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El avión por fin aterrizaba a su destino, Elizabeth despertaba poco a poco aún aconchada del hombro de su rubio.

-¿Llegamos ya?-

Preguntó al ver qué el avión estaba aterrizando

-Si, dormiste en todo el camino.-

Contestó.

-¿Te sientes bien tía?-

Preguntaba ahora la pequeña

-Si, gracias.-

Su sonrisa lo decía todo, estaba tranquila.

Esperaron las indicaciones para poder bajar.

Bajaron del avión, y caminaron hacia la sala de espera del aeropuerto.

Salieron en busca de taxi para ir a una rentadora de carros, ya que donde vivían Elizabeth y Melissa estaba lejos de la ciudad.

En un pueblo muy bello, el más bello del país, llamado Bibury.

Meliodas rentó una camioneta y partieron rumbo al pueblo donde vivían.

No demoraron en llegar.

Desde la entrada del pueblo a Elizabeth la saludaban por los aldeanos que la conocían.

Ella estaba feliz de volver.

Llegaron a su casa.

Bajo de la camioneta y miraba la fachada de su casa

Habían pasado solo tres semanas que se fueron, pero para ella parecía más tiempo.

Meliodas las alcanzó rápido, ella estaba abriendo la puerta ya.

-Por fin llegamos.-

Mencionó apenas la puerta se abría

Entraron los tres a la casa, el veía cada detalle de ahí, todo era simple pero se sentía una calidez.

-Ven papá te mostraré mi habitación.-

Meliodas siguió a la niña hacia aquella habitación

Elizabeth detrás de ellos los seguía despacio, miraba a su alrededor todo estaba en orden.

Llegaron a la puerta de la habitación que Melissa compartía con su madre, donde ella paso sus últimos minutos de vida.

Buscaba entre los cajones algunas fotos y recuerdos que su mamá mantenía ahí.

Elizabeth se dirigió a un clóset que estaba cerca de la ventana, abrió un cajón y saco un pequeño libro.

Lo tuvo en sus brazos y se acercó a Meliodas.

-Esto es de Liz, quiero que leas las primeras páginas, creo que entenderás muchas cosas.-

El rubio asintió con la cabeza y mientras Melissa buscaba en su ropero ropa de ella el abrió el libro.

Era el diario de Liz, comenzaba justo cuando se enteraba que estaba embarazada, leyó solo dos páginas rápido, ya que Melissa quería que el jugará con ella

Cerro el libro y siguió a la pequeña, la tarde se la pasaron jugando, buscando entre sus ropas y recuerdos que era lo que querían llevar a Nueva York.

Estaban por sentarse a cenar cuando la puerta sonó, Elizabeth se puso de pie para ir a abrir

-¡Buenas noches Elizabeth! Leonor me dijo que te vio en el pueblo en la mañana así que vine a saludarte. ¿Cómo has estado? ¿Dónde estabas?-

-¡Hola Arturo! Bueno estuvimos en Nueva York, y la verdad es que solo venimos a recoger algunas cosas, regresaremos ahí mañana.-

Para Arturo el chico de cabellera castaña y ojos color miel fue como un balde de agua fría, el siempre estuvo enamorado de ella, le acompañaba siempre que podía a cualquier lado donde ella fuera, le mandaba siempre una rosa en las mañanas, o la invitaba a salir. Pero Elizabeth nunca lo vio como algo más, le aceptaba los detalles solo por cortesía y amabilidad, y siempre le dejo en claro sus sentimientos, nunca le dio falsas esperanzas.

Arturo la abrazo fuerte, no podía creer que ella se fuera así como si nada del pueblo.

Justo cuando lo abrazaba Meliodas se acercó a la puerta, su sangre hirvió al ver a aquel chico abrazarla.

-Buenas noches.-

Mencionó casi en un grito al ver en brazos de aquel castaño a su bella mujer.

Arturo se separó suavemente de Elizabeth y contestó tranquilo.

-Buenas noches.-

Ambos se veían directo a los ojos, Meliodas con cierto enojo.

-Meliodas el es Arturo, es un gran amigo mio.-

La voz de la peliplata hizo reaccionar a Meliodas, la vio a ella unos segundos y su mirada regreso casi al instante al castaño.

-Asi que un amigo.-

Arturo se mantuvo en silencio solo observando de pies a cabeza al rubio.

Notaba que tenía dinero, vestía elegante, camisa rojo vino de vestir, pantalón de mezclilla y zapatos negros, noto un Rolex en su mano izquierda.

-Mucho gusto, Arturo Pendragon.-

Dio dos pasos hacia él y estiro su mano.

Meliodas se acercó también y estrecho su mano.

-¿Es amigo tuyo Elizabeth?-

Preguntaba Arturo después de haber estrechado la mano del rubio.

-No, soy más que eso, soy su pareja.-

Respondía Meliodas fuerte al mismo tiempo que rodeaba la cintura de Elizabeth con su mano.

Arturo casi caía de la sorpresa, en tan solo tres semanas, ella había conseguido pareja, ella quién era la chica de Bibury más seria y buena de todo el pueblo.

No dijo nada más y solo sonrió.

Segundos después del incómodo silencio Elizabeth lo invito a sentarse con ellos en la mesa, pero Arturo se negó, agradeció aún así y se despidió de ella, se dio vuelta y salió de aquella casa.

Elizabeth regreso de la mano con Meliodas a terminar de cenar con Melissa.

Al terminar fueron a la habitación y Elizabeth lavo los trastes y arreglo un poco la casa.

Los alcanzó a la habitación apenas terminó la limpieza, Meliodas leía el diario de Liz, y Melissa dormía plácidamente en la cama.

-¿Todo bien?-

Preguntaba casi a susurro, no quería despertar a la pequeña.

El rubio la miro rápido y solo asintió, su mirada volvió al diario y continuó leyendo.

Elizabeth sabía que pasaba algo, lo notaba desde hace rato muy distante.

-¿Que ocurre Meliodas?-

Su tierna voz lo hizo mirarla

-¿Porque te abrazo con tanta confianza ese tal Arturo?-

Ahora entendía todo.

Estaba celoso.

Ella no pudo evitar reír

-¿Estás celoso Meliodas Jones?-

El no contestó y su mirada la desvío de la de ella.

Se acercó más a él y lo besó en los labios.

-Me eh entregado a ti en cuerpo y alma, no debes sentir celos de nadie más, yo te amo a ti y solo a ti.-

Musica para sus oídos, se calmó de inmediato, la besó desesperado, como si fuera la primera vez que probaba sus labios, ella correspondió gustosa, aún besándose lo dirigió a la otra habitación que era de ella, se acostaron en la cama, impaciente le quitó cada prenda que cubria su perfecto cuerpo para hacerla suya una vez más.

Soltero, ¿Y con hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora