XL

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Crowley, sin embargo, piensa en algo muy diferente. Le está tomando bastante tiempo procesar lo ocurrido, pero, ¿acaso no tiene sentido? ¿No tiene sentido de que haya terminado amando a otra versión de su mejor amigo, sin saberlo? ¿A alguien sin recuerdos, pero con los mismos manierismos y expresiones?

Y ¿es demasiado atrevido de su parte pensar que él podría corresponderle?

Aunque ridículamente complicado, todo tiene sentido ahora, en el contexto que Aziraphale le ha explicado.

Aziraphale.

De vuelta a la realidad, su amigo sigue postrado en esa —seguramente muy incómoda— posición, así que coloca sus manos sobre sus hombros y lo obliga a retroceder.

A erguirse.

—Aziraphale —piensa en algo acertado para decir, y finalmente se decide por—: no estoy enojado.

No está mintiendo. No podría enojarse con él, no por esto.

Aziraphale lo observa con los ojos llenos de lágrimas y, por un instante, Crowley cree que puede dimensionar lo que significa haber vivido todo lo que vivió con su mejor amigo, con recuerdos y sin recuerdos, de diferentes maneras.

Solo una cosa no le queda clara:

—¿Por qué... por qué luchaste tanto por no... por no enamorarte de mí, ángel?

La sonrisa de Aziraphale es sincera, pero demasiado triste, y le hace cosas extrañas a su corazón.

Como siempre lo ha hecho.

—Oh, Crowley, mi querido muchacho —suspira Aziraphale, y sus manos acuden raudas a rodear su rostro, sus dedos acariciando sus mejillas—, ¿es que acaso no sabes que eres lo más importante para mí, y que la sola idea de perderte me habría destruido?

Tiene sentido, en realidad. Tiene sentido, porque Crowley ha sentido el mismo miedo desde que tiene memoria.

Desde que su castillo se quedara estancado a las afueras del pueblo y, sin embargo, Aziraphale se apareciera en su puerta con un pie de limón para presentarse como un nuevo vecino. Tal vez Crowley estuvo condenado desde el comienzo; tal vez, como él, Aziraphale también lo estuvo.

Esa es una idea con la que puede lidiar. Es una idea que no le resulta extraña.

—Yo siento lo mismo —admite Crowley, y qué deliciosa es la admisión, tras tantos años encerrada en su pecho—. Siento lo mismo hacia ti, hacia todas las versiones de ti, ayer, hoy y mañana, siempre.

»Todos los recuerdos son preciados, ángel; incluso aquellos que recién ahora dimensiono.

Aziraphale le sonríe y, por primera vez, Crowley piensa que esta historia tendrá un final feliz. No obstante, no se atreve a confiar del todo —es, después de todo, un escéptico en lo profundo de su ser— hasta que el sombrerero inquiere:

—Crowley..., ¿puedo besarte?

El hechicero suelta una risita, y es respuesta suficiente.

Aziraphale presiona sus labios contra él, y todos los recuerdos dolorosos se desvanecen.

Como por arte de magia, dirían algunos. 

El castillo ambulante de CrowleyWhere stories live. Discover now