Capítulo 9. Plan

156 7 1
                                    

     — ¿Podría repetirme la pregunta?
     —Por supuesto. Queremos que nos diga cuales podrían haber sido los motivos para que alguien asesinara a Esteban.
     "¿Había escuchado mal?" se preguntó.
Ella estaba segura que acababa de inculparla. Los ojos del inspector vagaban por toda la sala. Nella, sin embargo, la observaba atenta. Sus ojos estaban casi cerrados, pero ella sabía que su mirada estaba pendiente de cada una de sus facciones, entonces ¿habría sido una trampa? ¿Qué pretendían? Lobos posó su mirada en ella, no era para nada seria por mucho que lo intentase, su rostro alargado y delgado cuerpo que se escondía debajo de su ropa de oficina le hacían parecer más bien un joven entrando en los diecinueve años que un inspector de la policía nacional.
     —No, no tengo idea de que podría haber sido. La verdad no tenía mucha relación con él.
     Los ojos de Lobos comenzaron a mostrar cierto interés, pareciera como si estuviese a punto de descubrir algo.
     —Pero eran compañeros de curso desde que iban en tercer año de básica.
     —Sí, pero no me relacionaba mucho con él ni con su grupo de amigos, eran unos colegas de los cuales la gente solía mantenerse alejada.
     —Entonces si conocía motivos.
     "Me atrapó".
     Comenzó a sentir una fuerte presión en el pecho, los latidos de su corazón resonaban tan fuerte que podía sentir como si este quisiera atravesar sus costillas. Una gota de sudor calló desde su frente, todos guardaban silencio.
     —Mátalos —dijo Dann.
     "No podría, son dos y yo solo una".
     —Si puedes, primero el delgaducho, luego la perra esa.
     "Deben saber que están aquí, vendrían por mí de inmediato"
     —Los haremos desaparecer rápido
     "Mamá y Emilia están en la habitación, escucharan todo"
     —Podemos matarla y llevarnos a Emilia, escaparemos.
     "¿Y los demás? Aún queda Marco y Félix"
     —Nos encargaremos de ellos después.
     Su cuerpo se tensó, miraba fijamente aquellos ojos que la observaban atenta, posó su mano sobre su bolsillo pero no tenía nada que pudiera ayudarla a matarlos, sus uñas estaban un poco largas por lo que tendría que hacerlo con sus manos desnudas.
     Apoyó las palmas en el borde del sofá, los ojos de Nella se abrieron de golpe y llevo sus manos también al borde de su asiento. Lobos desvió su mirada hacia su compañera sin voltear la cabeza; nadie decía nada, el ambiente era denso. De pronto un fuerte portazo los hizo mirar al pasillo. Emilia se apareció corriendo y de un salto se lanzó a los brazos de Danielle.
     — ¡Tengo hambre! — dijo mientras le besaba la mejilla.
     —Mili, estamos ocupados aquí.
     La pequeña observó a los dos extraños que se encontraban ahí, miró nuevamente a Danielle y se sentó a su lado de brazos cruzados haciendo un puchero.
     —Veo que es una jovencita muy ocupada —observó Lobos.
     — No, es solo que ya es la hora en la que desayunamos.
     —Entonces para no quitarle más tiempo le pediré que responda a nuestra pregunta.
     Los ojos de Nella volvieron a entrecerrarse, Lobos perdió nuevamente su mirada en la sala y esta vez también en Emilia. No sabía que responder y ello la desesperaba, sabía que si mantenía silencio se volvería una sospechosa así como el hecho de responder algo sin medir cuidado podría llevar a que la descubrieran. Estaba nerviosa, no sabía qué hacer. De pronto Dann cruzó sus brazos por sobre su cuello, un escalofrío recorrió su cuerpo mientras posaba sus labios sobre su oreja.
     —Solían tener problemas con muchas personas —hablaron al unísono —. Si consulta con algún profesor les dirán que solían estar involucrados en peleas con otros alumnos y también con alumnos de otras escuelas. Nadie sabe en qué otros problemas se metían, por ello muchas personas no se involucraban con ellos, era mejor mantenerse alejados de sus problemas. Pero no sabría responder con certeza cuales serían los motivos para que alguien llevara a cabo algo así.
     Lobos miró a Nella con un gesto de decepción, ambos mantuvieron la mirada el uno con la otra. Se quedaron en silencio mientras se hacían pequeños gestos con diferentes partes de sus rostros. Danielle no sabía lo que pasaba, era como si pudiesen leer la mente de cada uno o como si cada gesto que hacían escribía una frase que cada quien iba leyendo al momento.
     —Bien —dijo Lobos poniéndose de pie—, como prometí he sido breve. Me temo que en cualquier momento deberemos volver a hacerle una visita.
     Hizo un último gesto a Nella y ambos se marcharon.
     Ya afuera, ambos caminaron hasta el auto en el que viajaban, no se dijeron palabra alguna hasta que se encontraron adentro del vehículo.
     — ¿Qué opinas? — Le preguntó a Nella.
     —Estaba muy nerviosa, pero su testimonio calzaba con varios de otros alumnos. Al parecer muchas personas evitaban tener cualquier contacto con ellos.
     —Ya veo. Noté que estabas algo tensa ¿Sucedió algo?
     —No lo sé, pero en un momento me pareció que quería asesinarnos.
     — ¿Estas segura de eso?
     —No del todo, creo que fue solo una corazonada.
     —Vaya, tú dudando en un interrogatorio, eso sí que es algo de lo que yo me preocuparía. Y bien ¿dirías que tiene algo que ver?
     —Por lo que observé... no, pero algo me dice que deberíamos tenerla en nuestra vista de todas formas.
     —Bien —añadió Lobos dejando salir un suspiro—, sigamos. Nos queda un Franco; un Felix y ese chico Marco que eran amigos de la víctima.
     Ambos mantuvieron silencio mientras el vehículo comenzó a andar, les esperaba un día de mucho trabajo.
     Era de noche nuevamente, Danielle había convencido a Emilia para que durmiese con su madre otra vez. El reloj que mantenía en su pequeño mueble marcaba casi la media noche, era la hora.
     Salió de su cama con la ropa puesta, tomó una mochila con un par de prendas, se aseguró que Emilia y su madre estuviesen dormidas y se marchó. Caminó una hora sin rumbo fijo hasta que ya estuvo lo suficientemente alejada de su casa. Las calles estaban desiertas, pero a momentos una que otra silueta humana se dejaba ver merodeando por la ciudad. Borrachos, drogadictos o grupos de jóvenes que caminaban hacia sus panoramas de viernes por la noche; intentaba esconderse y evitar a toda costa estos últimos, para lo que quería hacer necesitaba que no hubiesen testigos.
     — ¿Qué pretendes? —Preguntó Dann.
     —Escuchas mis pensamientos, sabes perfectamente que haré.
     Dann se sonrió y la siguió a cada paso que daba. No ponía objeción alguna, ver a Danielle tan decidida y dispuesta a todo le hacía estremecer de emoción y a ella le pasaba lo mismo cuando se daba cuenta de cómo había cambiado desde que Dann había llegado a ella. Hace unos días nunca se habría atrevido ni siquiera a salir de su habitación de noche y ahora estaba ahí, recorriendo las calles en busca de una solución al problema que Lobos le ponía en frente.
Volteando en una esquina vio un hombre de no tan avanzada edad que caminaba por la calle en su dirección, con una pequeña botella de lo que parecía ser algo muy fuerte. Danielle se ocultó de inmediato, era el momento. Se quitó la ropa y la guardó en su mochila, luego sacó una vieja falda de escuela y una polera ligera y se las puso. Cuando el hombre estuvo lo suficientemente cerca salió de su escondite.
     Frente a él, una jovencita de delgada figura y ropas ligeras miraba en todas direcciones con la vista perdida. Se acercó lentamente, ella lo miró y camino en su dirección hasta que ambos se encontraron.
     — ¿Qué hace una jovencita en esas fachas caminando sola a mitad de la noche?
     —Verá, estaba con unos amigos, pero me dejaron sola y no sé cómo volver.
     — ¿No eres de aquí?
     —No, mi familia y yo vinimos por el fin de semana.
     La chica parecía asustada. Tímidamente frotaba sus muslos al hablar, la polera que llevaba era lo suficientemente delgada como para traslucir un poco de su piel, ella la mantenía con un nudo por sobre su cintura dejando expuestas sus caderas y los pliegues de falda que por lo visto ella misma había arremangado. Cualquiera sentiría frío tan solo ver una persona vistiendo así, pero la piel morena de la chica y sus muslos gruesos expuestos a propósito lo hacían estremecer.
     — ¿Cómo es la casa donde te quedabas, recuerdas la calle?
     —Una casa de color rojo con reja blanca, la calle tenía un par de arbustos con unas flores blancas.
     Conocía el lugar, estaba a cuatro calles desde donde estaban; él pasaba por ahí todos los días de camino a su casa.
     —Conozco el lugar...— el rostro de la chica se iluminó —ven conmigo, es por aquí.
     Se dio media vuelta y comenzó a caminar de vuelta por donde venía.
     —Tengo mucho frío —le dijo aferrándose de su brazo mientras le tocaba la mejilla con su mano fría.
     El hombre se soltó suavemente de ella y la pegó al costado de su cuerpo mientras le aferraba la cadera frotando su piel desnuda.
     —Sí, hace mucho frío—asintió.
     Su piel suave y tersa entraba en calor rápidamente al contacto, presionaba sus caderas esperando alguna reacción pero la chica se mantenía aferrada a él sin hacer más que caminar. Frotó más fuerte pero solo se dejó oír una pequeña risa producto de las cosquillas que le provocaba. Era como si a ella no le molestara su tacto, incluso se atrevía a decir que lo disfrutaba.
     Su interior se estremecía a cada roce de sus caderas, pensar en la calidez de esos muslos jóvenes lo llenaban de sensaciones que se acrecentaban por el alcohol que llevaba en la sangre. Miró a todos lados, no había nadie. No dieron muchos pasos cuando llegaron a un terreno abandonado entre dos casa deshabitadas. Estaba lleno de maleza crecida, refrigeradores oxidados, cocinas abandonadas, neumáticos viejos y toda aquella basura que la gente desechaba. Era el lugar, era el momento, ella debía ser suya.
     Tapó su boca y la llevo hasta el rincón más alejado de aquel basural, la tumbó con fuerza en el suelo y se abalanzó sobre ella. Desesperadamente fue bajando sus pantalones, debía ser rápido. El rostro asustado de la chica y la manera en la que se retorcía lo hicieron dudar, pero al adentrarse debajo de la pequeña falda lo hizo darse cuenta que ahí no había nada, estaba desnuda, enloqueció.
     Con su mano libre abrió sus piernas, estaba listo para entrar pero un fuerte dolor en su cien lo hizo detener. Llevó su mano a aquel dolor y se encontró con la mano de la chica quien empuñaba aquello que se había clavado hasta no poder avanzar más.
     Los gritos de Danielle ahogados por su mano se volvieron carcajadas, poco a poco fue perdiendo sus fuerza. El filo se deslizo hasta salir por completo de él para luego volver con todas las fuerzas de la muchacha a clavarse de nuevo en su mejilla.
     Danielle se levantó y se sacudió la suciedad de la ropa, tomó el cuerpo de una pierna y o arrastro hasta sacarlo del basural. No había nadie. Lo posó en la vereda, le dio unos últimos cortes alrededor del cuerpo y se marchó a buscar sus cosas.
     — ¿Y ahora qué? — preguntó Dann.
     —Dos o tres más y nos iremos a dormir.
     Mantuvo un pequeño silencio, sabía que Dann conocía todos sus pensamientos y que ella conocía los suyos también. Pero quería escucharla decirlo de su propia boca
     —Aquella pregunta fue una prueba — agregó Danielle—, saben que tenemos motivos de sobra para haberlo asesinado y saben que soy yo quien podría haberlo hecho. Si el siguiente hubiese sido Felix como lo teníamos pensado no habrían tardado en saber que fuimos nosotras, así que olvidemos nuestros motivos por un tiempo. Si logramos convencerlos de que solo fue una casualidad que justamente ellos dos hayan sido las primeras víctimas podríamos desviar su mirada de nosotras.
     Ambas sonreían, pero Dann estaba emocionada; Danielle... le gustaba.

SinisterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora