RAIN IN HELL | YoonMin [+18]

Capítulo 8

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Mi sangre, sudor y lágrimas. Mi último aliento. Tómalo todo.

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25/noviembre/2020 - 15:35 pm. Distrito de Guryong, Seúl.

[Min YoonGi]

El ruido de las bocinas de los coches a mi alrededor retumbaban como un murmullo lejano en mis oídos, molestándome. La elevación del asiento de cuero se enterraba dolorosamente en mi espalda, mientras me sentaba semi reclinado con una pierna extendida sobre el acelerador, al tiempo que maniobraba con la palanca de cambios en movimientos diligentes, impacientes.

Mi pulso latía acelerado contra mis costillas y mi mirada, acentuándose en un profundo ceño fruncido que denotaba cansancio y exasperación, se paseaba entre las chatarras que circulaban por aquélla vía aglomerada.

—Respira, maldita sea –gruñí, hacía mí mismo, cuando percibí que mi respiración se había hecho un caos, atascándose en la base de mi garganta.

La patrullera de la estación de policía, la cuál llevaba usando casi un mes sin el menor incidio de querer devolverla en mis planes futuros (no hasta tener mi coche de nuevo y sin magulladuras) se abría paso entre la masa opaca y borrosa de los edificios descuidados, coches destartalados, avenidas y calles agrietadas, además de los transeúntes y vagabundos que caminaban sobre las veredas, en un suburbio marginal que poco a poco comenzaba a conocer de memoria.

El aire contaminado y espeso de aquél sitio me molestaba, picaba e impedía que pudiera respirar correctamente, dificultando el paso del aire a mis pulmones maltratados por el cigarrillo; y ganas de tener uno en los labios no me faltaban, sin embargo. No podía dejar de restregar el puente de mi nariz a cada segundo en un gesto maníaco, obseso, molesto. Ni siquiera era capaz de eludirlo, siendo imposible para mí cambiar una costumbre de años. Una costumbre que odiaba, que quería borrar, pero nunca pude.

Las manías arraigadas desde la niñez eran las peores.

Alejé mis ojos de las pequeñas carcasas que reposaban sobre el sucio vidrio del espejo retrovisor y traté de enfocarme en la carretera. Si seguía así tendría un accidente en cualquier momento, todo por ser un maldito despistado. Una delgada capa de sudor cubría mi piel, atrapando mechones de cabello contra mi frente, la humedad pegándose a mi camisa de manera incómoda. No hacía calor, en absoluto; pero aún así podía sentir como un flujo de combustión quemaba contra mi pecho, calentando mi piel. Estaba impaciente, y lo pude deducir porque mis manos temblaban sobre el volante en un gesto mínimo, inaudible; no obstante, yo no era de las personas con tics nervioso y manías ansiosas.