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Aziraphale es disciplinado. Todos los días se levanta temprano, toma un baño de moderada duración en la bañera, se viste con sus modestos camisa, chaleco y traje, se prepara una taza de chocolate caliente —solo una, pues no es bueno abusar— y se dispone a abrir la tienda mientras los rayos del sol juegan con su cabello de un rubio platinado.

   A veces, en los días menos ajetreados, Aziraphale piensa que, tal vez, en algún otro universo, en lugar de sombrerero hubiese sido librero, mas siempre llega a la conclusión de que habría sido pésimo en dicha profesión, pues no habría sido capaz de separarse de sus libros.

   Sin embargo, es más que capaz de separarse de sus sombreros, pese a que cada uno está confeccionado con todo su amor.

   Por estas razones, Aziraphale considera que su profesión es la correcta y que es, consecuentemente, bueno en lo que hace.

   O eso es lo que cree, hasta el día en que ella aparece.

El castillo ambulante de CrowleyWhere stories live. Discover now