CAPITULO 18

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Estar contigo y no estar contigo es la única forma que tengo de medir el tiempo.

                                                                  Jorge Luis Borges

Aquella mañana, me sobresaltó un mensaje entrante, pensé que algo grave había ocurrido: pero el corazón me dio un brinco al leer quien lo había enviado:

«Buenos días Srta. Stone. Antes de entrar a clases quería avisarle que olvidé cargar mi móvil, así que lo dejaré enchufado toda la mañana. Solo quería evitar que se enojara conmigo en caso de no contestar algún mensaje. No me gustaría despertar su ira. A propósito ¿Irá esta tarde al concierto y baile de gala a beneficio de Sherley West?»

—¡Yesss! —exclamé cerrando un puño. Nuestra complicidad se acrecentaba día a día, y si bien por momentos subía la guardia y trataba de huir de él, inevitablemente se iba construyendo un código que era muy nuestro.

Después de escribirla, borrarla, volverla a escribir y cambiarla mil veces, le envié mi respuesta:

«Buen día Sr. Smith. No cargar su celular ha sido un descuido bastante grave, pero por ser la primera vez que incurre en esta falta, queda disculpado. Con relación a su pregunta, le comento que sí tengo previsto asistir esta tarde al concierto y al baile. Hace más de un mes que tengo las entradas. Si le parece bien nos vemos en la puerta a las 6 pm. Espero sea puntual».

Acababa de mentir flagrantemente. No tenía las entradas así que debía comprarlas ni bien llegara al Instituto.

Durante toda la mañana, concentrarme fue una misión imposible: mi mente había decretado darle rienda suelta a mis fantasías.

Al salir del instituto le pedí a Mady que me ayudara a elegir el vestuario para la ocasión: sobre mi cama comenzaron a apilarse los vestidos. Luego de probarme casi una decena de largos y no tan largos, con y sin brillos, con mangas largas y cortas, ninguno resultó ser el ideal.

— Tanta indecisión solo tiene un nombre y se llama Noah —dijo mi amiga en tono burlón — Si él no fuera al baile, cualquiera hubiese sido perfecto ¿o me equivoco? — Antes que pudiera contestarle bajó de la cama de un brinco y abrió de par en par las puertas de mi placar.

— ¿Dónde está el vestido que te regalé el año pasado para tu cumpleaños?

— ¡Claro! ¿Cómo pude haberlo olvidado? ¡Es uno de mis preferidos! — exclamé con el rostro iluminado.

Me subí de puntillas sobre mi banqueta para alcanzar una caja arrumbada en el último estante del placar.

Me arranqué el uniforme y me calcé el vestido. Ahora sí. Ése era perfecto: los destellos del bordado, los breteles delgados — casi invisibles— una pronunciada espalda descubierta y el color «nude» que engañaba a los ojos haciéndolo parecer una prolongación de mi piel.

— Es simple y sensual, justo para ti — señaló Mady, mientras daba vueltas a mi alrededor —. Ningún chico en su sano juicio podría evitar enamorarse de ti a primera vista. — Y me guiño un ojo.

Recuerdo que me peiné y maquillé como si fuera una verdadera cita y bajé las escaleras casi levitando.

— Hija ¡estás hermosa!

Me sobresalté. No esperaba encontrar a mi padre a esa hora en casa y menos aun fumando un habano. Nunca lo había hecho.

— ¿Dónde es la fiesta?

— En el instituto. Es para recaudar fondos para una compañera que debe ser operada. Estoy con el tiempo justo... ¿Podrías acercarme?

— Si, por supuesto y los felicito por la iniciativa. Es una causa noble — y soltó una bocanada de humo.

El Maestro Del Juego(completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora