3

4.4K 590 136
                                    

- ¿estás segura de que sigue vivo? -dijo Bakugou mientras ladeaba su cabeza, observando como la pelinegra humedecía suavemente los labios del pecoso con nieve, debido a que aún no despertaba y por lo tanto, no había comido ni bebido en ocho días que llevaban allí. 

- claro que sí, aún respira -dijo ella con un ligero tono de frustración, mientras dejaba sobre sus labios la nieve y se daba vuelta, suspirando cansada. Bakugou apretó suavemente sus labios antes de ponerse en cuclillas, estirándose a ver como el hombre apenas respiraba, moviendo apenas la barba creciente que comenzaba a brotar en su cara. 

- ¿siempre se veía así? -dijo mientras llevaba sus dedos a la barba, pasando suavemente la yema de sus dedos por sobre los vellos, sintiendo como estos pinchaban su piel de forma muy suave. Subió luego sus dedos a su cabello, enredando uno de sus dedos en uno de los rizos- tiene... un cabello extraño -terminó por formular, sacando la mano cuando ella se acercó con una pasta de fruta, que comenzó a mezclar con nieve. 

- no, se veía peor -dijo con una leve sonrisa- cuando llegó a robarnos comida junto con sus lobos, de verdad se veía horrible, tenía el cabello el triple de largo que el mío, pero muy enredado y lleno de suciedad, además de tener una enorme barba que también estaba asquerosa -murmuró sonriente, mezclando lo más posible para que la fruta molida pudiese pasar con la nieve. 

- ¿y se lo cortaron todo? -murmuro Katsuki mientras trataba de imaginar al pecoso como le describía Momo, la chica se detuvo unos segundos antes de dejar el tazón a un lado, suspirando un poco pesado. 

- era muy distinto a como lo veías, tenía los dientes muchos más estropeados que ahora, bueno, su cabello muy largo y la barba también, pero asquerosas, caminaba sobre sus manos, por eso tiene callos por todos lados -dijo mientras tomaba suavemente la mano de Alfa y se la enseñaba a Katsuki- caminaba encorvado, porque caminaba como los lobos, y no entendía nada de lo que decíamos, incluso le tenía miedo al fuego y era capaz de rascar su cabeza con su pie -dijo cómica, antes de apretar sus labios- el padre de Eri quiso matarlo, porque era demasiado agresivo y andaba siempre rodeado de lobos que trataron de atacarnos, ya sabes como es, todo teníamos miedo -dijo ella, dejando la mano del peliverde sobre su propio vientre- pero la madre de Eri no lo dejó morir, y yo con mi hermano le tuvimos que enseñar a ser un humano, le colocábamos palos en la espalda para que se enderezara, aprendió a comer con las manos y no a desgarrar todo con los dientes, incluso entre todos tratamos de hacerlo hablar, pero no hubo caso -murmuró, viendo como ella suspiraba con ligera tristeza. 

- ¿ustedes eran muchos? -le dijo el hombre mientras alzaba una ceja, viendo como ella asentía con su cabeza. 

- éramos cerca de 200, estábamos asentados y tuvimos que huir -susurró ella, sorbiendo su nariz- nosotros somos todos los que quedamos, todos murieron -dijo en un hilo de voz, antes de que la solapa de la tienda fuera levantada y se introdujera Aizawa, mirando al hombre rubio de forma seria. 

- tus hombres están listos, y los lobos ya están aquí -aseguró antes de ver como su hermana dejaba caer un par de lágrimas mientras las limpiaba con sus manos, alejando el tazón con fruta y nieve lejos del hombre. 

- vamos entonces -dijo Bakugou, mientras se estiraba a tomar a Alfa por los pies, mientras que Aizawa fue hacia los brazos, para levantarle desde las axilas. Con rapidez Momo se levantó y alzó la solapa, frenándose al ver como desde la salida de su tienda los hombres y mujeres habían armado un camino con antorchas y armas que daba hacia el camino por donde habían venido, donde esperaban los lobos en total silencio y calma. Dejó que su hermano saliera junto con el hijo del jefe, cargando el cuerpo del inconciente peliverde hacia las bestias a lo lejos. 

Mientras lo cargaba, podía sentir como las vibras del ambiente le calaban hasta los huesos. Sentía como todo el mundo estaba tenso, sabiendo que si alguno llegaba a actuar mal, todos podrían llegar a morir. En cada paso que daba, sentía como todos le miraban con la misma desaprobación que su padre al saber que su hijo les ayudaría hasta que pudiesen irse del lugar y seguir con su vida. 

- los lobos no te harán nada, así que deja de estar tan tenso -gruñó Aizawa hacia Bakugou al notar como apretaba sus manos con fuerza alrededor de sus tobillos, dejando la piel enrojecida. 

Caminaron en medio de los pocos rastros de nieve hacia Yagi, quien esperaba con ambos niños y el lobo a un par de metros. Vio como con cuidado Aizawa se frenó y bajó los hombros de Alfa, haciendo así la señal para que bajara así los pies y el hombre quedara tendido en el piso. Una vez ahí, Katsuki se alejó un par de pasos, observando con atención como Momo y Aizawa iban con los suyos, viendo con atención como uno de los lobos se acercaba suavemente a él. 

Bakugou contuvo el aliento en el momento en que el mismo lobo de pelaje gris que había estado custodiando la tribu se acercó de forma firme pero cautelosa hacia el rizado, frenándose a solo unos metros al momento de comenzar a olfatear. Podía ver como el pelo del animal ya era viejo, además de tener cicatrices en las patas y ciertas partes del lomo, donde le faltaba cabello. Podía observar como posaba sus patas con elegancia y firmeza, marcando su grande huella en el barro. 

Sin quererlo, contuvo la respiración todo el tiempo en que el lobo le olfateó de lejos y de cerca hasta que acercó su hocico a la mejilla pecosa, dejando una suave lametada sobre la piel, comenzando a lamer todo su rostro mientras su cola se comenzaba a mover. Bajó por el cuello, lamiendo ese también hasta que llegó a su pecho, apoyando allí su pata para comenzar a sacudirlo con ella, rascando sobre su piel. Todos pasaron los segundos más tensos de su vida hasta que vieron de forma notoria como el hombre se movió, levantando su brazo para dejarlo sobre el lomo gris del lobo, dejándola reposar ahí. 

- Alfa! -gritó la niña llamada Eri cuando finalmente el hombre levantó su brazo, acariciando suavemente al lobo. La niña salió corriendo hacia él, siendo seguida por el niño y luego por Momo, quienes se apresuraron a ir sobre el pecoso al igual que el resto de los lobos, quienes corrieron hacia él con sus orejas agachadas y sus colas moviéndose de un lado a otro. Observó por minutos como luego de sentado, el hombre se dedicó a acariciar a los lobos y a dejarse lamer por ellos, sonriendo dulcemente y de forma cansada, pero sintió su propio pelo erizarse cuando el hombre alzó su ojiverde mirada y la clavó en el rubí, borrando la sonrisa. 

AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora