~•Capítulo 23: «Quiero verla sufrir»•~

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  El reloj grande y de madera, marcaba los segundos con un sonido que volvería loco a cualquiera en aquel silencio de muerte. Las cadenas se movieron lentamente, liberando un sonido nuevo en aquel sótano húmedo y desolado. Ella abrió los ojos, la luz era poca en aquel lugar lúgubre, solo un pequeño foco colgaba del techo, iluminando precariamente aquel espacioso lugar. Estaba acostada sobre unos trapos sucios como si de un perro sarnoso se tratara y estaba encadenada de manos y pies, lo notó cuando al despertar quiso moverse y se dió cuenta de que esa simple acción estaba limitada.
  Fue entonces que escuchó unos pasos bajando unas escaleras, pudo diferenciar unos cuatro pares de pies pisando fuerte cada escalón. Esperó, vió a las cuatro sombras acercarse y luego, una luz se encendió, iluminandole el rostro y cegándola de pronto.

  — Buenos días, mamá— Dijo Frank de forma sarcástica. Linda sonrió burlona.

  — Buenos días, Frankie— Dijo ella.— ¿Vienes a liberarme al fin? ¿Te arrepientes de hacerle esto a tu madre?— Frank chasqueó los dedos y Gerard descargó su puño contra el rostro de Linda.

  — Basta de juegos, Linda— La voz de Frank salía firme y con un dejo de rabia.— Cheech murió ayer—

  — Así que la cucaracha esquelética se murió... Bien por él— Dijo con simpleza.— Entonces, déjame ir—

  — No irás a ningún lado ¿Quieres jugar? Entonces jugaremos, solo que ahora es mí turno—

  Uno de los soldados colocó una silla en frente de Linda, Frank se sentó frente a ella y Gerard encendió un cigarrillo, acercándose a Frank para susurrarle.

  — ¿Estás seguro de querer ver esto?— Frank inspiró fuertemente por la nariz y respondió, poniéndose serio.

  — Estoy más que seguro—

  Cuando le dijo a Gerard que quería ver a Linda sufrir, este no supo cómo negarselo, por lo que fingió demencia y dijo que cómo esperaba ver eso. Frank, un chico que se volvía más astuto con los años, sonrió y lo abrazó por el cuello, diciéndole que quería que use sus secretos de guerra, dejando atónito a Gerard que, si bien no dudaba de su inteligencia, creyó que era más inocente y que jamás lo descubriría, más luego de confiar, como lo había hecho, en Linda.
  Pero Frank era astuto desde pequeño, despertó cuando vió a su padre llorar en la cocina, a la edad de siete años y desde allí comenzó a ver las cosas más claras. Por ejemplo, a la edad de doce, se dió cuenta de que era una especie de maldición ser un Omega, puesto que debería atarse a un Alfa idiota para toda la vida. La primera vez que escapó de casa tenía catorce años de edad y la primera vez que se tatuó fue a los tres meses de escapar de casa la primera vez. Se convirtió en una especie de adicción y ahora lucía en su cuerpo unos diez tatuajes dolorosamente conseguidos en un salón de tatuajes en los límites de los barrios bajos.

  Gerard quitó el cigarrillo de su boca y se acercó a Linda, Frank se mantuvo inmóvil en su silla, esperando. Sin mediar palabra, Gerard tomó a Linda del mentón y apagó el cigarrillo en su rostro.

  — Comienza el juego, Linda— Dijo y Frank pudo notar que su voz su profundizó.

  Primero se trató de golpes de puño, que hicieron gruñir a Linda, pero esta se negaba a ceder al dolor y gemir. Terminaron por dejarle un ojo morado y bajarle dos de sus dientes. Linda escupió los dientes a un costado y sonrió, mirando a Frank.

  — ¿Te parece bien hacer esto?— Preguntó entre dientes, Frank ya estaba algo nervioso con la violencia vista.— Dejas que golpeen asi a tu madre—

  — Tú dejaste de ser mí madre hace tiempo— Respondió con voz firme, cruzándose de brazos.— Quiero verte gritar como la perra que eres—

Sólo Tuyo ||Frerard||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora