CAPITULO 22

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Y acaso la mayor bendición fue que nunca supimos que nos quedaba poco tiempo.

                                                               Stephen King. «Un saco de huesos»

El tiempo de la purificación final estaba próximo a llegar. Los jugadores lo sabían y eso les generaba aún más ansiedad.

Con la pantalla a oscuras y puntual como siempre, la voz del Maestro resonó:

—Saben que a nadie le interesa su sufrimiento ¿no? Solo a mí. ¡A mí! Solo yo puedo protegerlos y salvarlos. Nunca lo olviden, ¡Nunca! He sido enviado para mostrarles el verdadero camino hacia la salvación—e hizo una breve pausa— Ahora piensen en la felicidad que les espera. Falta poco... créanme. Muy poco. ¡Que comience este nuevo viaje!

La pantalla se encendió y mostró el personaje con el puño en alto, montado sobre el lomo de un dragón dorado de alas inmensas. Con una música épica de fondo, el jugador tomaba en pleno vuelo las banderas ubicadas en la cima de las montañas nevadas, acumulando energía y escudos luminosos.

Después debía descender para buscar los depósitos de comida señalados en su mapa. Luego de equivocar varias veces el camino, atravesó un puente colgante que lo condujo hacia una granja abandonada: allí utilizó un pico de cristal para perforar las paredes y un taladro punta de diamante para abrir los candados de las cajas metálicas donde se guardaban las provisiones. Pero al salir con la mochila cargada con todo lo necesario para su supervivencia, se desató una tormenta feroz. La nieve azotaba sin piedad al jugador que atravesaba el bosque cubriéndose los ojos mientras sus pies se hundían en la nieve.

A duras penas llegó al castillo en medio del vendaval, su perímetro estaba cubierto de nieve a excepción de un hueco en el subsuelo donde otrora funcionaron los calabozos. Sin dudarlo entró.

Todo era oscuridad. Unos ruidos extraños provenientes del fondo de aquel recinto llamaron su atención. Encendió una antorcha, caminó unos pasos y al aproximarse al fondo del recinto se encontró con un nido con dos huevos enormes y agrietados. Estuvo a punto de tocarlos cuando un rugido ensordecedor retumbó en todo el calabozo.

Allí estaba el dragón hembra, que con los ojos inyectados en sangre y batiendo sus alas había retornado en busca de sus crías por nacer. Frente a la reacción del animal, el juego activó la trampa de rejas, haciendo caer barrotes de metal a la entrada y al fondo del calabozo. El jugador suspiró aliviado. Pero esa sensación le duraría tan solo unos segundos. Al no poder acceder al recinto, el animal comenzó a lanzar llamaradas y quemó vivo al jugador encerrado entre las rejas. Pero el suplicio del participante no terminaría allí, comenzaba a asfixiarse con el humo que el mismo fuego despedía.

Súbitamente una compuerta del techo del calabozo se abrió dejando caer una soga con forma de lazo anudada. Junto a ella, la consigna en la pantalla:

«Cuélgate para no seguir sufriendo».

El participante, sin ver otra salida posible, comenzó a ahorcarse. El marcador de energía y vidas lejos de descender, marcaba un abrupto ascenso.

—Así, así...van bien, muy bien...aguanten ¿no es bella la sensación?—les decía el Maestro modulando en forma seductora su voz—Nunca los abandonaré —agregó prometedor.

Dicho eso, el juego activó una guadaña que cortó la soga: el jugador cayó de rodillas al suelo y aspiró una profunda bocanada de aire.

Todos comenzaron a aplaudir y a gritar, pero esa exaltación se vería interrumpida por una brisa que no tardó en apagar la antorcha que iluminaba el calabozo.

Esa oscuridad absoluta dio paso al resplandor del símbolo triangular que girando, repartía destellos por doquier.

Acto seguido, un temblor hizo emerger del suelo del calabozo una pared de cristal que no tardó en explotar, quedando al descubierto una hoja dorada con la consigna del desafío, que fue acercándose hasta cubrir la totalidad de la pantalla:

«Con un cinturón, una sábana o lo que encuentres, cuélgate del placar de la habitación hasta sentir que te estás yendo. Recién ahí, aflójalo».

La asfixia extrema era la prueba a cumplir y como en cada desafío, la muerte aguarda agazapada en el error que alguno de los jugadores pudiera cometer.

Dispuestos a llevar adelante el reto, los adolescentes acomodaron sus móviles en su mesa de noche para filmar esa escena, y se dirigieron como autómatas hacia su placar. Allí, sin más preámbulo, se colgaron del barral.

Solo dos jóvenes aguantaron escasos segundos con el cinto estrangulando sus cuellos y el desafío no fue superado con éxito. Los demás integrantes mantuvieron ajustados los cintos hasta ver a la muerte muy de cerca. Sus ojos desorbitados y sus semblantes pálidos demostraban estar a un paso de morir. Desafío cumplido.

Pero algo sucedió aquella noche. Algo que no estaba planeado. Algo que no dependía de la voluntad del jugador: una crisis de nervios, un ataque de pánico, o quizás un brote epiléptico. Jamás se sabría. Sus padres al día siguiente encontrarían la laptop sin carga sobre su cama y el cuerpo inerte del joven pendiendo del barral.

Un adolescente más que se suicidaba sin un motivo aparente, al igual que el joven atropellado en las vías del tren. Una tragedia más que pasaría a engrosar las frías estadísticas, sin dejar rastro alguno del juego y menos aún de la telaraña siniestra que se estaba tejiendo en aquel pueblo.

Un suicidio más.

Caso cerrado para la policía.

El Maestro Del Juego(completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora