Capítulo 35

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MEL

A veces solo deseas llegar a casa, darte una buena ducha y tumbarte en la cama liada en la toalla. Notar tus pies descansar en el colchón. Dormir a pata suelta y que la babilla acabe en la almohada del placer que produce dormir con sueño. Puede que nadie me entienda, pero es justo eso lo que deseo hacer nada más traspase la puerta de casa.

Puede que antes me de el deseo de comer unas cucharadas de helado. Tengo una reliquia en el congelador con sabor a arándanos y frutas del bosque, cremoso y delicioso. Lo tengo de reserva por si mi vida se tuerce y acabo llorando a moco tendido, es una manía. Suelo guardar helados para momentos jodidos. Es como llevar un paracetamol en el bolso por cualquier dolor que pueda surgir, como, por ejemplo: un dolor de cabeza.

Meto la llave en la cerradura y la giro hacia la izquierda, nada más abrir la puerta a parece Frankfurt moviendo su rabito. Alza sus patitas y me arrasca en los muslos. Ha crecido mucho en poco tiempo. Me entristece eso, me encantaba cuando era del tamaño de un microbio. Bueno, aclaro, un microbio de unos treinta centímetros.

Le acaricio y dejo que me besuquee. Por norma general se lo tengo prohibido que lama mi cara.

Dejo el bolso en el suelo y saco mis zapatos para andar descalza. Andar descalzo es un placer alucinante. Deberíamos andar descalzos siempre. Camino sobre el frío suelo y me dirijo al salón.

Cruzo el salón hasta llegar a la cocina, abro el congelador y saco la tarrina del congelador, al cerrar la puerta del congelador me encuentro con un espíritu. Pero no, no es un espíritu, es mi amiga Teresa.

Alzo una ceja. Tiene esa cara que no me gusta. Esa que sé que me pedirá algo que no quiero. Y ojalá me equivoque.

La esquivo y continuo con mi camino. Me tiro en el sofá, abrazo la tarrina con brazo y con la mano libre cambio de canal.

Teresa se sienta a mi lado. Ahora, seguro, sin dudas, sé que quiere algo. Pero no seré yo quien abra la boca. De hecho, puedo hacer que no la veo sin esfuerzo ninguno.

Carraspea. Ignoro. Cambio de canal. Carraspea de nuevo. La sigo ignorando. Vuelvo a cambiar de canal.

-Mel...

-Así me llaman – dejo mi mirada clavada al televisor.

Hinco la cuchara en el helado mientras noto mis glándulas salivales reproduciendo litros de saliva. Si, ya sabéis que yo soy así de exagerada.

-Nuestra relación se ha enfriado – Comienza a decir Teresa. Siempre habla de nuestra amistad como si fuéramos una pareja con cuarenta años de matrimonio. Intento no desviar mi mirada del televisor. – Sé que todavía te muestras esquiva conmigo. Te noto distante...

-Ey, Teresa, corta el rollo. – La miro por primera vez. – Ve a donde quieres ir y déjate de rollos raros. – La corto.

Pone su mano en el pecho y abre la boca con sorpresa. Ni que mis palabras la hubieran sorprendido – ni de coña.

-No seas así – me recrimina.

-¿Qué quieres?

-Salir. Quiero que salgamos – ahora si, ahora esta siendo sincera. – Podríamos ir a cenar, tomar algo. No sé, hacer algo. ¡Somos jóvenes! – alza sus manos en el aire.

- Me da pereza – digo mientras me meto una cucharada en la boca. Teresa arranca la tarrina de helado de mis manos y la deja en la mesita. Eso me ha dolido. La miro parpadeante. ¿Me ha quitado mi tarrina de helado?

-Necesitamos una noche de chicas. Necesito hablar con mi amiga con una copa de vino en la mano – sus ojos se humedecen y por primera vez me siento mal. No sabía que estaba tan sensible. – Hecho de menos explicarte mis cosas, mis movidas.

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⏰ Última actualización: Jan 14, 2020 ⏰

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