9. Haces latir mi corazón

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Capítulo 9.

Romina buscó temprano a Isabel y sin decirle a dónde irían, tomó camino. Isabel pensó que irían a su apartamento a pasar el día, pero al ver que tomaba otra ruta se extrañó.

- ¿Vamos al santuario? _ Preguntó al reconocer la vía que habían tomado.

- No _ Respondió brevemente.

Isabel frunció un poco el ceño tratando de descubrir a dónde se dirigían.

- ¿Al Hatillo? _ Probó nuevamente.

- No _ Volvió a responder de manera monosílaba.

- ¿Me dejarás con la intriga? _ Fingió horror.

- Claro. Por eso se llama sorpresa cariño _ Le guiñó un ojo.

Isabel entrecerró los ojos antes de subir el mentón y mirar hacia afuera otra vez. Romina estaba divertida e Isabel también, sólo que la última, lo intentaba disimular.

Finalmente llegaron al lugar e Isabel estaba totalmente desorientada, no tenía ni idea de dónde estaban. Sólo lograba ver una gran pared blanca que resguardaba un lugar llamado Jardín Topotepuy.

Romina se dirigió a la maleta del carro y sacó una cesta grande de picnic y un bolso térmico en el que iban las bebidas. Isabel la ayudó y entraron.

Al entrar, todo parecía como un vivero normal, pasaron a unas sillas donde en pocos minutos les colocaron un vídeo que relataba el origen del jardín y el trabajo de sus creadores, sin embargo, no fue sino hasta que pasaron por un pequeño caminito que las adentró al verdadero paraíso, e Isabel quedó enamorada del lugar.

Había mucho por recorrer, así que Romina hizo uso de una pequeña ventaja que tenía al conocer a uno de los encargados del lugar, para que le resguardara las cosas mientras caminaban por el maravilloso jardín

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Había mucho por recorrer, así que Romina hizo uso de una pequeña ventaja que tenía al conocer a uno de los encargados del lugar, para que le resguardara las cosas mientras caminaban por el maravilloso jardín. Flores de todo tipo, plantas de todo tipo adornaban aquel lugar. Parecían estar fuera de la ciudad de concreto rodeados de tanto verde y flores coloridas. Mientras más caminaban y admiraban el lugar, Isabel más se maravillaba. No tenía palabras y Romina tampoco, pues saber que había provocado esa hermosa sonrisa en esos labios que le encantaban, la tenía hipnotizada y embrujada.

Cuando terminaron de ver cada sección del jardín, Romina buscó las cosas y se sentaron en la cima de un pequeño montículo desde el que se veía parte de la gran ciudad. Extendió la manta que había llevado y colocó la cesta y el bolso térmico en la cabecera, luego se sentaron sobre ella.

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