CAP. 5 "Al alba"

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- ¡Un brindis por nuestro capitán!

El grito de júbilo llenó de nuevo el salón abarrotado de soldados, la mayoría de ellos con grandes cargas de alcohol ya en el cuerpo. Todos habían querido celebrar juntos la vuelta casa y entre risas y copas de vino pasaban la velada.

- Deberías haber visto la cara del tragavirotes* de Olivares, lo puso en su sitio – se mofó Iñigo desde una de las mesas laterales provocando que el resto soltara una carcajada al unísono. - Se cree el dueño y señor.

- Cree que la corona es suya - gritó otro.

- Sí. Hace y deshace a su antojo, frente a las narices de su majestad – se fueron sumando más soldados.

- Dicen que su mujer es el aya del infante para apoderarse de la voluntad del heredero desde la cuna - especuló otra voz.

- Lo que está claro es que el rey está más centrado en quién será su sucesor, que en velar por su pueblo.

- Normal, su esposa solo concibe hijos enfermizos que mueren antes de dejar la cuna. Tiene el vientre maldito.

- No digas tonterías – intervino Diego. - Además, no deberíais mofaros de tal desgracia.

- Si a él le da igual que mis hijos se mueran de hambre mientras yo me juego la cara en el campo de batalla, poca pena me da a mí lo que pase con sus vástagos, y si no encuentra sucesor, que reconozca a alguno de los bastardos que va dejando repartidos por el mundo.

Volvieron a estallar en carcajadas.

- Después es el primero en misa - apuntó Iñigo.

Diego buscó con la mirada al marqués que permanecía algo apartado bebiendo a gusto, hasta ahora, que podía notar su incomodidad desde el otro lado de la sala.

- Bueno señores, no sé vosotros, pero yo ahora mismo tengo mejores cosas entre manos como para preocuparme por Olivares y compañía - dijo mientras apretaba con gusto las nalgas de la chica que permanecía sentada en su regazo, regalando besos húmedos por su cuello.

- Diego tiene razón. Disfrutemos de nuestra victoria y brindemos por el hombre que nos llevó hasta ella - coincidió el vasco que alzó su copa en dirección al moreno que le devolvió el gesto agradecido, pero de manera comedida.

La noche estaba resultándole muy agradable. En compañía de sus tropas se sentía en familia, pero, a pesar de todo, no podía dejar de pensar en la discusión con el valido, ni en todo lo que había escuchado de su majestad desde que llegara a la corte, así como tampoco podía olvidar los reflejos ceniza de aquella melena oscurecida por la madurez. Su semblante nervioso, su mandíbula filosa apretada y sus manos finas, revoltosas por los nervios.

Bebió su copa de un trago y no tardó en volver a tenerla llena, así hasta en tres ocasiones. Necesitaba un momento de paz y silencio en su interior y la bebida le ayudaba. Observó a sus hombres reír, bromear, coquetear con las meretrices, disfrutar de los manjares, cantar a coro con las copas en alto y se sintió por fin en casa y a salvo. Aunque fuera por esa noche no quería pensar en responsabilidades, ni en dilemas morales. Quería ser un soldado más. Así que se relajó y compartió carcajadas con algunos de los chistes de sus oficiales. Alentó a Diego cuando se retiró a una de las habitaciones con los ojos cargados de lujuria. Siguió bebiendo sin abandonar su esquina, pero sintiéndose parte del grupo. La melancolía volvió a visitarlo cuando la noche ya había avanzado y apretó los puños queriendo espantarla.

- Querido marqués. ¿Vos no disfrutáis de la compañía de mis chicas?

- Marga, mi hermosa Marga - besó la mano de la recién llegada.

"Lienzos de un Siglo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora