XVII

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—Necesito preguntarte algo —murmura él, sentado en la cama con una copa de vino en la mano—. Es importante.

—Mmm —Asiente ella a la par que se lleva otro malvavisco a la boca.

Crowley hace un intento porque la pregunta suene casual; mira al techo, a la ventana, a la copa de vino que se lleva a la boca inmediatamente luego de hablar:

—¿Te quedarás conmigo?

Ella sabe lo que está preguntando, y no es para nada casual.

¿Te quedarás aquí conmigo, incluso cuando recuerdes tu pasado?

Y no es algo que pueda responder, no ahora.

—Es lo que deseo —contesta honestamente, tomando un sorbo de su chocolatada—. Es lo que, con toda sinceridad, deseo.

Crowley cabecea en señal de afirmación, mas se niega a mirarla.

—Creo —dice él, entonces— que deberíamos afrontar esta situación lo antes posible.

Ella frunce el ceño y sujeta con mayor fuerza la taza; la calidez de la chocolatada la reconforta.

—¿A qué te refieres?

Crowley suspira, y vuelve a mirarla entonces, y es lo más hermoso que ha visto desde que tiene memoria —aunque esto no signifique, ciertamente, mucho tiempo—; el hechicero con el torso desnudo, la brisa marina jugando con su cabello pelirrojo, sus ojos dorados y la sombra de una barba que nunca vio en él.

—Vamos a recuperar tus recuerdos.

El castillo ambulante de CrowleyWhere stories live. Discover now