Miraba atento a cada persona que entraba a la zona de mi trabajo, era una gran decepción ver qué ninguna de esas personas era Erick.
El reloj parecía demorar el doble, mi hora de salida se me hacía eterna.
- ¿Qué haces aquí? - pregunté.
- Vine por ti. ¿Vas a seguir enojado conmigo?
- Por tu culpa Erick se enojó conmigo - reclamé.
- Tampoco le buscamos la vida, además para qué le cuentas - respondió Antonia.
- Porque no estuvo bien lo que hicimos, invadimos su privacidad.
- ¿No será que oculta algo? Quizás tiene miedo de que te enteres de cosas - insinuó.
- Basta.
- ¡Es la verdad! Ese chico es muy raro, me agrada pero desconfío a la vez, deberías...
- Deberías callarte, enserio que molestas.
- Christopher - tomó mi brazo.
- Me voy solo, soy bastante grande para que vengas por mi. ¡Ah! Y no te metas en mis cosas - pedí.
Antonia era una de las personas más importantes en mi vida, pero habían límites de los cuales debíamos respetar uno del otro.
Miré la hora confirmando lo tarde que era, pero la culpa por lo que había echo me tenía con la cabeza invadida con aquel chico. Afortunadamente sabía en donde vivía, eso me facilitó tomar la decisión de ir hasta su casa.
Al llegar toqué un par de veces, el viento estaba algo helado y esperaba que el ruido de la puerta lo despertara.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó medio dormido.
- Sé que es tarde pero no podré estar tranquilo si no hablo contigo.
- ¿No pudiste esperar hasta mañana?
- Podría esperar hasta que te aparecieras en mi trabajo, pero ni siquiera has ido - dije desanimado.
- No he tenido ganas - confesó.
- ¿Y me lo dices así como si nada?
- No quiero ser grosero contigo, pero no tengo ánimos de hablar. Vete por favor - pidió.
Solté el aire casi dándome por vencido, pero no era justo que las cosas quedaran así, quería enmendar mi error.
- Fíjate que no, no me voy - dije sentándome en el suelo.
- Bien, quédate ahí.
- ¿Qué qué qué?
- Adiós.
Cerró la puerta sin dejar ver su silueta, llevé una de mis manos a la frente negando todo esto que estaba haciendo. Realmente el frío me invadía, pero si me iba sería como darle la razón.
- No, no me iré. ¡ESCUCHAS! - grité.
Me sentía un verdadero tonto, afortunadamente a esta hora nadie hacía uso de las calles y eso me evitaba una vergüenza.
La puerta se abrió dejando ver que en su mano tenía una taza que hacía notar como el vapor salía de ella.
- ¿Te gusta el chocolate caliente? - preguntó.
- Sí.
- Creo que es bueno para el frío. Pasa - cedió.
Me levanté con suma rapidez, el calor que su casa dejó sentir en mi cuerpo me hizo suspirar del alivio.
- Gracias - dije recibiendo la taza.
- No pensé que vendrías a esta hora, ni siquiera te esperaba.
- Lo sé, pero es que no estoy tranquilo sabiendo que estás molesto.
- ¿A ti se te hace normal investigar a las personas sin su permiso? - preguntó.
- Claro que no.
- Es invasivo Christopher, eso no se hace.
- ¿Me perdonas? Prometo preguntarte las cosas - pedí con mis manos juntas.
Se tomó su tiempo en lo que su fuerte mirada me analizaba, con esto estaba más que aprendido que no debía hacer las cosas a espaldas de nadie.
- Sí, debo admitir que te he extrañado.
- ¿De verdad?
- No te mentiría.
- Yo también te extraño, es raro pero lo hago - confesé.
- ¿Quieres que nos conozcamos?
- Creo que si no quisiera no estaría aquí.
- Sonará precipitado, pero quiero lo mejor para ti y te quiero cuidar hasta de tu propia sombra si fuese necesario. Qué no haría por ti Christopher.
- Hazlo lo que sea necesario, te aseguro que te respondería de la misma forma.