I. En ese momento.
Lobos sorteaba las curvas con gran dificultad, la velocidad que había alcanzado le hacía difícil controlar bien el automóvil, sin embargo seguía acelerando hasta que el vehículo ya no podía más. Los neumáticos quemaban el pavimento dejando sus marcas en la calle, las luces de los focos eran solo una estela pasando rápidamente por su ventana, pero no podía detenerse, debía ser rápido, debía salvar a Nella.
Danielle se levantó y observó a Emilia, miró el arma en su mano y volvió a verla a ella esperando que la pequeña dijera algo, pero no decía nada solo le sonreía.
— ¿Sabes que voy a hacer con eso? —Preguntó Danielle.
Emilia asintió. Miró a Nella tendida en el suelo intentando liberarse de la navaja que la mantenía clavada piso sin éxito alguno. Danielle notó la duda en sus ojos, sin embargo antes de poder decir algo la pequeña la miró a ella nuevamente y volvió a asentir.
—No quiero que nadie vuelva a separarnos —Dijo Emilia.
Su voz era triste y su mirada reflejaba preocupación, para su corta edad ya lograba comprender que después de esa noche se vendrían días difíciles, sin embargo lo más importante para ella era el hecho de por fin volver a estar con Danielle.
—Nadie lo hará —le prometió. Y apuntó el arma directo hacia la cabeza de Nella.
Nella la observaba fijamente mientras Danielle aseguraba el tiro, la sangre que corría por su frente le entraba a los ojos y estos le picaban, pero no desviaba su mirada, quería hacerle saber a Danielle que no le temía, la estaba desafiando. De pronto un fuerte ruido hizo sobresaltar a ambas, Danielle desvió la mirada y vio un cuerpo volando, colándose por la ventana entre decenas de pedazos de vidrio roto. Lobos se levantó rápidamente y apuntó a Danielle, ella lo apuntó a él y ambos jalaron del gatillo. Un fuerte disparo resonó en los tímpanos de los presentes alarmando también a los detectives que se encontraban afuera de la casa, quienes apenas iban bajando de sus autos. Las manos de Danielle temblaban, presionó el gatillo una y otra vez pero nuevamente ninguna bala salió, miró a Nella desconcertada, no acaba de entender que sucedía pero la sonrisa que Nella le regaló le hizo comprender todo.
Danielle dejó caer el arma y con ella cayó de rodillas, dos detectives entraron por la ventana apuntando con sus pistolas pero Lobos los detuvo y les dio órdenes con un par de gestos. Danielle miró a Emilia e intentó alcanzarla con su mano, la pequeña se acercó lentamente a ella mientras veía aterrada como el pecho de su hermana se manchaba de sangre y le rodeó el cuello con sus brazos.
—Prometiste que no me volverías a dejar sola —dijo Emilia, mientras sus lágrimas se unían con las de Danielle en sus mejillas.
Danielle la abrazó fuertemente y comenzó a llorar con ella, poco a poco su llanto se iba apagando mientras su cuerpo se desvanecía entre los pequeños brazos de su hermana. Todo a su alrededor se volvía oscuro, sentía frío, los sonidos se alejaban a su alrededor pero el llanto desconsolado de Emilia resonaba hasta lo más profundo de su ser. “Volví a fallarle” pensó, mientras el rostro de su hermana desaparecía consumido por la oscuridad que la rodeaba.
Dann apareció frente a ella.
—Mi pequeña Danielle —le dijo mientras la abrazaba —ahora no volverás a sufrir.
—Le falle otra vez, le dije que no volvería a dejarla sola— comenzó a llorar.
Dann intentaba consolarla pero su llanto no se detenía, el recuerdo de su hermana se desvanecía poco a poco a medida que su vida se iba apagando. Sabía que después de morir no seguiría nada, dejaría de existir y con ella todos aquellos recuerdos que compartió con Emilia se desvanecerían en el infinito. Morir le dolía, pero no porque estaba dejando de vivir, le dolía el saber que le había fallado a Emilia otra vez y que ahora ya no tendría una oportunidad para enmendarlo.
—Vamos— la invitó Dann—, nuestra hora ha llegado.
Sabía que era inevitable, pero se negaba a aceparlo. Danielle tomó la mano de Dann y caminó con ella entre la oscuridad, a cada paso que daba su cuerpo desaparecía a pedazos y el dolor y el sufrimiento crecían en su interior. De pronto se detuvo. Dann se volteó y la observó sonriente.
— ¿Qué sucede? — Le preguntó —, sabes que no podemos evitarlo.
—Yo no—respondió, mientras se aferraba con ambas manos a las de ella—, pero tú una vez me dijiste que mientras estuvieras conmigo nada volvería a hacerme daño.
Dann agachó la mirada sintiéndose culpable.
—Siento no haber cumplido mi promes…
—¡Cuídala a ella!
Dann la miró sorprendida por aquellas palabras, los ojos de Danielle reflejaban toda la tristeza y desesperación que sentía.
—Por favor, no la dejes sola como yo lo hice, no le falles como yo, quédate con ella y protégela como no pude hacerlo. Yo moriré pero tú aun puedes protegerla. Hazlo por mí, por ella… hazlo por lo nuestro.
Dann posó sus manos en sus mejillas, le regaló una última sonrisa y la besó.
—Por lo nuestro —le dijo, y desapareció.
Danielle se quedó de pie viendo como la oscuridad terminaba de rodearla, su cuerpo se deshacía poco a poco hasta que ya no quedaba nada de ella, por un momento entre toda su tristeza sintió paz, dio un último suspiro y con ella el cuerpo que Emilia se negaba a soltar dejó de vivir.
Las heridas de Nella eran tratadas en la ambulancia mientras el cuerpo de Danielle era retirado del lugar, patrullas policiales llegaron después de las llamadas de los vecinos por los disparos que habían alarmado a casi todo el barrio. Las afueras de la casa de Nella estaban llenas de luces rojas, azules y verdes.
—Nella— le habló Lobos mientras se acercaba a ella, pero lo ingoraba.
Ambos veían a la distancia como Emilia era subida casi a la fuerza a una patrulla policial, la pequeña se retorcía, gritaba, lloraba y lanzaba mordiscos a los policías que la tomaban e intentaban subirla al carro. Finalmente la puerta se cerró y el vehículo se marchó con ella.
Nella comenzó a llorar, Lobos trató de consolarla pero de inmediato lo apartó de sí. Un paramédico se acercó a ellos y pidió a Nella subir a la ambulancia para ser llevada al hospital. Lobos se quedó de pie viendo a su compañera herida marcharse, un nudo en su garganta le advertía que ese sería el último día que volvería a verla.
Molina tocó el hombro de Lobos, este se volteó y le asintió.
—Sé que es difícil llegar al final, pero tenemos trabajo que hacer.
Lobos asintió y caminó junto a él hacia el interior de la casa, debía contar su punto de vista para luego preparar el informe completo de todo el caso desde que comenzaron los asesinatos hasta ese momento, lo esperaba mucho trabajo.
—Creo que pediré mi traslado —comentó Lobos.
Molina lo miró sorprendido y no pudo evitar preguntar sus razones.
—Si no fuera por la astucia de Nella a esta hora hubiera estado en una bolsa junto a la muchacha, creo que ya me canse de esto, quiero que mis próximos años solo sean aburrido trabajo de oficina hasta que llegue el día de mi retiro.
Molina sabía que mentía, las lágrimas que intentaba retener en su ojo revelaban el dolor que sentía al saber que había perdido a su compañera. En anteriores ocasiones le habían ofrecido camaradas más aptos para el peligroso trabajo que Lobos disfrutaba realizar, pero siempre se había negado, él solo quería a Nella y sabía muy bien que no volvería a encontrar otra igual. Antes de comenzar a pasar por nuevos compañeros como hizo hace años, antes de encontrarla a ella, preferiría encerrarse en una oficina sin volver a tener contacto con nadie. Tal parecía que ese era el final del Inspector.
II. Tres meses después.
La puerta se abrió y una mujer gorda y de no tan avanzada edad lo recibió cortésmente, Franco la saludó y entró por el pasillo hasta que llegó a una especie de sala de espera. En los sillones habían chicas que de debieron haber bordeado su misma edad, abrazadas de pequeñas las cuales alegremente les hablaban de quien sabe qué cosas; ancianos, parejas jóvenes y otras no tan jóvenes, todos haciendo lo mismo. En la pared había un gran ventanal que daba a un patio completamente verde de pasto, en él niñas de diferentes edades jugueteaban bajo las miradas de las trabajadoras del lugar.
—Señor Franco— le llamó la mujer que lo había recibido—, aquí está.
Tomada de la mano traía a Emilia consigo. Franco le agradeció y llevó a la pequeña hasta uno de los sillones de la sala donde ambos se sentaron.
— ¿Cómo has estado? —Le preguntó, pero Emilia no hablaba, solo observaba un punto fijo en el suelo—. He estado algo preocupado por ti, algunas de las supervisoras me han dicho que no quieres jugar con las demás niñas ¿No quieres hacer nuevas amigas aquí? He visto que son demasiadas—Franco hablaba enérgicamente intentando llegar a la pequeña, pero ella no respondía, ni siquiera lo miraba
Franco calló un momento, las risas de las niñas provenientes del patio parecían muy animadas, le habría gustado llegar y ver a Emilia entre todas ellas, pero desde que había llegado al hogar de menores no hacía nada más que quedarse callada y evitar a todo el mundo, o al menos eso es lo que le decían.
De pronto comenzó a hablar como si hubiese recordado algo.
— ¿Sabes? — Comenzó—, sé que mañana es un día muy especial, después de todo es tu cumpleaños y bueno… como no podré venir a verte mañana creí que sería bueno traer tu regalo por adelantado.
Franco abrió la mochila que cargaba, rebusco entre un par de cosas y sacó una pequeña bolsa negra.
—Es para ti— dijo entregándosela a Emilia—, la psicóloga insistía con que no sería buena idea hacerte recordar cosas que pudieran alterarte, pero esto me parece necesario… y además eres tú quien debe conservarlo, no yo.
La pequeña la recibió sin decir nada, comenzó a soltar el nudo lentamente y con algo de dificultad hasta que al fin aflojó. Abrió la bolsa y el sonido de un suspiro atrapado en su garganta rompió su silencio. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras lentamente sacaba de la bolsa un viejo gorro de lana con un pompón en la cima.
—Ahora es muy grande para ti, pero ya crecerás, aunque bueno también era algo grande para ella…
El llanto de Emilia sobresaltó a todos los presentes, el fuerte grito de la pequeña solo era ahogado por el gorro de lana con el que cubría su rostro. Sentir el aroma de su hermana aún en él le traían recuerdos que le dolían en lo más profundo de su ser. Las empleadas del lugar llegaron a intentar calmarla pero no lo conseguían, intentaron quitarle el gorro pero eso solo hizo que la muchacha se volviera agresiva e intentara morderlas. Fueron varios minutos de conmoción hasta que al fin pudo calmarse. Franco tuvo que retirarse del lugar para que así la pequeña no volviera a colapsar.
Caminó fuera del recinto y cruzó la calle hasta el paradero del autobús, miró su reloj y notó que aún era temprano. Subió a un autobús y se pegó a la ventana perdiendo la vista en el horizonte. La imagen de Emilia siendo llevada a la fuerza a las habitaciones aferrándose con todas sus fuerzas al recuerdo de Danielle lo hizo quebrar. Se cubrió el rostro con las manos y se ocultó tras los asientos para que nadie lo viera, intentó calmarse poco a poco, no podía permitirse colapsar otra vez, al menos no ahí, ya que el lugar donde sentía que debía hacerlo aún estaba a un par de horas de viaje, en un rincón oculto de su ciudad.
“Creo que iré a visitarla hoy” pensó, mientras se secaba las lágrimas.
Desde el día de su funeral habría estado visitando su tumba al menos tres veces por semana, conversando con la tierra frente a él durante horas, hablándole de Emilia y las veces que iba a visitarla al hogar de menores, llorando frente a su nombre grabado en una cruz de madera, esperando algún día que sus suplicas fueran escuchadas y oír de sus labios que lo perdonaba, aunque él sabía que esas palabras jamás las podría escuchar, pues su imagen permanecía intacta solo en sus recuerdos y su voz había sido callada para siempre.
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Sinister
TerrorEn esta pequeña historia seguiremos los pasos de Danielle, una joven de dieciséis años la cual acompañada de un ser creado por sus más oscuros sentimientos decide recuperar aqueños años de su vida arrebatados por los abusos de quienes pronto conocer...