- No me soltéis, os lo suplico, aún no - pidió desesperado aferrándose a las manos pequeñas que lo envolvían desde atrás.
Los labios dulces del pintor jugueteaban en su cuello con mimo, arrancándole más de un suspiro. Se estiró para facilitarle el acceso y poder sentir todo su cuerpo pegado a su espalda. El fuego que sentía en su vientre no tardó en apoderarse de todo su ser y sintió insuficiente aquella cercanía. Necesitaba sentir su piel libre de ropa, suave, expuesta, ardiente, compartida.
- Os amo, igual o más que el primer día - confesó antes de girarse y buscar su boca tierna, esa que tanto había añorado en las duras noches de asedio.
Deseaba tanto recuperar cada uno de los besos que les habían sido negados, robados. Se apretó contra la carne desnuda y caliente del contrario que mordía con ansias su boca como una bestia hambrienta, robándole la poca cordura que le quedaba, hasta que el ruido de metralla lo obligó a separarse.
Prestó atención por primera vez a su alrededor y se dio cuenta de que llovía a cantaros, el aire olía a pólvora y sus pies estaban enterrados en un barro denso y espeso que le impedía moverse. Los alaridos de sus hombres llenaron el aire, provocándole un escalofrió mortal. Estaba rodeado de caos y muerte. Lejos quedaba el refugio de los brazos ajenos. Quiso llorar y rendirse, dejarse matar de una vez y acabar con aquella condena. Pero entonces le vio. El pintor se adentraba en fuego cruzado, caminando con calma y llamándole a lo lejos. Trató de moverse, correr hasta él y protegerle, pero estaba atrapado en aquel lodazal.
- Que sorpresa veros aquí marqués.
La voz de Ernesto de Mansfeld sonó con eco a su izquierda. Rápidamente buscó su espada en el cinto, pero estaba desnudo y desarmado. Completamente indefenso frente a cientos de ojos que observaban cómo luchaba por liberarse de aquella cárcel de agua y tierra. Pudo reconocer entre los presentes a Olivares y a su majestad, que con gesto impasible cuchicheaban sin intención de prestarle ninguna ayuda. Buscó a Diego y a Iñigo, seguro de que ellos no dudarían en salir en su defensa, pero solo encontró sus cadáveres apilados con otros cientos de desafortunados. Se le cortó el aliento, no podían estar muertos, ellos no. Intentó con más fuerzas liberarse y llegar hasta ellos, pero fue en vano. Ernesto lo miraba con gesto burlón y con cada tirón que daba para sacar sus piernas encerradas, sus carcajadas llenaban el lugar.
- Por fin ha llegado el momento de mi venganza
Lo vio mofarse mientras levantaba su espada. Cerró los ojos y escuchó la hoja cortar el aire, esperando el golpe certero que acabara con su agonía de una vez por todas, pero para su sorpresa no llegó. Abrió los ojos de nuevo y deseó no haberlo hecho. Raoul se había interpuesto entre ellos y cayó en sus brazos herido de muerte.
- Vos sois mío y yo soy vuestro... para siempre... no lo olvidéis - fueron sus últimas palabras antes de apagarse con una sonrisa en los labios.
- No, no, no, no - imploró con un hilo de voz sobre sus labios fríos. - No me dejes, te lo suplico.
Levantó la cabeza buscando ayuda, pero estaba completamente solo. Le habían arrebatado lo que más amaba y nada se lo devolvería. Gritó desesperado hasta rajarse la garganta buscando sentir algo más que ese dolor enloquecedor que le desgarraba las entrañas.
- ¡Raoul! ¡RAOUL!
Se incorporó de un salto, completamente desorientado, sudando aterrorizado. Miró a su alrededor tratando de averiguar donde se encontraba, entonces recordó el alcohol, las risas, Marga y Jacobo, Diego ebrio, y él. Su sonrisa, sus brazos amables, su pecho caliente, sus besos dulces y su corazón arrullándolo hasta dormirse. Giró, rápidamente, para buscarlo al otro lado del colchón, encontrándolo vacío. ¿Acaso también lo había soñado?
ESTÁS LEYENDO
"Lienzos de un Siglo"
FanficDurante el siglo de oro español, un humilde pintor sevillano conquistará los corazones de la corte con su talento, llegando a deslumbrar al propio rey. Historia marcada por las luces y las sombras de una época donde las bajas pasiones y los interes...