Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.
León Tolstói. «Ana Karenina».
Los días siguientes se hicieron interminables. Contaba las horas para viajar a Peaceland. Cuando por fin llegó el domingo, con las primeras luces del alba escuché el sonido de la puerta principal seguido del caño de escape de nuestro auto. Mi padre se había marchado y a partir de ese momento comenzaba mi cuenta regresiva.
Partí rumbo a la estación y me sorprendió la puntualidad de Mady que me esperaba haciendo fila en la boletería.
Mi amiga se sentó en la segunda fila de asientos del lado de la ventanilla y yo a su lado, con mi cabeza recostada sobre su hombro. Me dolía todo el cuerpo, como si me hubiesen propinado una paliza.
— Señorita, señorita, ya hemos llegado. — Escuché como a lo lejos. Entreabrí los ojos y reconocí al chofer del bus.
A pesar de sentirme entumecida por la mala postura, fue un descanso reparador. Sacudí a Mady y descendimos, no sin antes preguntarle al chofer el camino más corto al cementerio.
Un anciano extremadamente delgado y encorvado nos sacó una radiografía de cuerpo entero a medida que nos aproximábamos al portón, mientras fumaba en forma displicente en la acera de la entrada del cementerio
— Disculpe señor, ¿es usted el cuidador?
— Desde hace 25 años.
— Bien ¿podrá indicarnos en dónde está la tumba de Helen Swan?
Después de dar una larga pitada, tiró el humo, se frotó el mentón cubierto de una barba a medio crecer y me miro intrigado.
— No hay nadie aquí con ese nombre. — Y aplastó la colilla de cigarrillo con su zapato.
— ¿Está seguro?
— Absolutamente. En un pueblo de dos mil habitantes, conozco a todos: a los vivos y sobre todo a los muertos.
— Sí, entiendo. ¿Y las tumbas de Paul y Nancy Stone?
— ¿Quién le dijo que están muertos? Hasta donde sé, viven frente a la plaza, a pocas cuadras de aquí. Eran vecinos de mi suegra... pobrecitos. — E hizo una mueca sarcástica.
Se me iluminó el rostro. Tenía al menos una esperanza, pequeña, pero esperanza al fin.
— ¿Quieres que de todos modos demos una vuelta para buscar la tumba de tu mamá? — me consultó Mady
Miré al cuidador que se encogió de hombros.
— No. Vamos por los vivos. — Y comenzamos a caminar en dirección a la plaza.
Me sentía engañada por mí padre, pero me conmocionaba pensar que la persona más importante de mi vida quizás estuviera viva.
— ¿Por qué crees que me mintió? — le pregunté a Mady, mientras pateaba las piedras de la vereda.
Mady inspiró profundo antes de responder.
— No lo sé, pero te juro que lo averiguaremos — aseguró frotándome la espalda.
— ¡No puedo tranquilizarme, Mady! ¿Cómo te sentirías si no supieras si tu madre está viva o muerta? — le pregunté entre sollozos.
— No sabría cómo seguir viviendo. No puedo imaginarme la vida sin ella.
A medida que nos acercábamos, la ansiedad por conocer a quienes creí muertos desde niña, comenzó a ganarme. Al llegar, nos encontramos con una vieja casa pintada de color verde claro y con un jardín exultante de rosas blancas.
Mady cruzó la calle para esperarme en el café de enfrente. Agradecí su abrazo y la comprensión de siempre: era un momento muy íntimo que debía transitarlo en soledad.
Tomé valor, inspiré profundo y toque timbre. Había comenzado a lloviznar.
Sin mucha demora abrió la puerta una anciana de cabello blanco recogido, gafas metálicas y un bastón en su mano derecha. Al verla deseché inmediatamente la esperanza de que fuera mi abuela. La mujer era de raza negra.
— Buen día señorita, ¿a quién busca? — preguntó bajándose las gafas, quizás para verme mejor.
Antes de que pudiera contestarle se asomó por detrás de ella un octogenario delgado y giboso con una gorra color gris, a tono con sus canas. También negro.
No había ya margen para las dudas. Me invadió una mezcla entre tristeza y decepción al sentir que había llegado demasiado tarde.
— Buen día. Buscaba la casa de la familia Stone, pero creo que no es esta la dirección correcta, sepan disculpar la molestia. — Y me giré para cruzar hacia el café.
— Señorita, espere...— me urgió la anciana—. Esta es la casa de la familia Stone.
— Mis pies se clavaron en la vereda.
— Disculpe... ¿Quién es usted? — la voz del anciano me devolvió a la realidad.
— Alexia Stone es mi nombre. — Los ancianos se miraron con un asombro desmedido y sin disimulo.
— Pase... Pase, por favor, se está mojando— me invitó la anciana, un tanto nerviosa, haciendo con la mano un ademán de bienvenida.
Mi cabeza no me daba tregua. Ni siquiera había notado que lloviznaba y estaba empapada. Me encontraba en un estado de desconcierto absoluto.
Al entrar, el aroma que emanaba de un florero repleto de rosas blancas me dio la bienvenida y la música góspel que resonaba en el living hizo que mi piel se erizara.
— Adoro esta música — les dije cerrando por unas milésimas de segundos los ojos para disfrutarla mejor.
— Nosotros también. Formamos parte de un coro góspel evangélico desde muy jóvenes — dijo el anciano, mientras me indicaba con amabilidad el camino hacia el living.
Era una vivienda modesta con muebles de madera antiguos y un piano, sobre el cual reposaban decenas de pequeños objetos de cerámica. Atesoraban pequeños recuerdos propios, de amigos y familiares: eso me dio la pauta de que eran personas que daban más importancia a la intención que al valor del obsequio.
La estufa de leña estaba encendida. Me arrimé sin pedir permiso. Me sentía destemplada por la llovizna, el frio y los nervios, pero había algo en esa casa que me hacía sentirme cómoda y protegida.
La anciana volvió de la cocina, con una pequeña bandeja con tres pocillos de café.
— Tome asiento por favor — y se sentó en el sillón, palmeando con suavidad a su lado. Sus gestos, calidez, el café: parecían ser demasiadas atenciones para con una extraña.
Reparé en que ese aroma a hogar era algo que no sentía desde que era muy niña. Por primera vez en mi vida, me di cuenta de que tener una casa no significaba necesariamente tener un hogar.
— Gracias por recibirme en su casa — Bebí un sorbo del café —. Llegué al pueblo esta mañana y la verdad es que me parece muy pintoresco por lo poco que pude ver hasta ahora.
— Y además es muy tranquilo, por eso lo elegimos para vivir ¿Vive cerca de aquí?
— A unos 100 km, en Nocksville — al pronunciar el nombre de mi pueblo, ambos se miraron.
ESTÁS LEYENDO
El Maestro Del Juego(completa)
Mystery / ThrillerEl 23 de Septiembre de 2018, una noticia publicada en la portada del diario "Daily Journal", de la ciudad de Nocksville, por la periodista Sabrina Kurtis, especialista en delitos informáticos y en los llamados "grupos de la muerte", informaba acerca...