Capitulo 1. Sevilla

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La primavera había llegado calurosa y radiante, vistiendo Sevilla de miles de colores. La ciudad estaba llena de gente que venía de visita a la capital para disfrutar de su buen clima y belleza en esa época del año, otras llegaban en los numerosos barcos procedentes de las Indias, trayendo con ellos todo tipo de riquezas y cosas exóticas que alentaban a poner de bote en bote las orillas del río con la curiosidad como protagonista.
Los mercados estaban atestados, siendo los productos estrella cualquier cosa que viniera del nuevo mundo. Los tejidos, las especias, las frutas y hortalizas extrañas, hasta los esclavos, todo se exponía como si de una obra de arte se tratara frente a los posibles compradores que con ojos centelleantes abarrotaban las calles por donde se montaban los puestos.
Para cualquier persona sería un expectaculo digno de presenciar, toda aquella vida reunida en un mismo sitio, intercambiando experiencias, acentos, lenguas, cultura, el encuadre perfecto para una obra de arte.

"Estás en la ciudad más importante del mundo y la más bella, solo tienes que salir y encontrarás la inspiración"

Eso decía su maestro, y aunque llevaba días intentando hallar la clave para su proyecto final en cada rincón de la ciudad, no había conseguido nada. Demasiado ruido para él.
Desde niño le gustó la tranquilidad y el sosiego, nunca fue de esos críos que salen a jugar envuelto en carcajadas y carreras, no, él disfrutaba sentado a un costado del río viendo como la luz llenaba de colores el agua y como estos, iban cambiando según la inclinación del sol. Memorizaba cada matiz para después llegar a casa y tratar de reproducirlos a escondidas en un trozo de papel.
Pasaba horas entre libros y pinturas que fue reuniendo con lo poco que ganaba ayudando a su padre en el taller. Con solo 7 años, empezó a ayudar en la zapatería que regentaba su progenitor. No le gustaba pero era su obligación.
Eran una familia muy humilde pero respetada y conocida por muchos, gracias a la buena labor artesanal de su padre. Con trabajo y seriedad consiguió llevar sus creaciones hasta las casas más adineradas.
Recuerda las miradas estiradas cada vez que su padre y él llegaban a aquellas fincas de alta alcurnia, teniendo que entrar por la puerta de servicio, cosa que humillaba al mayor sobremanera.
A él, en cambio, jamás le importó el desplante de los ricachones siempre que al llegar a casa tuviera pinceles, pinturas y lienzos donde poder plasmar todo lo que sentía en su interior.

- Algún día tendrás que dejar de ser un niño y aprender un oficio digno.

Gritó su padre en su 14 cumpleaños al negarse a acompañarle a un encargo por disfrutar del regalo que su madre le había dado esa misma mañana. Por primera vez tenía un caballete nuevo solo para él.

-Quiero ser pintor padre, no quiero trabajar más con usted.

Se atrevió a contestar seguro de lo que decía. Su padre le cruzó la cara de un guantazo y le miró con decepción.

-No tendré un holgazán en mi casa.

Estuvo dos meses sin mirarlo a la cara y le quitó todo lo que tenía que ver con la pintura, obligándole a trabajar con él sin cobrar nada.

"Ahora vas a aprender a ganarte el techo y el pan"

Pensó en escaparse, huir lejos de allí, pero era incapaz de abandonar a su madre. Siempre fue la que mejor lo entendió y le ayudó a seguir pintando. Ella propició el encuentro entre su padre y el que ahora era su maestro.
Francisco Pacheco, pintor reconocido en la corte y maestro de maestros en Sevilla. Su padre fue el elegido para hacerle unos zapatos nuevos para una recepción real y en cuanto cruzaron palabra, el pintor, tumbó todos sus prejuicios, descubriendo en él a un hombre de letras, culto y honrado.
Poco tiempo pasó hasta que entre su madre y él pudieron convencer al patriarca de pedirle al ilustre que fuera su maestro.

"Lienzos de un Siglo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora