Pese a sus maneras algo... exageradas o hasta violentas en ciertas ocasiones, Crowley se considera a sí mismo una persona comprensiva. Por ejemplo: puede entender que Warlock se queje ante cada pequeña tarea que se le encarga —él también lo haría, si estuviera atrapado en una chimenea— o que Adam intente meterse innecesariamente en sus asuntos porque se preocupa por él de manera genuina.
Puede entender, también, que los habitantes de los pueblos humanos le teman, y que los brujos mismos lo rechacen por no adecuarse a sus aburridas reglas y costumbres.
Puede entender, entre otras cosas, que su mejor amigo nunca se diera cuenta de sus sentimientos; que sus propias acciones no fueran suficientes, o su miedo fuera demasiado y, así, que el mensaje nunca haya llegado. O tal vez puede entender —y duele pensarlo, pero ahora ya no importa— que su mejor amigo haya sabido acerca de sus sentimientos hacia él, mas sencillamente haya valorado demasiado la amistad o, incluso, que no hubiese sentido lo mismo y, por lo tanto, haya optado por no hacer ni decir nada que pudiera cambiar algo en su relación.
Dicho esto, puede entender, incluso, que la mujer que dijo amarlo se haya fugado en el medio de la noche, sin ninguna despedida, oral o escrita, porque haya recordado un pasado que ignoraba y, en él, a un esposo, de entre todas las cosas.
Sí, Crowley es comprensivo, mucho más de lo que los demás piensan.
Pero incluso él tiene su límite, y debe trazar la línea de algo que le parece demasiado.
Demasiado: que la persona que ama y le rompió el corazón —porque no le quedaba de otra y mil otros motivos válidos, pero igualmente dolorosos para él— lo invite a la reapertura de una tienda llena de recuerdos que no hacen más que torturarlo.
Ah, pero eso no significa que vaya a acobardarse.
Oh, por supuesto que no.
De que asistirá, asistirá.
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El castillo ambulante de Crowley
FanfictionHace mucho tiempo, en un pueblito de tejados pintorescos, había un sombrerero que adoraba tres cosas por encima de cualquier otra: los sombreros, un libro sobre un conejo de porcelana que no sabía amar y un hechicero, dueño de un castillo ambulante...