—En serio —insiste Crowley con la mano extendida—, dámelo. Voy a quemarlo, o tal vez tirarlo al mar, lo que sea para librarnos de cualquier rastro de... esa.
Pero ella tiene un presentimiento extraño. Aferra el sobre con ambas manos.
—Leámoslo, al menos.
—Si quieres perder tu tiempo de esa manera —Crowley se encoge de hombros—, bienvenida seas.
Y, sin mediar palabra otra palabra, se sirve un nuevo vaso de whiskey.
Ella, mientras, abre el sobre y lee la misiva que contiene: más que una carta, es una invitación.
Una invitación a un baile...
—... que dará la señora de los brujos, Belcebú —repite, leyendo en voz alta.
—Ah, sí. ¿Y en honor a qué es este baile, si se puede saber?
—En honor a la paz del reino mortal y mágico —responde ella, extrayendo la información de la carta.
—¿Paz? ¿Cómo habrán logrado eso? —Crowley suena sinceramente intrigado, si bien no es más que curiosidad.
—Aquí dice que lo lograron mediante el compromiso de un conde humano llamado Gabriel y la bruja Belcebú.
—Ay, qué bonito —ríe Crowley despectivamente—. Una historia de amor. Como si Belcebú pudiera amar, esa bruja.
Pero ella no responde. Tan solo aprieta los labios.
Belcebú. Gabriel.
Los nombres son familiares, de una manera que no le queda clara.
Crowley nota su dilema, y se levanta para ir junto a ella.
—Ey —la llama, colocando una mano sobre su mejilla; ella levanta la vista hacia él—. ¿Qué te preocupa?
—Estos nombres —dice ella con sinceridad—, he escuchado estos nombres antes.
—¿Antes...?
—Antes, en algún lugar.
Crowley frunce los labios.
—Voy a arrepentirme de esto —suspira a la par que deja que su mano se deslice hacia abajo por la gravedad y libere su mejilla—, pero, ¿te gustaría asistir a un baile conmigo?
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El castillo ambulante de Crowley
Fiksi PenggemarHace mucho tiempo, en un pueblito de tejados pintorescos, había un sombrerero que adoraba tres cosas por encima de cualquier otra: los sombreros, un libro sobre un conejo de porcelana que no sabía amar y un hechicero, dueño de un castillo ambulante...