dolor.

Intentamos una y otra vez acceder a su laptop pero fue en vano. Nos resultó imposible descubrir la contraseña para desbloquearla.

Con toda la información recabada y el mp4 de Jack nos presentamos ante el juez de turno. Ordenó el allanamiento de las viviendas de Nick, Peter y de mi padre al día siguiente.

Se supo luego que en sus laptops se descubrieron mails ensalzando la figura de Budeikin y del propio John Carter, además de información acerca de sectas y una especie de manual con todo tipo de prácticas para infringir dolor. Mi padre, como era de esperarse, no dejó en casa ningún rastro que pudiera incriminarlo, y no tenía ningún teléfono móvil para rastrearlo.

Tras pasar a disposición del juez interviniente en la causa, Peter confesó tras varias horas de interrogatorio haber participado del secuestro de Jack, junto a Nick y mi padre. Mi amigo los había amenazado con denunciarlos a la policía. También informó que Jack fue trasladado a la granja habitada desde hace años por seguidores de «el maestro». Se negó a revelar su ubicación y aseguró desconocer si Jack seguía con vida.

Nick, sin mostrar arrepentimiento alguno, justificó el secuestro como un acto necesario para preservar el plan divino que tenía John para este mundo.

Por pedido expreso de mi parte, se les preguntó a ambos sobre el paradero de mi madre, mi padre y sobre el «suicidio del fin del milenio».

Nick, como era de esperar, declaró desconocer el paradero de John y de mi madre y se negó a brindar información acerca del suicidio en masa. Peter tan solo mencionó que Helen Swan podría estar entre los habitantes de la granja, pero que no podía asegurarlo. Fueron revelaciones dolorosas pero al mismo tiempo esperanzadoras: Jack y mi madre podrían estar aún con vida. Tenía la íntima convicción de que independientemente de cualquier investigación que ordenara el juez del caso, yo debía encarar una vez más esta búsqueda a mi manera.

Estaba dispuesta a mover cielo y tierra para encontrar esa granja donde Jack y mi madre podrían estar en cautiverio y para evitar la masacre colectiva que esos dementes estaban planeando.

Desperté al día siguiente con un aroma delicioso a pan caliente.

Un plato de tostadas, una compotera con dulce y los jarros cascados sobre la mesa prestos a recibir el agua caliente, me esperaban en la mesa.

El Maestro Del Juego(completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora