XXI

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El baile es ridículamente suntuoso, y numerosos nobles humanos y brujos asisten a él ostentando carísimos trajes y brillantes joyas. Para ella, que está acostumbrada a vestir pantalones y camisolas holgadas, en cambio, un vestido se siente como una prisión.

(Adam se esfuerza todo lo que puede para trenzar su cabello dorado en un delicado peinado que complementa con flores celestes y para transformar uno de sus sacos en un sencillo pero delicado vestido azul.

—No soy tan bueno como Crowley aún —explica—¸ pero, algún día, seré incluso mejor que él.

Ella suelta una risita y despeina el cabello del chico.

—No lo dudo, Adam. No lo dudo).

Sin embargo, del brazo de Crowley, engalanado con un traje negro que nunca antes ha visto —porque, siendo sincera, está segura de que ni existía antes de esa noche—, ella siente una profunda felicidad por compartir un momento más con él.

—¿Quieres bailar? —le invita él, y puede sentir la ternura en su mirada incluso a través de los anteojos negros que no ha querido abandonar esta noche—. No es que me guste particularmente, pero...

Pero lo haría por ti, sabe que eso es lo que quiere decirle.

—No sé si sé bailar —confiesa ella—, pero ¿por qué no?

Crowley se suelta entonces, y se ubica delante de ella antes de hacer una leve referencia y extender su mano.

—¿Me concede este baile, señorita?

Ella sonríe y toma su mano sin dudar.

Giran a lo largo de la pista de baile e, increíblemente, ella sabe cómo moverse. La memoria muscular viene de algún lugar olvidado («¿Podría ser que fui una bailarina en el pasado?», se pregunta incluso), y es esa certeza en sus movimientos la que le permite salvar la situación, pues Crowley es pésimo bailando.

(No que le sorprenda; es más, cree que puede distinguir quiénes de los asistentes son brujos por lo torpe de sus pasos de baile).

Pero ¿importa, acaso? ¿Importa, cuando está en brazos de la persona que ama, disfrutando de una noche que no sabe si se repetirá en el futuro?

La respuesta es no. Solo importan él y ella.

Él y ella, juntos, aquí, ahora.

Eso es suficiente. 

El castillo ambulante de CrowleyWhere stories live. Discover now