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Makomo tuvo que mantenerse alejada. No podía recibir daño ni nada por el estilo, pero aún le daba algo de miedo mantenerse tan cerca en un momento así.

Tanjiro y Giyuu esquivaban los ataques que Muzan lanzaba. Ellos dos eran los únicos allí, entonces, justo cuando Muzan iba a alcanzar a Tanjiro, Kanroji apareció.

Todo iba a un ritmo rápido. Los sucesos le estaban comiendo la cabeza, debía situarlo todo si no quería acabar frustrada. Quería estar bien informada y mantener la cabeza en su lugar, para informar bien a Sabito, si le daba tiempo.

Pero no podía concentrarse. Estaba preocupada por Tomioka, pero especialmente por Kamado, que parecía ser el que en peor estado se encontraba. Y Obanai ni siquiera lo trató bien.

Justo cuando pudo organizar sus pensamientos y comprender algo la situación, el lugar se derrumbó.

— ¿¡Q-Qué!?

En ese momento no se preocupó por sí misma, ni siquiera tenía motivos para hacerlo. Estaba muerta, no podía sufrir daños.

Pero Giyuu estaba vivo.

Cuando el derrumbe acabó, corrió a asegurarse de que estuviera bien. Se arrodilló a su lado preocupada, viendo entonces que estaba bien.

Y, en ese instante, el de cabello azul se puso en pie para poder esquivar la ráfaga de ataques que Muzan soltaba. Makomo observaba preocupada, temiendo el camino que toda esta situación podía tomar.

💛

Makomo estaba sentada frente a aquel lago de elixir dorado. Era aquel que se encontraba en el otro mundo, uno en el que sumergían a los recién llegados para que fueran curados, y luego eran sacados de allí a la fuerza.

Era algo que sucedía tan rápido que uno no era consciente de lo que sucedía. Aunque si llegabas a ser consciente, convertían aquello en una laguna y lo que recordabas era lo que sucedía después, que, generalmente, eran encuentros con tus seres queridos, ya que buscan que aunque sea, aquello sea bonito.

Unos seres que aún desconocía danzaban a su alrededor. Eran como humanos, pero de pequeño tamaño, un solo ojo y el símbolo de la muerte bordado en sus ropas.

Una, que le llegaba por la rodilla, se acercó a ella suavemente, con sus mano a cada lado de su cuerpo. Su cabello rubio estaba recogido en una clase moño que era sujetado por un par de pinceles —dejando su flequillo suelto—, su único ojo era como una explosión de colores pasteles, su era piel pálida, llevaba unas sandalias romanas y su yukata era de dos colores: beige y rojo vino. Como no, en su espalda estaba bordado, en negro, el símbolo de la muerte.

Makomo-chan, ¿qué haces aquí de nuevo?— Preguntó de forma dulce aquel ser, tomando asiento a su lado y observándola fijamente.— ¿Acaso esperas la llegada de alguien?— La de cabello azul la observó horrorizada antes de negar con su cabeza.

¡N-no, para nada!— Gritó exaltada.— Es solo... Me relaja estar aquí. Últimamente, Sabito no está nada bien. Está demasiado preocupado por Tomioka-san, pero no se atreve a visitarlo. Me sienta mal y me frustra no poder hacer nada, así que visito este lugar.— Aclaró mientras sumergía un poco su pie en aquel lugar. Era un lago extenso, y no se encontraba vacío. Alrededor de todo el mundo, había personas muriendo constantemente, por lo que ese lugar nunca llegaba a quedar sin absolutamente nadie. Y eso que eran muy rápidos con su trabajo.

La rubia arrugó la nariz antes de ponerse en pie nuevamente y subirse a las piernas de la joven para poder encararla.

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