8. Nadie mejor

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Capítulo 8

Llegó el día del retorno de Nancy, quien estaba emocionada por verlos a todos. La luna de miel se había extendido dos meses, dado que al regresar de la misma, se fueron directo a una ciudad del interior del país para ayudar con los inicios de un nuevo proyecto del bufete de Nancy. Sin embargo, ese viaje, les había abierto las puertas para un proyecto personal surgido de la nada, que los tenía sumamente felices y estaban locos por compartirlo con todos. Había hablado con su madre y habían quedado en que almorzarían juntos en su casa, pero estaba desde temprano intentando comunicarse con Romina y no había podido. Le extrañó sobremanera no haber recibido mensaje o llamada alguna de su parte desde el día anterior, así que se vistió y se fue directo a casa de ella para ver que todo estuviera bien. Conocía muy bien a su amiga y sabía que esa desaparición no era de gratis, algo pasaba.

Cuando habló con su madre más temprano y le preguntó por Romina e Isabel, su madre sólo respondió que estaban bien, pero había algo que no le estaba diciendo e intuía lo que era, así que lo comprobaría por sí misma.

Héctor trató de persuadirla para que esperara a verla en el almuerzo, pero fue imposible convencerla, así que la dejó ir sin insistir mucho más. Conocía a su esposa y sabía que era mejor dejarla ir, que enjaular a esa gata salvaje.

Era sábado, así que el tráfico estaba bastante ligero, lo cual le permitió llegar mucho más rápido de lo que pensaba. Romina le había dado unas llaves de repuestos por cualquier emergencia o contingencia y aunque esta ocasión no ameritaba usarlas, decidió que igual lo haría, pues si era cierto lo que sospechaba, quería agarrarlas con las manos en la masa.

Al estar frente a la puerta, pegó la cabeza de ella para intentar escuchar algún ruido del otro lado, al no percibir nada, se dispuso a abrir las cerraduras con mucho cuidado hasta que logró entrar sin hacer mayores ruidos.

Observó el espacio y ahí estaba la prueba de que sí había alguien más aparte de Romina. Había un morral y una chaqueta que no conocía en el perchero. No eran accesorios nuevos, así que estaba segura eran de Isabel.

El sentido común le dijo que se diera vuelta y se fuera, después de todo, ya sabía que tenía razón en cuanto al motivo de la ausencia de Romina y por más que deseaba estar molesta con ella por no decirle, en realidad estaba feliz, pero jamás se lo diría sin antes torturarla por su "olvido". Su vena malvada se hizo presente opacando por completo al sentido común, así que levantando las cejas y cuadrando los hombros, caminó directo al cuarto de Romina.

La puerta estaba entreabierta así que se paró unos segundos para tener tiempo de escuchar cualquier sonido "extraño" antes de pasar la barrera. Aunque quería agarrarlas con las manos en la masa, no le era atractiva la idea de ver a su prima en menesteres sexuales, así que se cercioró de poder entrar sin que sus ojos sufrieran un daño permanente viendo cosas indecentes, antes de abrir con mucho cuidado la puerta.

La imagen la complació completamente. Romina abrazada al cuerpo de Isabel con una expresión de paz en su rostro. Isabel por su parte, con una ligera sonrisa en sus labios que estaba segura, no sabía que permanecía allí durante su sueño, pero que era sinónimo inequívoco, de lo bien que se hacían mutuamente. Y la guinda del pastel, dos bolitas de pelo que la miraban con ojos muy atentos desde los pliegues de las piernas de ambas. ¿Hasta gatos ya tenían? Qué rápidas son, pensó.

Romina había pasado por tantas cosas que verla así, le arrugaba el corazón, sin embargo, ya habría tiempo para las cursilerías, en ese momento, debía activar su drama queen a la enésima potencia.

Se paró justo al lado de la cama y comenzó a aplaudir con fuerza. Al principio, obtuvo como respuesta expresiones de confusión con ojos entrecerrados, pero al caer en cuenta que no era un sueño, ni un sonido exterior, abrieron los ojos buscando el origen de aquella interrupción. Al verla, Romina se sentó rápidamente del susto, mientras que Isabel le sonrió, se acomodó la sábana sobre su torso sin inmutarse más allá de eso.

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