Capítulo 16. TV.

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   El tic tac del reloj era lo único que de alguna manera rompía aquella situación incómoda. Franco, sentado en una silla, observaba silencioso a los dos detectives que aquella mañana habían llegado a visitarlo. El interrogatorio ya había acabado y sin embargo los murmullos que intercambiaban entre ellos no se detenían. Cada siete o diez palabras uno de los dos volteaba la mirada hacia él para luego volver a dirigirse a su compañero.
     Finalmente uno se levantó y en seguida el otro hizo lo mismo.
     —Bien —dijo el primero.
     —Bien — siguió el segundo.
     Franco se levantó junto con ellos y les ofreció la mano, ambos lo miraron con un gesto despectivo y guardaron silencio como si esperaran que algo ocurriera. Los segundos pasaban y la tensión, mesclada al dolor que comenzaba a sentir en el cuello por tener que alzar tanto la vista para poder mirar a la cara a ambos detectives le estaban provocando una desesperación casi parecida a aquella que sentía cuando escapaba de Marco y su pandilla.
     — ¿Bien? — dijo Franco.
     Ambos sonrieron y presionaron con fuerza su mano. Se dirigieron los tres hasta la entrada del pequeño apartamento y se dieron la mano una vez más.
     —Y recuerda, pequeño —comenzó el primer detective, el más alto y fornido de los dos—, a penas sepas algo de ella esperamos que des aviso inmediato a la policía.
     —Ten, este es el número de nuestra oficina —dijo el segundo, casi igual de alto pero menos fornido que su compañero—, responderemos de inmediato y asistiremos aún más rápido que esos de verde.
     Ambos rieron. Franco dejó salir una carcajada nerviosa pero al instante ambos callaron y su ceño volvió a fruncirse otra vez.
     —No es un chiste, pequeño—le regaño el primero, con una voz tan gruesa que mesclada a su contextura le hacían ver como un verdadero camión de carga frente al pequeño de Franco—, estamos hablando de una criminal peligrosa.
     —Ya debes estar más que enterado de los acontecimientos que han asolado a esta ciudad durante este par de meses— agregó el segundo, con una voz más suave pero no menos intimidante—. Toma la tarjeta, la chica fue incluso capaz de asesinar a su madre, así que no pienses que porque te llevaste bien un par de años con ella puedes estar a salvo.
     Franco tomó el número de teléfono que le ofrecieron, lo ojeó y guardo en su bolsillo. Se despidieron una vez más y se marcharon. Los pesados pasos de ambos hacían eco en las escaleras de metal, Franco los escuchó hasta que dejaron de sonar, cerró la puerta y un suspiro de alivio escapo quitándole casi todo el aire de los pulmones.
     Se asomó a la ventana, el auto en el que habían llegado se marchaba del lugar y con él otros dos vehículos, “definitivamente venían preparados”, pensó Franco. Cerró la cortina y se dirigió al sofá donde ambos detectives estuvieron sentados y quitó los cojines, unas gruesas tablas hacían de soporte para evitar que quien se sentara cayera hasta lo más profundo de aquel viejo mueble, las quitó y Danielle salió del pequeño espacio que quedaba entre las tablas y el suelo.  
     —No les crees, ¿cierto? —Preguntó Danielle mientras se sacudía el polvo.
     Era algo complicado y él lo sabía, no había tenido noticias de ella hace cuatro días hasta esa mañana, cuando dos horas antes de que llegaran aquellos detectives ella habría golpeado la puerta de su casa. En la ciudad las patrullas no detenían su marcha, se había impuesto una orden de captura hacia ella y los policías trabajaban día y noche tratando de encontrarla. Danielle había estado ocultándose y escapando desde aquel día, cuando se enfrentó a los detectives luego de darle fin a su madre. El sudor seco de su frente dibujaba líneas entre el polvo de su cara que llegaban casi hasta su cuello, su cabello enmarañado estaba lleno de pequeñas hojas de plantas y tierra y sus ojos reflejaban todas las horas que no había podido dormir; solo llevaba puesto un pijama sucio con varios agujeros que exponían pequeñas heridas y raspones en su piel y sus pies oscurecidos por la tierra adherida con sangre a ellos daban cuenta de las veces que la habrían encontrado y dado caza, sin éxito alguno.
     —Ve a la ducha—dijo Franco, esquivando la pregunta—, te traeré algo de ropa de mamá que podría quedarte.
     El agua tibia acariciaba su cuerpo y ocultaba las lágrimas que corrían por su rostro, el recuerdo de Emilia daba vueltas por su cabeza y en cada nueva imagen de ella el dolor en su pecho le quemaba más y más. Había sucedido, Mili ya no estaba con ella, y lo que más le hacía doler era el hecho de que no se la habían arrebatado, más bien ella la había perdido.
     Dann le rodeó la cintura desde su espalda y la abrazó, sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo quitando la suciedad que aún se mantenía adherida a ella. Sentirla a su lado era lo único que la hacía mantener de pie.
     —No sé qué hacer, la he perdido para siempre—decía entre sollozos.
     —La encontraremos —la consolaba Dann—, aunque nos tome el resto de nuestra vida.
     —Pero ni siquiera sabemos dónde comenzar, podría estar en cualquier lugar y con los días que han pasado ya debieron habérsela llevado lejos de nosotras…
     —Mi querida Danielle— dijo Dann mientras le besaba la mejilla—, no importa hasta que lugar pudieron haberla llevado, la encontraremos…
     La voz de Dann se volvía más sombría a cada palabra, los labios de Danielle se movían junto a los de ella anticipando todo aquello que decía. Danielle se volteó y ambas unieron la punta de su nariz. Tenía miedo, sin embargo la sonrisa de Dann era todo lo que necesitaba para tranquilizarse. Dann seguía hablando y ella respondiendo a cada movimiento de sus labios, sus frías manos se posaron en las cálidas mejillas de Danielle y ambas hablaron al unísono.
     —Y cuando la encontremos todo aquel que intente arrebatárnosla de nuevo morirá.
     Danielle sonrío y le lanzó los brazos al cuello uniendo sus labios a los de ella, mientras que  al otro lado de la puerta Franco escuchaba las palabras que Danielle compartía consigo misma. Sabía que ya no era la misma chica con la que había pasado sus días de escuela durante tanto tiempo, el recuerdo de aquel brillo en sus ojos y la emociona de su mirada cuando Esteban colgaba desde la ventana de la escuela volvía a él y llenaba su cuerpo de una sensación de peligro que nunca había sentido antes. Todos en la ciudad conocían la historia de Danielle durante esos meses, no sabía a qué grado los rumores podrían ser ciertos, pero por aquello que escuchaba lograba comprender que lo mejor sería no actuar de manera descuidada, o el próximo podría ser él.
     El sonido de la tetera lo hizo volver en sí, soltó la tarjeta y sacó la mano de su bolsillo, camino a la cocina y con un pequeño grito aviso a Danielle que el desayuno estaría listo pronto. Sus manos temblaban, pero debía calmarse, “es una criminal peligrosa” le había dicho el detective; no quería creerlo, pero tampoco quería arriesgarse a despejar sus dudas por sí mismo.
     Nella estaba sentada en su pequeño escritorio, el tac tac tac de las teclas de su computador no dejaba de sonar en toda la oficina, había tenido mucho trabajo luego de los tres días libres que obligaron a Lobos a tomarse. No lo había visto desde aquel día, cuando fue al hospital a visitarlo le dieron órdenes estrictas de no acercarse a él hasta el día de su regreso, y eso sería ese mismo día.
     Varios gritos y saludos se escucharon en la entrada de las oficinas, Nella vio como algunos de sus compañeros se levantaban de sus asientos dejando todo lo que hacían y se dirigían a prisa al lugar, sonrió para si misma, alejó el asiento del escritorio y miró a su costado.
     —Tú me esperarás aquí, volveré en un momento.
     La pequeña la miró y asintió, le regaló una sonrisa y luego volvió a clavar su atención al dibujo que estaba haciendo.
     Caminó por el pasillo y se abrió paso entre sus compañeros.
     —Vaya—dijo Nella, al llegar hasta la entrada—, pero si no es nada menos que Nick Fury.
     Todos comenzaron a reír.
     —Por fin nos muestras tu lado cómico—dijo Lobos, correspondiendo a la risa de sus compañeros—. Mucha risa por hoy, hay trabajo que hacer. Nella…
     La mirada que le regaló no pasó desapercibida. Todos volvieron a sus puestos a seguir con sus tareas, solo Nella se quedó con él.
     —Si—, respondió Nella. Sabía perfectamente lo que venía—. Está conmigo.
     —Entonces no hay tiempo que perder.
     Molina le había hablado sobre el plan de captura que había ideado Lobos, era tan simple pero con tantas violaciones que no quedaría exento de críticas. En un principio no lo había creído posible, pero tomando en cuenta su comportamiento y obsesión con atrapar a Danielle no le parecía extraña la posibilidad de que efectivamente él lo haya propuesto, y ahora sus dudas quedaban resueltas.
     —No creo que sea necesario, el servicio nacional de meno…
     —El servicio nacional de menores ha sido investigado por peores crímenes que esto, tú lo sabes, tú los viste, tú los viviste. No se vulnerará ninguno de sus derechos y sabes bien que ella ni siquiera se dará cuenta de lo que está haciendo. Será solo una figura entre nosotros, solo un cebo. Y si todo sale bien te ayudare con eso que quieres, tengo contactos que podrían facilitarnos y acelerarnos ciertos procesos.
     — ¿A qué te refieres?
     —No te hagas, sé bien porque aceptaste cuidarla.
     Entraron a la oficina y la pequeña seguía en su trabajo.
     —Emilia —la saludó Lobos—, buenos días.
     — ¿Quién eres tú? —preguntó Emilia, dejando de lado su dibujo.
     —Soy un detective, nos conocimos hace días cuando nos encontramos en el jardín infantil.
     —No te recuerdo, no te me acerques o gritaré. Hermana nueva, dispárale con tu pistola.
     Lobos miró a Nella, pero ella lo evitó sonrojada.
     —Es un dibujo muy bonito el que estás haciendo—dijo Nella, intentando desviar el tema.
     — ¿Alguna vez has querido salir en televisión? —Le preguntó Lobos.
     Lo ojos de Emilia se iluminaron de repente, la idea realmente la emocionaba.
     —Bien —continuó Lobos—, hoy tenemos que dar una entrevista, vendrán de muchos canales, así que si Nella me dice que te has portado bien estos días estarás con nosotros frente a las cámaras.
     Ambos miraron a Nella, sabía que mostrar a la niña ante todo el país era parte del plan de Lobos, pero no sabía que se comenzaría a llevar a cabo tan pronto, y por lo visto dar la partida era responsabilidad de ella. Lobos estaba probando su compromiso, lo entendía perfectamente, pero si no estaba con ello se arriesgaba a que no la ayudará a quedarse con la pequeña. Nella asintió. Emilia sonrió y lobos también.
     —Entonces —celebró Lobos—, vámonos ya, nos están esperando en la capital.
     Las horas pasaban y Danielle solo se mantenía en el sillón viendo la televisión, respondía a las preguntas que Franco le hacía pero estas solo se limitaban a recordar antiguas aventuras en la escuela y con qué le gustaría acompañar su almuerzo. La televisión pública era demasiado aburrida, pero ella no despegaba la vista de la pantalla, “¿Esperara a que hablen sobre ella?” se preguntaba Franco.
     Le sirvió su almuerzo en una bandeja para que no tuviera que levantarse del sillón, su mirada indiferente le hizo saber que solo observaba la televisión porque no había nada más que hacer. Notó que sus ojos estaban algo enrojecidos, ¿Habría estado llorando mientras le daba la espalda? “Es una criminal peligrosa”, resonaba la voz de los detectives en su cabeza. Peligrosa… ¿Cómo podía ella ser peligrosa? ¿Cómo aquella chica delgada y sollozante podría ser un peligro? Recuerdos de Danielle y Emilia llegaban a su cabeza, aquellos días donde pasaban las tardes juntos haciéndose compañía. La mirada amorosa de Danielle sobre su hermana pequeña era una imagen que habría llegado a él incluso en sueños. Su mirada, sus abrazos, sus caricias, sus besos, todo aquello que era solo para Emilia y que él durante ya un par de años deseaba que también fueran suyos. Ella no podía ser peligrosa.
     La programación de la televisión cambió de repente.
     En la pantalla un detective daba declaraciones sobre una ola de asesinatos que habían asolado una ciudad. Franco lo reconoció, lo había visto hace un par de meses, a él y a su compañera… y definitivamente reconocía a la niña que los acompañaba. El plato de Danielle cayó al suelo, su mirada indiferente se había deformado completamente y sus ojos estallaban en ira. No sabía dónde estaba Emilia, pero ahora sabía quiénes la tenían.
     Franco observaba silencioso a Danielle, aquellos recuerdos escaparon de él mientras las voces de los detectives volvían a su cabeza… “Ella no puede ser peligrosa…” pensaba, pero tampoco quería averiguarlo.

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