Capítulo 3. Emilia

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     Danielle miró a Emilia y notó que algo le pasaba. Su rostro parecía más rojizo de lo que solía estar y no se veía del todo bien. Le tomó la temperatura y tenía fiebre. Rápidamente la llevó al hospital donde para su alivio solo le diagnosticaron un resfriado.
Ya devuelta notó que los platos sucios estaban sobre la mesa, "desayunó y se fue", pensó con alivio, por lo que podía estar segura de que su padrastro no volvería hasta entrada la noche.               Acostó a Emilia en su cama y fue a la farmacia a comprar aquella receta que le habían dado. En el camino pasó frente a la carnicería donde trabajaba con Larry, recordó que en un principio la idea le pasar sus días ahí le repugnaba, pero era la mejor manera de asegurarse que se mantenía lejos de su hermana, justo donde sus ojos podían verlo, advertir si intentaba algo o actuar cada vez que él intentara por algún motivo salir de ahí. Por alguna razón él ya se había acostumbrado a la inclinación de Danielle a realizar mandados fuera de la tienda, nunca llegó a pensar que no era más que una excusa para así, durante el trayecto, escapar a su casa y por al menos un par de minutos cerciorarse de que Mili estuviese bien o usar esos mandados como excusa para sacarla de ahí y aprovechar ese pequeño viaje para dejarla en la casa de algún conocido que tuviese niños con los que pudiera jugar o simplemente llevarla con Franco para que cuidase de ella mientras no estaba. La carnicería se encontraba cerrada, era extraño. Los primeros dos clientes habituales de la mañana se encontraban sentado a las afueras del lugar esperando a que su dueño llegase para administrarles su dosis diaria, pero por alguna extraña razón no estaba. "Debe haber ido a dejar una entrega" pensó Danielle, y siguió su camino.
     Al volver, los clientes de la mañana seguían esperando en el mismo lugar. Uno de ellos la vio y le hizo gesto con la mano para que se les acercara.
     —Pequeña Danielle —le dijo uno con desesperación —, ¿a qué hora llega este imbécil? Llevamos más de una hora esperando y no ha llegado.
     —Así es —dijo el segundo cliente matutino, —sabes que somos algo alterados, dile que si no llega pronto tendremos que romper la cortina y quemar el lugar.
     Ambos rieron, pero en sus rostros se notaba una desesperación y ansiedad que a Danielle le hacía sentir nerviosa. Sabía lo que eran capaces de hacer las personas en ese estado, lo había visto algunas veces y algunas otras lo había sentido.
     —Hoy es sábado—dijo Danielle sonriendo, —recuerden que el fin de semana se abre más tarde... —Mantuvo silencio por unos segundos, no lo había pensado antes, sábado, fin de semana, — hoy se abre más tarde... —Repitió.
     — ¡Ay! Sí, es verdad —se lamentó el primer cliente.
     —Tendremos que esperar otro rato más. —Le agregó el segundo.
     Danielle se mantuvo en silencio, aquello que había dicho daba vueltas en su cabeza pero por alguna razón no podía entender lo que significaba, algo no estaba bien, algo había pasado por alto, había cometido un error.
     —Hoy se abre más tarde... —Se dijo otra vez para sí misma — ¡Mierda!
     Comenzó a correr a su casa lo más rápido que pudo, "¿Cómo pude olvidarlo?" se repetía a cada paso que daba. Bajó la guardia, no se había marchado como ella pensó, "¿Cómo pude pasarlo por alto?" se lamentaba mientras intentaba acelerar más su carrera. No podía respirar bien, sus piernas dolían pero no le importaba, debía llegar lo más rápido que pudiera, debía estar ahí con Emilia, debía protegerla y se descuidó, bajó la guardia y ahora su pequeña hermana estaba sola en casa con aquel peligro acechante respirando en su nuca mientras ella no estaba ahí para evitarlo. Había gente en las calles y no podía sortearlos a todos, pero tampoco podía bajar la velocidad de sus pasos, tropezó, se levantó, volvió a caer, se levantó nuevamente y no se detuvo. Aquel miedo que sentía cuando no era más que una niña volvía a ella, podía escuchar como la puerta de su habitación se abría en su cabeza, podía ver como la sombra entraba. Otra vez se sentía débil, impotente, pero no había tiempo para llorar, debía llegar rápido. Solo una cuadra más.
     Cuando llegó a su casa la puerta se abrió antes de que pudiera tomar el picaporte. Larry salió y la miró como solía hacerlo cuando estaba lucido, una mirada indiferente que de alguna forma cargaba algo de odio en ella. Solía tenerla siempre, quizás solo era así y no significaba que la odiara, o tal vez si odiaba a todo el mundo.
     —Más te vale no llegar tarde —Le dijo a Danielle mientras cruzaba la puerta de salida.
     —Emilia está enferma, alguien tiene que cuidarla.
     —Tu madre puede hacerlo, no llegues tarde —y se marchó.
     Danielle fue rápidamente a su habitación, su hermana seguía ahí, despierta, tal como ella la había dejado. Al ver su rostro indiferente sintió algo de alivio, afortunadamente sus temores solo habían sido algo dentro de su imaginación, pensó, pero aquello no era motivo para volver a cometer un error como aquel.
     Se sentó al costado de la cama y tocó la frente de Emilia, parecía que su temperatura se mantenía tal como estaba. Le dio los medicamentos que había comprado y la observó unos segundos. No parecía que Emilia tuviese ganas de hablar, su vista se mantenía fija y su rostro seguía con la misma expresión que mostraba cuando ella había partido a la farmacia. "Quizás necesite descansar" pensó Danielle. Apoyó suavemente su cabeza en la almohada y le acarició el cabello por un rato mientras no dejaba de observarla, algo no andaba bien.
     — ¿Te sientes bien? —Le pregunto con voz suave, pero Emilia no habló, solo movió su cabeza arriba y abajo y mantuvo el silencio.
     — ¿Quieres algo especial para desayunar? —Le preguntó a Emilia. Un poco más calmada al estar por fin al lado de su hermana. Pero ella no respondió
     Se levantó de la cama para ir a preparar algo de comer, pero cuando alcanzó la puerta Emilia la detuvo con un grito.
     — ¡No me dejes sola! — Gritó, estirando los brazos hacia Danielle. —Si lo haces va a volver.
     El rostro indiferente de Emilia se había tornado tenso y temeroso, sus ojos estaban más abiertos que hace unos momentos y su cuerpo temblaba. Rápidamente se bajó de la cama y se lanzó a aferrarse de sus caderas. Danielle, temblorosa, intentó tomar el rostro de su hermana, pero esta había incrustado su cabeza a su abdomen tan fuertemente que podía sentir el calor de sus lágrimas corriendo por su piel.
     No hubo preguntas, simplemente se agachó y permitió que Emilia se aferrara a su cuello y llorara lo más fuerte que deseara mientras ella cuidadosamente la abraza y acariciaba.                         Comprendía todo, no lo había logrado. Hace años se prometió que la protegería, pero las sabanas desordenadas que Emilia había apartado con desesperación al ver que su hermana no estaría ahí con ella daban cuenta que le había fallado. El rojo burlesco de la sangre de su pequeña hermana la apuntaba desde su cama indicándole que no había cumplido su promesa.
     En ese momento no lloró, no podía romperse mientras Emilia intentaba de forma desesperada aferrarse a ella. Extrañamente tampoco sentía pena, todos aquellos sentimientos acumulados durante años comenzaban a juntarse en su pecho presionando fuertemente su corazón, ahí, donde Mili intentaba ocultarse. Aquella fuerte presión, el llanto desconsolado de su hermana, todos esos años ofreciéndose a cambio de ella, todas esas noches de temor, todo ese dolor; todas aquellas sensaciones se acumulaban en lo más profundo de su ser y le acariciaban el corazón. No quería llorar, no sentía pena, todo aquello era odio por quienes le dieron la espalda y comenzaba a recordarlos a todos y cada uno de ellos.
     — ¿Ya lo sabes? — Le preguntó aquella voz en su cabeza. Pero esta vez Danielle no se asustó, no tenía tiempo para ello.
     "¿Saber qué?", se preguntó.
     Aquella voz sonaba como si susurrara en su oído. Por alguna extraña razón ya no la ponía nerviosa, había algo en ella que le parecía más bien familiar. Aquella voz le transmitía una extraña paz que necesitaba en ese momento mientras intentaba consolar a su hermana. Le hubiera gustado descubrir de dónde provenía para poder transmitirle aquella pacifica sensación a Emilia. El odio en su interior crecía rápidamente y casi podía sentir como se expandía en su pecho.
     Tomó a Mili en sus brazos y la llevó al baño. Le dio una ducha de agua caliente mientras intentaba quitarle aquel olor que le habían dejado impregnada en la piel y lavar la sangre que se había secado en sus piernas. Dainelle sabía muy bien lo que su pequeña hermana sentía, ella lo habría estado sintiendo durante años, lo que no sabía era como quitar aquellos recuerdos de su cabeza para así ayudar a Emilia a arrancarlos de si para siempre.
     "Saber, saber, ¿Qué se supone que es aquello que tengo que saber?" se preguntó mientras sus manos recorrían el cuerpo de su hermana intentando borrar aquella mañana.
     — Cómo llegar hasta a mí —Respondió la voz.
     "Creo que por fin lo entiendo". Dijo Danielle, mientras oía aquel llanto desconsolado y temeroso.
     — ¿Entonces sabes que es lo que tienes que hacer?
     Recordó su sueño de la noche anterior, aquellos ojos que la miraban mientras intentaba alcanzar aquella figura de sí misma que la llamaba. Recordó su voz, aquella que sonaba dentro de su cabeza. Imágenes de años pasados vinieron a ella, comenzaba a recordarlo todo, caras que había olvidado, siluetas que se alejaban de ella cuando pedía ayuda, ojos que no la miraban, manos que la tocaban. Recordó aquellos tiempos que creyó olvidados, aquellos dolores que le causaron; recordó aquella persona alegre que quería ser, aquella que recibió esos golpes cuando reía.
     Sacó a Emilia de la ducha, secó su cuerpo y la vistió. Mili la miraba sollozante sin decir nada. Aquellos recuerdos seguían viniendo a su cabeza, las imágenes no se detenían. Por fin lo comprendía todo.
     —Voy a matarlos a todos.

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