Los rayos de sol se cuelan por los agujeritos de mi persiana, dejándolo entrar de manera armónica dentro de mi oscuro cuarto. Cuarenta y ocho horas encerrada entre estas cuatro paredes, postrada sobre el duro colchón. Giro mi cuello hacia mi derecha para observar mi reloj digital, que este marca las nueve y cuarto de la mañana en rojo potente. Entre mis manos sostengo mi teléfono mientras lucho contra entre el 'si' y el 'no'. No he dejado de pensar en Thiago en ningún momento, este no ha hecho otra cosa que pasearse desnudo en mi mente. –Es solo un puñetero mensaje me regaño en voz baja. Claro, es solo un simple mensaje. Reescribo nuevamente el mismo texto que hace medio minuto, el cual borré hace quince segundos.
¿Qué tal va todo?
Veo parpadear esa raya esperando mis próximas palabras. Continuo:
¿Hechas de menos a tu excelente secretaria?
Pese a que no ha sido mi intención, denoto algo turbio y sucio en mi pregunta. Respiro profundamente cuando noto como el sudor se va manifestando en las palmas de mis manos, frente y espalda. De una patada me deshago de las sabanas sin sacar la mirada de la pantalla. Estoy a punto de enviarlo. Me siento sobre el colchón notando mi dedo tembloroso sobre el botón de enviar. ¿Qué puede pasar? ¿A caso, seré crucificada como las brujas en la hoguera? – Puede que no te conteste y acabes enviándole un bombardeo de mensajes sin sentidome recuerdo. Puede pasar, claro. Resoplo un tanto agobiada retirando un mechón de pelo que acaba de interrumpir mi visión. Borro de nuevo todo el mensaje dejándolo vacío, abro la cámara y me hago un selfie con los dedos en uve con el sigo de victoria y sacando la lengua, seguido escribo a pie de la foto: he sobrevivido. Y lo envío rápidamente, antes que ataquen mis pensamientos de manera devastadora. Tiro mi teléfono al final del colchón, como si este abrasara mis manos. Mi corazón retumba tan fuerte que logro notar mis oídos zumbar en cada latido. Me levanto de la cama casi de un salto y corro en busca de lo único que me he alimentado en estos dos días de encierro. No se como lo hacen esas personas que aseguran que les gusta vivir encerrados en casa. Entro en la cocina, abro el congelador y saco la tarrina, de litro y medio, de helado de chocolate. Si, lo sé, acabáis de echaros las manos a la cabeza, mi madre hizo lo mismo cuando se enteró. Cree que estoy viva de milagro. Cojo una cucharada sopera y la hinco con fuerza sobre la crema congelada. Solo cuando la meto en mi boca cierro los ojos, agradecida de la vida por regalarme estos pequeños placeres tan necesarios para la felicidad absoluta. No me fio de esa gente que no le gusta el helado. Camino de nuevo hacia la habitación mientras abrazo la tarrina como si fuera un oso de peluche, entro y veo el teléfono en una esquina de mi cama, paso de largo mirándolo de reojo y me siento de nuevo cruzando las piernas bajo mi culo. Meto la cuchara en la tarrina mientras alzo una ceja: - Puede que ya haya contestado – susurro como una autentica loca. – O puede que no. Estiro mi cuello para lograr ver la pantalla, esta se enciende iluminando mi rostro en la oscuridad. Sobra decir que ha sido un mensaje de mi compañía telefónica recordándome que estoy a punto de rebasar mis puñeteros GB, estos creo que están esperando, justo esto, para rompernos las ilusiones de un tirón. Resoplo torciendo el labio y ensarto la cuchara con fuerza sobre el helado. Y me dedico únicamente a comer durante la hora siguiente.
– Mel... - noto un ligero zarandeo. – Mel, despierta. – Abro los ojos para ver el rostro de Teresa borroso. – Te has quedado dormida comiendo helado – se ríe mientras saca la tarrina de entre mis brazos y la deja sobre la mesita de noche.
–¿Qué hora es? – pregunto con la voz adormilada y ronca.
– Las cinco y media de la tarde.
Me desperezo de un salto. ¡¿Cómo es posible que haya dormido tanto?!
Miro el reloj por mi misma para asegurarme que de verdad es tan tarde. Y si, cojones, si.
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HUYENDO DEL AMOR SD#1
RomantizmThiago y Mel, dos personajes que huyen del romance. En ocasiones la vida nos pone aprueba dándonos un poquito de aquello que siempre dijimos:¡Jamás! Podrán correr todo lo que quieran, negarse a sentir esas puñeteras mariposas, pero huir nunca. El am...