CAP. 13 "Sin tiempo"

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El sol empezaba a caer cuando decidieron volver a casa. El paseo fue tranquilo, con ambos disfrutando del frescor del ocaso. Algo dentro de ellos había cambiado y ahora estaban en paz el uno al lado del otro. Raoul  sentía el agarre de Juana en su brazo como una soga a la que asirse para no caer. Tal vez ella sí le entendería, tal vez estaría a su lado sin importarle su atracción hacia otro hombre, tal vez podría explicarle que sus sentimientos no eran algo enfermizo como pensó en su origen, si no que eran fruto de algo tan puro que le daba miedo solo pensarlo.

- ¿Y esa sonrisilla?.- preguntó la morena al verlo sonrojarse en silencio.- ¿En qué piensas?

- ¿Yo?...no...en nada mujer.- contestó nervioso.

El rubor aumentó en sus mejillas al verse descubierto. Por primera vez se había planteado una vida al lado del marqués. Se sentía preparado para dar ese paso definitivo con él, capacitado para dejar atrás la barrera de lo físico. Había fantaseado con despertar a su lado todas las mañanas entre caricias y con su voz rasposa como anclaje a la realidad. El corazón se le aceleraba sólo de imaginarlo.

- Esa carita no dice lo mismo.- insistió ella.- Raoul puedes hablar conmigo, lo sabes, ¿verdad?.- dijo esta vez seria, frenando un poco el ritmo al ver la fachada de su casa ya cerca.

Juana necesitaba que el muchacho tuviera claro que pensaba estar ahí para él. Lo había decidido y ya nada le haría cambiar de idea, así era ella. Aunque sabía que lo que estaba por venir, quizá, fuera demasiado y que no estaba preparada, pero aprenderían juntos, como siempre.

- Yo...gracias.- contestó dubitativo.

- Sea lo que sea y pase lo que pase, ¿lo entiendes?

El muchacho empezó a temblar presa del pánico al entrever el sentido de aquella conversación.

- Juana...no sé...

- No tiene que ser ahora, ni mañana, cuando tú lo necesites, estaré ahí, solo  necesito que sepas eso.- le acarició el rostro con dulzura, consiguiendo que se tranquilizara al ver sus ojos verdes seguros y llenos de cariño.

- Está bien.- sonrió tímido con la voz un poco aguada por la emoción.

- Muy bien.- lo besó en la mejilla con delicadeza, sacándole un sonrisa que compartieron cómplices.

Reanudaron la marcha en silencio hasta girar la esquina de la residencia de los Pacheco.
Por la puerta lateral que daba a las cuadras, uno de los mozos batallaba con un caballo castaño que se negaba a dar un paso más.

- ¿Ese es Lope?.- preguntó el aprendiz reconociéndolo al instante.

- ¿Cómo?.

- El caballo de Diego.- explicó entusiasmado acercándose al animal.- ¡Hola amiguito!.- le acarició el morro recibiendo un bufido primero y oyéndolo relinchar después, en cuanto le reconoció.- Sí, soy yo.- sonrió alegre.

- Señorita Juana, buenas noches.- saludó el mozo con educación.

- Buenas noches José.- habló el pintor.- ¿Este granujilla te está dando la murga?.- preguntó divertido sin dejar de acariciar el pelaje marrón.

- Sí señorito, se niega a caminar, ya no sé que más hacer.- contestó con los hombros caídos el joven que no tendría más de 14 años.

- Tranquilo, Lope es un poco cabezota pero si hay zanahorias de por medio hará lo que le pidas. ¿Verdad glotón?

El caballo movió la cabeza como si hubiera entendido la conversación haciendo reír a la morena.

- Gracias, eso haré.- con un gesto de cabeza se retiró para buscar lo que necesitaba para seguir el consejo del rubio.

- Diego ha debido volver mientras estábamos fuera.- buscó con emoción la ventana del marqués que como esperaba estaba encendida.

- ¿A qué esperas para ir a verle?

- ¿No te importa?, es que muero por saber como le ha ido en la corte. ¡Ha estado con el Rey!.- explicó acelerado.

- Vamos, ve a ver a tu amigo.- le animó ella con una sonrisa.

-¡Bien!.- le dio un beso en la mejilla y se dispuso a irse, aunque se volvió al dar dos pasos.- Nos vemos en la cena.

- Hoy no bajaré, no quiero ver a mi padre.- se puso sería al recordar la discusión con el maestro.

- Pero no puedes acostarte sin cenar. Apenas has comido hoy.- se acercó otra vez preocupado.

- Tranquilo, le pediré a Manuela que me suban algo a la habitación.- dijo risueña acomodándole bien el pelo.

- ¿Me lo prometes?

- Que sí angustias, ahora vete. Seguro que Diego tiene mucho que contarte.

Juana no olvidará esa sonrisa que iluminó media Sevilla antes de salir como loco hacia el interior de la casa.

Subió las escaleras todo lo rápido que pudo, deseando reencontrarse con el de rizos. Tenía que reconocer que había compartido la preocupación del marqués por él todo este tiempo, y saber que por fin estaba de regreso y que estaba bien, le hacía muy feliz. Sentía curiosidad por Madrid, por la corte y por supuesto por el Rey, aunque sabía que Diego no podría contarle nada sobre su misión, él solo quería saber como era la vida allí. Había oído tantas cosas del lujo, la cultura y la clase de la capital que quería conocer cada detalle.
Enfiló el pasillo algo agitado por la carrera pero ya veía la puerta de la habitación entreabierta y podía intuir las voces en su interior, sin duda, Diego estaba allí. Apretó el paso y, al llegar, levantó la mano dispuesto a golpear antes de entrar pero la conversación que llegó a sus oídos lo frenó en seco.

- Las cosas en el frente no están bien amo. Los hombres están empezando a impacientarse. No cobran desde hace meses y ahora no estáis vos para aplacar los ánimos.

- Su majestad me prometió que les adelantaría la mitad de lo que se les debe si yo aceptaba esta misión.- explicó molesto la voz del de barba.- Ya deberían haber cobrado al menos eso.

- Por eso han empezado las rebeliones, ese dinero nunca llegó. Los hombres confían en vos y solo a vos os obedecen, por eso el Rey me ha pedido que volváis a Flandes* inmediatamente. El médico ya le ha dicho que podéis viajar.

- ¡Ahora quiere que vuelva!.- suspiró frustrado.- ¿Y el dinero?

- Su majestad ha preparado un cofre con 10 mil galeones. Nos lo entregará cuando pasemos por la capital de vuelta.

- ¡Eso no es ni la mitad de lo que acordamos!.- gritó furioso.

- Lo sé.

- No puedo presentarme sin lo que les prometí y pretender que las tropas se pongan a mis órdenes. Están pasando penurias, desde hace años, por un país que los tiene olvidados a su suerte casi. Muchos han muerto allí y no se les ha repatriado para que fueran enterrados en su tierra como querían, se mueren de hambre y de enfermedades y aún así se juegan la vida por su Rey, y este ¿les responde así?.- estaba completamente soliviantado.

- Amo, si alguien puede ayudarles sois vos. Además, después de la humillación el cardenal no va a quedarse de brazos cruzados, estoy seguro que va a arremeter con todo allí para devolver la afrenta.

- Tienes razón, si no preparamos a las tropas será una masacre.

-Por eso mismo, el Rey me ha pedido que os insista en regresar cuanto antes.

Unos minutos de silencio solo rotos por los pasos nerviosos del marqués y por la respiración acelerada del aprendiz que escuchaba paralizado la conversación.

- Está bien, regresaremos.- su voz sonó rotunda y vacía.

- Sí amo, mañana me pondré a organizarlo todo para marcharnos cuanto antes.

Raoul sentía el corazón desbocado y un sabor amargo en la boca. ¿El marqués se iba?
Retrocedió incapaz de afrontar aquella noticia. Se iba y le dejaba solo.  Con todo lo que habían vivido juntos, iba a marcharse sin más, no volverían a verse nunca. Ahora que empezaba a aceptar lo que sentía por él lo abandonaba como si lo suyo no fuera más que un mero trámite.
Quizá solo había sido su distracción durante ese tiempo, un entretenimiento para pasar sus días de hastío. Mientras él había perdido casi la cabeza por todo lo que había sentido.
Las lágrimas le asaltaron al sentirse tan desprotegido de pronto. Tuvo que llevarse las manos a la boca para ocultar un sollozo. Se sentía como un juguete roto, ese que los niños abandonan al crecer de un día para otro, como si ya no valiera nada.
Se ahogaba. No podía soportar aquella idea, esa sensación de soledad y desamparo. Necesitaba explotar y llorar hasta vaciarse de ese barro denso que se le había pegado al alma.

Corrió hasta su habitación y cuando entró en ella, el silencio era tan pesado que podía notarlo sobre su cuerpo presionando sus huesos hasta causarle dolor real y tener que abrazarse a sí mismo, se sentía ajeno, intruso en aquel lugar. Todo le recordaba que llevaba semanas sin dormir allí. Como si ahora fuera otra persona y ya no encajara en su vida anterior. Salió del cuarto desesperado y, sin ser consciente, llegó a la puerta de Juana. Lo pensó un minuto, antes de golpear con insistencia.

- Adelante.- la escuchó contestar.

Respiró hondo antes de abrir y verla sentada frente a su tocador peinando su cabello suelto. La morena lo miró sorprendida.

- Eres tú.-se sonrojó cerrándose la bata que cubría su camisón rosado.- Creía que era Manuela con la cena.

Se giró en la silla para quedar de frente a él, que estaba parado en mitad de la alcoba mirándose los pies, luchando con todas sus fuerzas para tragarse las lágrimas.

- Raoul, ¿qué ocurre?.- preguntó al percatarse de su estado.

Guardó silencio, sintiendo como sus mejillas empezaban a humedecerse de nuevo. Si abría aquella compuerta ya no habría vuelta atrás. Intentó con todas sus fuerzas controlarse pero estaba tan roto que la pena se coló por las grietas, desbordándolo. Caminó tambaleante los pasos que lo separaban de la morena hasta caer de rodillas frente a ella. El llanto que salió de su garganta erizó la piel de la joven que no dudó en dejarlo reposar la cabeza en sus piernas y acariciarlo con cuidado sin saber como recomponer a ese Raoul destrozado.


"Lienzos de un Siglo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora