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A Aziraphale le gustaba viajar en autobús más que en metro. El autobús te llevaba por todas partes y además te permitía ver más allá de las paredes del subsuelo que proporcionaba el viaje en metro. El autobús era más cómodo y más personal, siempre solía cruzarse con las mismas caras y eso le dibujaba una creciente sonrisa en la cara.

Para Hesper solo era un trayecto. Un rato en el que observaba con atención a Aziraphale y su inmensa felicidad, como un científico observando paciente un experimento. Pero de una forma tan fría y ajena, que parecía estar fuera de aquel mundo. Él era consciente de sus rarezas, pero no sabía cómo arreglarlas. No sabía si tenía que arreglarlas. Ni si quiera sentía que quisiera hacerlo.

Por más que pensaba, no era capaz de recordar ninguna emoción. Había imágenes en su cabeza que no comprendía. Pero nada de esto despertaba su curiosidad, mucho menos provocaba algún tipo de sensación. Solo indiferencia. No era más que un pedazo de carne

Ya había cumplido los 15 años. Con esa edad algunos tenían las cosas muy claras, pero por lo general, los críos empezaban a dejar de ser críos y a disfrutar de algunos de los más tempranos placeres de la vida, de esos que descubre uno mismo. Tener en mente un futuro, un plan de estudios, o tener pareja. O no saber qué hacer con su vida lo que ya causaría de por sí una reacción en cadena de sensaciones y pensamientos alocados, mil formas de estimular su vida, ya sea para bien o para mal. Pero no había nada.

Y de nuevo. Ante esa nada, tampoco había respuesta.

No vivía. Solo estaba ahí, ocupando un espacio.

—Me ha encantado conocer a los padres de Wes —dijo de pronto Aziraphale —. Es un muchacho encantador y su familia es muy agradable. Aunque, no sé, tengo la sensación de que estaba algo presionado.

—Puede ser por los exámenes.

— ¿Tú crees? No sé yo. Estaba muy tenso.

—Wesley no soporta la presión. Hay temas de los que no le gusta hablar, le ponen incómodo y suda mucho.

— ¿Qué clase de temas?

—El futuro, las matemáticas y el amor.

Aziraphale tardó unos segundos en reír suavemente, para no molestar al resto de viajeros del autobús.

—Aunque no entiendo qué puede haber de complicado y opresivo en esas cosas.

—Ay, Hesper, son las cosas más importantes las que menos valor aparentan. El futuro es algo que está ahí pero nadie puede ver o entender. Igual que el amor... Y, bueno, visto así, también las matemáticas.

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