Capitulo 8

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MEL

Mi reloj marca la una del mediodía y todavía intento acabar el dichoso correo electrónico que me pidió Thiago. Intento poner toda mi sabiduría en redactar del email, nada más faltaría que una falta ortográfica me condenara en la zona analfabeta, nivel: mesangranlosojos. Llevo casi toda la mañana intentando hacer este simple recado, pero Thiago no ha hecho otra cosa que pedirme recados tontos, desde un café, hasta un trozo de papel del baño– así sucesivamente–. Su teléfono móvil no para de vibrar sobre la mesa, es algo que me desconcentra. En realidad, me desconcentro con mucha facilidad, pero si me das motivos en bucle. A parte, me desespera que un móvil suene y suene y suene y suene y nadie decida cogerlo. No entiendo como puede estar tan tranquilo ignorando las llamadas. Debe estar acostumbrado. Solo queda que me despida con un saludo cordial y podré enviar el correo y hubiera sido así de no ser porque Thiago a cerrado mi ordenador con mis manos dentro.

–Hora de comer–. Dice.

Le miro con ganas de querer arrancarle los ojos. ¡Será idiota!– pienso mientras saco las manos que han quedado como el relleno de un sándwich en el ordenador.

–Solo me quedaba darle a enviar – Le informo frustrada.

–No pasa nada, luego continuas.

–Puedo hacerlo ahora, no tardaré más de medio minuto – Intento abrir de nuevo el ordenador, pero Thiago aplasta su mano sobre él.

– Podrás hacerlo después – se levanta de su silla cogiendo la chaqueta que tiene sobre el respaldo. – solamente tenemos una hora para comer.

– Vale –, me doy por vencida mientras abro mi bolso y cojo mi táper. Quito la tapa y en seguida me abofetea el olor de la ensalada de pasta, pero no me da tiempo a nada más porque mi táper va directo a la pequeña papelera. ¿Cómo? ¿Thiago a tirado mi comida?

–¿Pe… pe… perdona? – le pregunto confundida mientras observo el pequeño recipiente de plástico.

– Te invito a comer – me responde como si eso lo explicara todo.

– No es necesario – me cruzo de brazos.

– Puede que no –, se agacha para que sus ojos queden alineados con los míos. – Pero es lo que quiero. Levanta tu culo respingón.

                                                             ***

Nunca, jamás, hasta el día de hoy, he comido en un restaurante de hotel de alta calidad. La decoración es lujosa, el suelo es de mármol de color blanco roto y brilla con intensidad, sus manteles blancos decoran con elegancia y sus sillas de madera, de estilo francés, hace que la estancia sea armónica, desprendiendo paz. Intento ignorar lo mucho que me provoca tener a Thiago enfrente de mí, con sus ojos clavándose como flechas malditas sobre mi rostro. Cuando llegue a la oficina recogeré mi Táper, puede que mi comida ya no sirva, pero es el único recipiente que tengo. Si, ya lo sé, estoy pensando gilipolleces, pero es la única salida que encuentra mi mente ante tanto nerviosismo. Sostengo entre mis manos la carta y releo en silencio. En realidad ya sé que voy a elegir, pero me es mucho más fácil tener la carta como escudo, para que el encanto de Thiago no acabe cruzándome el pecho con la misma facilidad que lo haría la espada de W. Wallace.

–¿Saben ya lo que van a pedir los señores? – el camarero se entromete en nuestro silencio, el cual comenzaba a coger un aire un tanto incomodo e incluso un poco terrorífico. Qué Dios bendiga a todas aquellas personas que nos salvaron de algo así o parecido.

– Lo de siempre –, dice el señor adonis, de pecho firme y de hombros gansos.

– Y ¿usted, señorita? – espera paciente mientras doy una ultima ojeada.

–Una ensalada de queso de cabra.

El camarero asiente mientras recoge las cartas para llevársela con él. Y con su marcha regresa ese gélido silencio, pero con la diferencia de que ahora no tengo con qué entretenerme ni disimular.

–No creas que será así cada día –, me dice mientras bebe agua de su copa. Puedo ver como sus labios carnosos se oprimen sobre el fino cristal. Un ligero temblor me recorre el vientre.

– ¿A qué te refieres? – pregunto confundida intentando no mover tanto mis dedos, que nerviosos lo tocan todo.

– No te voy a invitar cada día a comer. Me saldrías demasiado cara –, sonríe con un aire malicioso

– No haberlo hecho

– Con un ‘gracias’ hay bastante.

– No hay de qué, ha sido un placer – me burlo.

Su sonrisa se intensifica y el temblor en mi vientre se magnifica.

El camarero regresa dejando mi plato sobre la mesa. La ensalada es muy completa, lleva semillas, furtos secos y pasas, tal y como me gusta. El plato de Thiago tampoco está mal, ha pedido carpacho de ternera con queso parmesano y aguacate. Casi prefiero el suyo. Me dispongo a hincar mi tenedor dentro del bol cuando él decide hablar.

– Voy a acortar este rollo – alzo la mirada para observarlo ya que tengo la sensación de que cada vez que abre la boca acaba dejándome desorientada.  Y ahora, ¿qué? – Necesito que me hagas un favor –. Se remueve incómodo, pero rápidamente recobra la compostura cruzándose de brazos y apoyando los codos sobre la mesa.

– No – contesto veloz.

– Si que lo harás.

– No, no lo haré –, repito soltando el tenedor, retándole con la mirada. Me cuesta horrores aguantar la vista, es como si consiguiera desnudarme con sus pupilas. Y automáticamente sucede eso que tanto odio: mis mejillas se sonrojen y mi pulso se acelera. Fijo mi mirada en el plato y sigo negando con la cabeza. Si mantengo mi mirada lejos de la suya, todo estará bien. Pero su mano se posa en mi barbilla y me hazla la mirada hasta que nuevamente nuestros ojos vuelven a conectar. Mierda, mierda y mierda. Hay algo en su rostro que me dice que está disfrutando con esto, viéndome acalorada.

– No te queda de otra, Mel. – No soy idiota y puedo ver una amenaza entre espacio y espacio de cada palabra. – Esto es muy sencillo –, comienza a decir mientras se lleva el tenedor a la boca y mastica con la boca cerrada. Traga, bebe agua y continua – Yo necesito un acompañante para el sábado y tú un trabajo que dure más de quince días.

– ¿Qué me estás pidiendo exactamente? – le digo ahora con un punto de malhumor. No me gustan los chantajes emocionales.

– Tengo un evento familiar – pongo los ojos en blanco. ¿Qué pinto yo allí? – No pongas los ojos en blanco – me regaña como si realmente ese gesto le molestara – Yo tampoco quiero ir, pero no me queda de otra – encoje sus hombros.

– Entonces, si estoy obligada a decir que si, ¿por qué me preguntas? – Le digo tirando mi servilleta sobre la mesa.

– Cariño, no te lo he preguntado en ningún momento. – Sonríe como un patán.

Me levanto del asiento y abandono la mesa.  Odio que me den órdenes, pero mucho más si es una exigencia… y ya ni cuento si es una obligación. Salgo del enorme comedor, pero no acabo de poner un pie fuera cuando alguien sujeta mi muñeca y estira de mí, haciendo que rote sobre mis pies. Cuando abro los ojos veo el rostro de Thiago tan cerca que la punta de su nariz roza ligeramente con la mía. Noto su aliento caliente chocar en boca y también mi corazón latir desesperado. Mis pechos están aplastados sobre el sujo y su fuerte brazo rodea mi cintura. Aprieto los puños para domar las ganas de pasear una de mis palmas por su terso abdomen. En una decima de segundo su boca se aplasta sobre mis labios y los presiono con fuerza. Tengo la sensación de estar subida en una noria y noto ese vértigo de las alturas. Intento zafarme de su agarre si no quiero acabar babeando, tocando y refregándome contra su cuerpo, pero es imposible huir de entre sus brazos si estos siguen abrazándome tan firmemente. Cierro los ojos con fuerza y giro mi cara, consiguiendo romper el beso. Thiago me mira con los ojos entornados, hace una media sonrisa y me libera

– Me gustan las gatas salvajes – dice mientras da un toquecito con la yema de su dedo corazón sobre mi nariz.

Capullo. Capullo. Capullo. Ah, y ¡capullo!

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Espero que os guste este capitulo! Gracias por leer😘😘

HUYENDO DEL AMOR SD#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora